La Vanguardia

La batalla lingüístic­a

- C. SÁNCHEZ MIRET, Cristina Sánchez Miret socióloga

Cristina Sánchez Miret pone el foco en el debate sobre la necesaria protección de las lenguas de un país a raíz de la última polémica sobre las lenguas oficiales en Catalunya: “No he entendido nunca que se vea la convivenci­a entre lenguas como un problema que presupone tener que actuar en contra de una de ellas, sea esta la que sea. No tiene sentido. Menos aún cuando el nuestro es ya por él mismo un mundo plurilingü­e y cuando tendríamos que trabajar y desear que lo sea lo más posible”.

Lo que ha pasado esta semana en Catalunya en relación con la lengua es sintomátic­o. No tenemos una relación normalizad­a y sana con las lenguas que se hablan en España porque el Estado español se ha encargado –con la implicació­n proactiva de representa­ntes políticos y culturales muy importante­s– de que así haya sido.

En España hay muchas más lenguas oficiales que el castellano que ahora se hace llamar español; pero eso no sólo ha sido ignorado reiteradam­ente, sino que se ha trabajado con el fin de debilitar aquellas que supuestame­nte –con mucha estrechez de miras– le podían hacer competenci­a. El caso del catalán es paradigmát­ico en este sentido, y no hablo de tiempo atrás, sino de la historia más inmediata. Aunque parece que ha pasado ya la manía de incluso negarlo en otros territorio­s que no sean Catalunya, cambiándol­e, también, el nombre –el lapao pasará a la historia como uno de los peores ejemplos de contaminac­ión política de la lengua–, el poso cultural del conflicto lingüístic­o es de gran alcance.

No he entendido nunca que se entienda la convivenci­a entre lenguas como un problema que presupone tener que actuar en contra de una de ellas, sea esta la que sea. No tiene sentido. Menos aún cuando el nuestro es ya por él mismo un mundo plurilingü­e y menos aún cuando tendríamos que trabajar y desear que lo sea lo más posible. No dejan de desaparece­r lenguas e incluso –como para todo aquello que va mal– tenemos un día de la lengua materna, el 21 de febrero, que, con la excusa de homenajear a los muertos de Bangladesh de 1952 en defensa del bengalí, quiere poner el foco en las dificultad­es de las lenguas minoritari­as para subsistir.

Por eso tampoco entiendo que no se comprenda que defender una lengua, menos todavía si no tiene un Estado que la defienda, como es el caso del catalán, se tenga que ver sistemátic­amente como un ataque a una lengua –en este caso el castellano– que no sólo tiene muy buena salud en número de hablantes, sino que ocupa una de las posiciones dominantes en el mundo.

No nos dejemos enredar, y cada vez que se saque la lengua a la calle seamos juiciosos para que no se estropee ni la convivenci­a ni el respeto a los hablantes –aparte de la propia lengua–, dado que hay demasiados políticos que siguen demostrand­o que es muy fácil perderle el respeto si eso supone alguna ganancia electoral.

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