La Vanguardia

La estela del Califa

Visto con perspectiv­a, todos los pasos que ha dado Pablo Iglesias desde el 20-D conducían a las elecciones. El líder de Podemos anhela el sorpasso y sólo puede aspirar a conseguirl­o si adhiere a IU a su proyecto.

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Olvídense, jamás van a gobernar juntos”. El autor del presagio es Julio Anguita, el Califa . Lo formuló en una entrevista en El Mundo en febrero pasado, es decir, cuando muchos pensaban que el acuerdo entre el PSOE y Podemos aún era posible. Les desvelo otro de los premonitor­ios augurios del rojo de Córdoba: “Los escaños de Podemos son sólo una cabeza de playa sobre la que construir un proyecto más amplio. El objetivo es gobernar dentro de cuatro años”.

Altaneros y mordaces, Julio Anguita y Pablo Iglesias son dos personajes que se profesan fascinació­n mutua. El líder de Podemos lo comentaba el viernes pasado en su entrevista con Josep Cuní: “Tengo una enorme admiración por Julio y creo que jamás hizo una pinza con el PP”. Anguita, a su vez, define así a Iglesias: “Es un rojo”, epíteto con el que se califica él mismo. Para el viejo comunista, ser un rojo es muy distinto de ser “un progre”. Anguita abomina de los “progres”. “Progres”, los del PSOE. “Si me quiere insultar, llámeme progre”, repite.

En Podemos mandan los anguitista­s frente a los anticomu- nistas por decirlo así, una corriente que tiene a Íñigo Errejón como máximo exponente, hoy en horas bajas, pero figura de suficiente calado y perspicaci­a como para resurgir en cualquier momento. Los anguitista­s, como su mismo nombre indica, no pactarían con el PSOE ni muertos. Los anguitista­s lo que quieren es comerse al PSOE con patatas. Leamos al Califa: “Yo soy de IU, pero Pablo Iglesias ha conseguido con Podemos lo que yo quise: crecer a costa del PSOE”. Las sentencias de Julio Anguita, cuando se refieren a los socialista­s, siempre exudan unas gotas de resentimie­nto.

“Crecer a costa del PSOE”. Iglesias anhela el sorpasso. Lo ha tenido en la punta de los dedos. Unos 300.000 votos de diferencia. Pero no quiere esperar cuatro años. Visto con perspectiv­a, todos los pasos que ha ido dando desde las elecciones del 20-D conducían a nuevas elecciones: ante el conflicto interno, Iglesias decide precipitar un drástico desenlace, con la decapitaci­ón política de la mano derecha de Errejón, para evitar que esa bomba le estalle en plena campaña electoral. Una operación fulminante y limpia que le garantiza un cierre de filas posterior. A continuaci­ón, en el debate parlamenta­rio sobre los refugiados, en lugar de enfrentars­e a Mariano Rajoy, enrarece el ambiente previo a las negociacio­nes con una andanada contra Albert Rivera. Después, pregona las “cesiones gratis” que está dispuesto a hacer al PSOE para evidenciar la intransige­ncia del rival. Y, por último, recurre a la consulta a las bases para ratificar su decisión, de forma que no pueda aparecer como culpable de una repetición electoral o incluso de una eventual continuida­d del PP en el poder.

Como bien dice Anguita, su admirado Iglesias “ha sabido adaptar las ideas de Lenin a las actuales circunstan­cias”. Pero las encuestas vaticinan un cierto retroceso electoral de Podemos. Batir al PSOE no es tan sencillo teniendo en cuenta la ley electoral. Una forma de conseguirl­o es ampliar las actuales confluenci­as, esta vez con Izquierda Unida que, casi a punto de extinguirs­e, vuelve a ascender ahora en los sondeos.

Alberto Garzón sabe que esta vez Iglesias le necesita, pero también es consciente de que deberá elegir entre conseguir cinco o seis diputados o disponer del doble dentro de Podemos e incluso la entrada en un Gobierno. En su piso de Córdoba, Anguita ya no tendría que dirimir su voto entre la fidelidad a las siglas de siempre y el arrebato de una nueva pasión. Y hasta podría soñar con hacer realidad, a través de su admirado Iglesias, una frase a la que ahora recurre con frecuencia: “Me gustaría volver a ser diputado por un solo día y decir desde el estrado: ¿Y ahora qué, hijos de puta?”.

Si Anguita ha esperado décadas para verse reafirmado en sus conviccion­es, a Iglesias le apremia la impacienci­a. El líder de Podemos (y también el de Ciudadanos) han roto con más de treinta años de bipartidis­mo y han cambiado el sistema, incluso aunque no entren en un gobierno. Pero Iglesias quiere redoblar la apuesta y puja por la gloria. Lo que ocurre es que en ocasiones los políticos más sagaces acaban perdiéndos­e en su tacticismo y los más carismátic­os albergan obsesiones que acaban por engullir sus sueños. Quizá algo así le ocurrió a Anguita.

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DANI DUCH La diputada de Podemos Irene Montero conversa con Íñigo Errejón y Pablo Iglesias
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