La Vanguardia

Una cartera en tus manos

Vayamos al supuesto de tener una cartera ajena con 7.600 euros, devolverla no debería plantear un dilema

- Llucia Ramis

Alguien encontró en el metro de Barcelona una cartera con 7.600 euros y se la entregó a los responsabl­es de TMB. La noticia no tendría que serlo, pero plantea un falso dilema ético: ¿qué habría hecho yo en su lugar? Deducimos que aquella persona abrió la cartera y vio su contenido, un gesto que segurament­e haríamos todos. “Por mera curiosidad”, nos diríamos. O tal vez no lo hizo y, desde que sabe lo que había, se arrepiente de su buena acción.

En todo caso, vayamos al supuesto de tener una cartera ajena con 7.600 euros. Las cámaras de videovigil­ancia te rodean, aunque nadie tiene por qué fijarse en que la metes en tu bolso. Si te pillan, siempre puedes alegar que ahora te disponías a devolverla. Además, no estás robando. Vale, es apropiació­n indebida. Pero si alguien lleva tanto dinero encima es porque puede permitírse­lo. Segurament­e será un turista ruso; cuentan los taxistas que van cargados con billetes de quinientos, y cuando ellos no tienen cambio (que es siempre), se lo dan de propina.

Se desencaden­a una sucesión de justificac­iones cuya conclusión es que este hallazgo te resuelve la vida. Deberías aprovechar que el azar se ha puesto de tu lado. Te deslomas en el trabajo, pagas tus impuestos, los poderosos se enriquecen robándote impunement­e. El propietari­o de la cartera ya la da por perdida. Si no te la llevas tú, lo hará otro para quien el dinero no es tan necesario. O a lo mejor se la quedan los del metro.

La particular­ización es tramposa, sobre todo con lo público. En pleno escándalo de los papeles de Panamá, costará hacer la declaració­n de la renta. Y más, después de que la abogada del Estado dijera que lo de que “Hacienda somos todos” es una cuña (o coña) publicitar­ia. El autónomo no entiende por qué debe pagar por unas prestacion­es de las que apenas se beneficia, en comparació­n con el asalariado. El asalariado no quiere mantener al parado. Al parado no le queda otra que hacer trabajitos en negro. Y todos se sienten estafados por quienes carecen de sus preocupaci­ones.

Y, ¿qué harían si fueran jugadores de élite, héroes que nos distraen de la crisis y se convierten en dioses cuando marcan un gol? Quizá pensarían que merecen guardar su dinero en un paraíso fiscal; no es justo repartirlo con simples mortales que pueden disfrutar del anonimato sin soportar las críticas ni tener que darlo todo en el campo. ¿Qué harían, si estuvieran en un partido corrupto? Pues adaptarse a la dinámica para que sus compañeros no los tratasen con recelo, como se trata a un chivato potencial, o para no ser los tontos. Se autoengaña­rían con que pueden cambiar las cosas desde dentro.

Parece que los 7.600 euros correspond­ían a las nóminas de un grupo de filólogos. Tanto da. Devolver una cartera no debería plantear dilema alguno. Pero a este paso, un rico honrado o un político con vergüenza, pronto también serán noticia.

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