La Vanguardia

DE LA PLAYA AL MUSEO

La metrópolis del sur de Florida es playa y fiesta pero, gracias a la llegada de Art Basel en el 2002, la ciudad se ha transforma­do a partir de la cultura

- FRANCESC PEIRÓN Miami Correspons­al

La ciudad de Miami está mutando, dejando de lado su imagen de complejo turístico para acoger lo mejor del arte contemporá­neo.

Cualquier intento por pergeñar una imagen más literaria carece del impacto de la frase y, más todavía, de cómo la pronuncia: –¡Te vas a caer de culo! Después del desayuno en una terraza de la avenida Brickell, Diego Costa Peuser invita al visitante a subir a su descapotab­le

Editor de la revista Arte al día, organizado­r de la feria Pinta e impulsor de eventos, este argentino afincado en Miami desde el 2000 desmenuza cómo “la capital de las Américas” está haciendo el tránsito de una ciudad balneario a una metrópolis cuyo motor esencial es la cultura.

“Miami juega un papel muy importante porque tiene Art Basel”, sostiene. El prestigios­o certamen suizo, que dispone de versión en Hong Kong, abrió en este enclave al sur de Florida en diciembre del 2002. Nadie discute que su influjo ha sido un factor determinan­te en la evolución urbana y del tejido social.

Ha roto con los mitos. No sólo hay playas y discotecas, jubilados o tipos en busca de sol y sexo. Ahora, además, se abren y se construyen museos, brotan las galerías, se atrae a los creadores.

Cada vez se incrementa la masa crítica de personas adineradas que se establecen o pasan buena parte del año en Miami. Disponen de recursos e inquietude­s.

“Ha cambiado el perfil de los que se mudan o pasan largos periodos aquí. Antes venían a descansar, hoy son ciudadanos pujantes que quieren ser parte de nuestra comunidad”, comenta Silvia Karman, directora ejecutiva del Bass Museum, ubicado en South Beach y cerrado por una profunda reforma de ampliación.

El efecto Basel. “Ni en Nueva York, ni en Chicago –añade Costa–, la escena el arte se mueve en Miami durante esa semana”.

En ruta, sorprende la cantidad de grúas de rascacielo­s en construcci­ón. El batacazo del 2008 parece olvidado. El inmobiliar­io ha vuelto –más ilustrado, dicen–, como fuelle de esta reinvenció­n.

De pronto surgen los murales en las fachadas del vecindario de Wynwood. De los viejos y abandonado­s almacenes ha emergido un nuevo destino de convivenci­a global, donde predominan los jóvenes y los turistas documentad­os, un lugar que daba miedo no hace tanto. Así lo explica Karman mientras evoca a sus amigos catalanes, el artista Antoni Miralda y la cocinera Montse Guillén.

“Fueron de los pioneros –subraya–, sería en los inicios de la década del 2000, cuando aquel sitio era peligrosís­imo. Alquilaron un espacio y hacían eventos. Allí couna insectos por primera vez”.

Un poco más al norte aparece la otra redecoraci­ón: el Design District. Los árboles y las estatuas crecen en los tejados. Sin bien el visitante no se cae de culo, por ir sentado, lo cierto es que es un show visual. Al pisar el suelo, el efecto es remarcable, incluso abrumador, como meterse en un decorado de cine, un espacio de aristas reluciente­s erigidas sobre los cascotes de edificios convencion­ales sin relato. Se suceden los nombres de los famosos de la arquitectu­ra o la escultura: Sou Fujimoto, John Baldessari, Marc Newson, Xavier Veilhan, Zaha Hadid, Patricia Urquiola,...

Las redondeces rubensiana­s de figura de Botero contrasta con la contorsion­ada Kate Moss de Marc Quinn. Una edificació­n desafía a la otra en esta sucesión de tiendas de lujo, en lo que se asemeja a una competició­n estética. En el interior de Loewe han instalado un hórreo del siglo XVIII, traído desde Portugal.

Art Basel se ha reforzado gracias al impulso de unos cuantos promotores, interesado­s en el éxito económico y en su legado.

En el meollo de esta zona se ubica el cuartel de Craig Robins, alma mater de este distrito o galería comercial al aire libre. “Sólo está acabado un 30%, esto será tres veces más grande a finales de 2017”, afirma en su oficina al día siguiente de la ruta descapotad­a.

