La Vanguardia

El cuervo y la lechuza

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Había pensado escribir hoy sobre el manifiesto impulsado por un grupo de filólogos y sociolingü­istas, el llamado Grup Koiné. Es un tema que está de moda, cosa que me joroba, pero periodísti­camente resulta muy agradecido. Pero qué voy a escribir yo sobre el Grup Koiné que no se haya escrito ya. El colega Juliana ( La Vanguardia, 3 de abril) habla de “aromas padanos en una fracción del independen­tismo: el veneno de la Liga Norte puede estar entrando en Catalunya disfrazado de patriotism­o”. Bien dicho. Y el independen­tista Josep Ramoneda remata la jugada (en el Ara) con su bon sens habitual: “Tinguem la llengua en pau. Per avançar cal sumar, no separar. Des de la puresa és difícil canviar la realitat, sempre imperfecte”. Puestos a avanzar, a sumar, les diré que el dichoso manifiesto ha sido recibido de diversa manera entre los vecinos de mi barrio. Los hay que están muy cabreados, incluidos unp arde in dependen t ispermiten, tas, charnegos, como diría el joven Rufián, que están dispuestos a votar no a una posible independen­cia catalana en el caso de que su lengua, el castellano, no sea reconocida como lengua oficial, al igual que el catalán. Y también los hay que siendo tan o más independen­tistas y charnegos que la pareja que acabo de citar, votarían sí a la independen­cia aunque el castellano, su lengua, no fuese reconocida como oficial en la Constituci­ón de una hipotética República catalana, libre e independie­nte. Paco, uno de ellos, lo argumenta así: “Si en casi cuarenta años de franquismo el catalán no se fue al carajo, ¿cómo van a cargarse el castellano que hablamos tú y yo con la china que nos sirve una copa en el bar de la esquina?”. A Paco, lo que le preocupa de verdad es que dentro de unos años, no muchos, tenga que pedirle la copa a la chica en chino. Ni en catalán ni en castellano: en chino.

Tengamos, pues, la fiesta, perdón, la lengua en paz, como dice Ramoneda, y hablemos, si me lo de libros, en catalán y en castellano. Dentro de unos días será Sant Jordi y como cada año, al acercarse tan señalada fecha, suelo reunir una media docena de libros que mando a mi familia –lo que me queda de familia: mi hijo Josep y mi nieta Agomar– en Varsovia. Este año en el paquete que mañana llevaré a Correos he puesto un ejemplar de Confesione­s de un culé defectuoso, el libro de Sergi Pàmies en el que confiesa que no es antimadrid­ista; La vella capitana. Navegant per la Vida i la Mort, de mi querido Josep Maria Espinàs, un libro lleno de humor escrito en el umbral de los noventa (los cumple el próximo año); El oficio más hermoso del mundo, las memorias del reportero José Martí Gómez, leyenda del periodismo; la última novela de Juan Marsé, Esa puta tan distinguid­a y, para terminar, Jacint Verdaguer, la biografía del poeta que han escrito Marta Pessarrodo­na y Narcís Garolera y que acaba de publicar Quaderns Crema.

El pasado año, el año en que se cumplían 170 años del nacimiento de Verdaguer, Valentí Puig publicó un interesant­e artículo en El País. Empezaba así: “Un imperativo de inercia casi enfermiza nos lleva a perder el tiempo comentando una novela ínfima sobre la vida de Verdaguer –El poeta del poble, de Andreu Carranza– en lugar de explorar mejor tanto la obra como la personalid­ad de quien fue el refundador de una lengua y una literatura que estaban en práctica hibernació­n desde las lejanas glorias medievales”. A Valentí, que es una persona muy comme il faut, se le notaba algo cabreado aquel día, y tras ensañarse con el libro de Carranza, el bueno de Valentí se dolía de que “los enigmas y los ecos de Verdaguer parecen preservars­e intactos sin que se les indague ni interprete, salvo en los términos de minucia filológica que lleva años enfrentand­o a sucesivas sectas verdarguer­ianas”. Valentí, huelga decirlo, estaba sobrado de razón. Pero ahora la cosa ha cambiado. Con la biografía de Marta Pessarodon­a y Narcís Garolera ya nadie podrá escribir que “los enigmas y los ecos de Verdaguer siguen intactos sin que se les indague e interprete”. En esta biografía, “escrita per al ‘lector corrent’, el

common rider del doctor Johnson, passat per Virginia Wolf”, como afirman sus autores, está todo el Verdaguer que, siendo chavales, intuimos en el libro que Joan Sebastià Arbó escribió sobre el poeta y en el que Arbó tampoco nos lo contaba todo, o no supo contarlo o, mejor dicho, no disponía de los materiales para contárnosl­o. Ahora es distinto: con Garolera se puede decir que lo sabemos prácticame­nte todo. Y si, encima, todo ello ha sido masticado lentamente y felizmente digerido por una chica de Bloomsbury como Marta Pessarrodo­na, el resultado es muy de agradecer.

Un total de 326 páginas que leí de un tirón, la noche del jueves a dos cuadras del monumento al poeta, iniciado en 1914 por suscripció­n popular e inaugurado en 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, en la Diagonal, esquina paseo de Sant Joan. Una estatua muy alta para mí, demasiado alta, que por las noches conversa, dicen, con la lechuza publicitar­ia de la familia Roura, en la azotea de “la casa dels fantasmes”. Un Mossèn Cinto que, en cierto modo, me protege y acuna por las noches mientras recuerdo –y lo recordaba leyendo su biografía– el día en que cumplí 13 años y mi padre me regaló un ejemplar de En defensa pròpia . En mi barrio, a la estatua de Verdaguer la llaman el cuervo. El cuervo, la lechuza de los Roura y detrás de ella las torres de la Sagrada Família con sus halcones. Eso, amigos, son cosas que las entiende cualquiera, independen­tista o no, charnego o català com cal .Al igual que la chica china del bar.

Tengamos, pues, la fiesta, perdón, la lengua en paz y hablemos de libros en catalán y en castellano Recuerdo el día en que cumplí 13 años y mi padre me regaló un ejemplar de

En defensa pròpia

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO “La escultura de Jacint Verdaguer conversa por las noches con la lechuza publicitar­ia de la familia Roura”
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