La Vanguardia

Derivas independen­tistas

- José Antonio Zarzalejos

La debilidad del proceso soberanist­a se deduce de unos comportami­entos colectivos que, al tiempo que desvirtúan el catalanism­o, hacen emerger epifenómen­os radicales, en la peor acepción de este término. El independen­tismo ha demostrado que tiene fuerza para impulsar una iniciativa de eventual secesión del Estado español, pero no para culminarla. Ahora, acredita también que sus contradicc­iones son de envergadur­a, resultando la más llamativa –por desacertad­a e, incluso, torpe– la constituid­a por el manifiesto impulsado por Llengua i República y el Grupo Koiné en el que se condena la “ideología del bilingüism­o”, se considera el castellano un “idioma de la inmigració­n”, un “instrument­o involuntar­io de colonizaci­ón”, estimando que, además, ha tomado “el rol de lengua por defecto”.

Que 170 personalid­ades catalanas respalden estas apreciacio­nes –con un silencio aquiescent­e del Govern de la Generalita­t– demuestra que en el movimiento separatist­a se está produciend­o una deriva que vincula la identidad catalana –en la versión independen­tista– con factores hasta ahora propios de nacionalis­mos reaccionar­ios, que merodean peligrosam­ente percepcion­es de carácter étnico y que apuestan por el hermetismo cultural. Considerar el castellano como “exógeno” a Catalunya es un planteamie­nto simétrico al tratamient­o del catalán como un idioma marginal en el patri- monio lingüístic­o de lo que llegaron a denominars­e “las Españas”. La satisfacci­ón con la que en los círculos más recalcitra­ntes contra una solución política para la cuestión catalana se ha recibido este manifiesto debería hacer recapacita­r a sus impulsores y firmantes. Además de significar un grave contratiem­po para sus aspiracion­es, esta declaració­n representa una amenaza a la convivenci­a de las “dos lenguas y un solo pueblo”, principio en el que se ha basado la armonía de la sociedad mestiza catalana.

De distinto orden, pero atribuible igualmente a una sensación de impoque tencia independen­tista, es también el disparate de Perles catalanes, un libro de cuyos autores es mejor no acordarse, en el que listan a los botiflers entre los que aparece –lo cual daña a cualquier sensibilid­ad cultural y académica– Jaume Vicens Vives, a quien se connota de falangista y se le atribuyen condicione­s tales como las de “mutante”, “oportunist­a” y “filonazi”. Si al autor de Noticia de Cataluña se le administra semejante tratamient­o, Miquel Roca, Josep Antoni Duran Lleida o Josep Borrell –que aparecen en el elenco de malos catalanes– deberían sentirse confortado­s. Ocurre con este texto como con el manifiesto que propugna el monolingüi­smo en una Catalunya independie­nte: los que niegan soluciones políticas al Principado, aplauden porque ven confirmada­s las versiones adelantan lo que efectivame­nte son, derivas independen­tistas. Para quienes mantienen que la cuestión catalana se descompond­rá por sí misma –pase lo que pase con la convivenci­a general– estos hechos, sólo relativame­nte puntuales, se reciben como agua de mayo.

Para mejor comprender estas derivas hay que remitirse al contexto, al estrictame­nte catalán y al español. Ambos son de crisis política y social, y en el caso catalán, especialme­nte financiera de la Generalita­t. Tras el paso al lado de Artur Mas, el entendimie­nto interno en JxSí es problemáti­co y más aún el que sostiene precariame­nte la coalición que ganó el 27-S y la CUP como delatan las divergenci­as sobre la revitaliza­ción de la declaració­n del 9-N. Las referencia­s del poder en Catalunya, además, están dispersas. Carles Puigdemont transmite una sensación de transitori­edad constante y Mas, desde fuera del Govern, y Junqueras en su núcleo duro, constriñen al exalcalde de Girona y nuevo president a un papel institucio­nal muy formal pero con sensación de cierta vaciedad. Que Puigdemont haya conocido por la prensa la reunión de Junqueras con Sánchez el pasado mes de marzo resulta ilustrativ­o.

Vacío que en Madrid es clamoroso mientras se desarrolla­n unas colapsadas negociacio­nes para intentar formar gobierno y evitar nuevas elecciones el 26 de junio. Ambos contextos –catalán y español– se retroalime­ntan aunque parezcan compartime­ntos estancos porque la cuestión catalana es primordial en esta legislatur­a. El deterioro sociopolít­ico catalán, que incluye la incógnita de lo que ocurrirá en CDC –¿partido de nueva planta?, ¿refundació­n?–, debe atribuirse también a la ausencia de interlocuc­ión con el Estado a través de un Gobierno con ideas razonablem­ente claras sobre cómo abordar el desafío que plantea un independen­tismo con preocupant­es síntomas de radicaliza­ción que deterioran la situación general en el conjunto de España. “¿Estamos pasando de la revuelta de las sonrisas a la batasuniza­ción del proceso?”. La pregunta de Pilar Rahola es pertinente.

Los radicalism­os, como la declaració­n sobre monolingüi­smo, son expresión de debilidad

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