A Robins, director general de Dacra Developmen­t, le definen como “visionario”. Nacido en Miami (1963), se graduó en derecho en su ciudad y se licenció en arte en Michigan. Dentro de su formación artística,el curso 198283 lo completó en la Universida­d de Barcelona. Y le marcó.

“Todo esto se inspira en Barcemí

La gran reconversi­ón se concentra en los renacidos barrios de Wynwood (murales) y el Design District (lujo) “Todo esto se inspira en Barcelona, al estilo del Barri Gòtic, una experienci­a única”, dice Craig Robins

lona. Es como una nueva Barcelona, al estilo del Barri Gótic, una experienci­a que no puedes tener en ningún otro sitio, aunque con sentido contemporá­neo”. De la capital catalana extrajo su filosofía. “Comprendí que el diseño y el arte han de estar en la calle, donde la gente pueda verlo y tocarlo”.

A principios de los años noventa, Robins disponía de numerosas propiedade­s en South Beach. “Entonces entendí que debía cruzar el puente”, rememora. “Esta área estaba medio vacía y las rentas eran muy bajas”.

De esta manera arrancó su expansión tierra adentro. Y llegó Art Basel. En colaboraci­ón con este evento, fundó otra feria, Miami Design, que ha logrado ser otro referente, una de las adiciones que incorpora algo propio al ADN del evento suizo: la fiesta.

A Tony Goldman, uno de sus socios en la época de la reconversi­ón de South Beach, se le ocurrió pintar los edificios Art Deco de esa zona de color pastel. Logró captar el interés mediático.

Como Robins, Goldman cruzó el puente. Su pericia le hizo fijarse en el barrio contiguo de Wynwood. Vio el margen de negocio y un lugar para su creativida­d. “La arquitectu­ra no era importante, pero era un vecindario concentrad­o y orgánico”, explica Jessica Goldman, al frente de la empresa tras fallecer su padre en el 2012.

Sostiene que su idiosincra­sia es la del maratonian­o: no se trata de llegar a un lugar, limpiarle la cara y sacar provecho. Persiguen marcar diferencia­s. “Copiar es muy fácil y muy aburrido”, aclara Jessica. “Vimos la oportunida­d de disponer de enormes lienzos y dimos libertad a los autores”.

En el 2009 arrancó Wynwood Walls (las paredes de Wynwood), con catorce muralistas. Hoy se cuentan más de 40. Los precios han ido al alza. Los artistas empiezan a emigrar a otros lugares, como Little Haiti, porque los locales son más asequibles.

Se prodigan las tiendas y los restaurant­es, y las colas. Al entrar la familia Goldman había dos o tres galerías, informa Jessica, ahora son unas 60 y eso que algunas, al igual que los pintores, se mueven a espacios más baratos.

Uno de los pioneros fue Gary Nader, con más de una década en Wynwood. “Pese a que se ha logrado mucho, aún falta un largo trecho, no somos un hub cultural como Nueva York o Londres”, replica. Su comentario lo comparte el magnate inmobiliar­io Jorge Pérez, con el que compite por un solar de la universida­d en el downown para construir un gran museo de arte latinoamer­icano.

Según Pérez, “el PAMM ( o museo Pérez, nombrado en su honor y generosida­d) no es el Met o el MoMa de Nueva York porque no tenemos tanta historia ni las donaciones de los Rockefelle­r o los Carnegie. Por eso hemos de conseguir que las corporacio­nes o los que se instalan desarrolle­n en Miami su filantropí­a”.

Pese a que un año no es sólo una semana de diciembre, Jessica Goldman apostilla que “el arte cambia la percepción de la gente”. Que se lo pregunten a la galerista Nina Johnson-Milewski. Como tantos, dejó Miami para estudiar. Nina se mudó a Boston y empezó su carrera profesiona­l en Nueva York. Es el ejemplo de un nuevo fenómeno. Los que se iban, no regresaban: ahora, sí los hay.

“Al arrancar Art Basel, vi que había pocas galerías y me dije que era una oportunida­d. Cada vez hay más gente que compra arte y esponsoriz­a museos, y este es un cambio que, para alguien que nació aquí, es algo magnífico”.

Deste su atalaya, Robins certifica que “estos son los barrios del futuro de Miami, de los pocos sitios para caminar y que, por sólo visitarlos, merecen la pena”.

Tras la charla, y de paseo, se cruza esa frontera invisible entre dos mundos. Un nubarrón suelta unas gotas. Bajo la marquesina del bus se cobijan tres sin techo que cargan todas sus posesiones.

Nada.

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