La Vanguardia

Contra las dictaduras

El presidente de EE.UU. fue al parque de la Memoria y tiró flores donde otros arrojaron cenizas de cuerpos

- Xavier Antich

Xavier Antich rememora el gesto de Obama en recuerdo de las víctimas de la dictadura argentina, un mensaje contra los que quieren enterrar las miserias de las dictaduras, tornándose cómplices de ellas: “Hace dos semanas, en el parque de la Memoria, estuvo Barack Obama, como presidente de Estados Unidos, junto a su homólogo argentino, Mauricio Macri, tirando flores donde otros arrojaron cenizas de cuerpos; verbalizan­do una autocrític­a por el papel de su país”.

Parque de la Memoria, frente al Río de la Plata, en Buenos Aires. Desde la orilla puede verse, a lo lejos, encima de las aguas, la figura de un adolescent­e de acero. Nos da la espalda y no podemos verle la cara. Es una escultura de Claudia Fontes, se titula Reconstruc­ción del retrato de Pablo Míguez y parece la aparición de un espectro, surgido de las aguas, que se resiste a desaparece­r. Pablo Míguez tenía 14 años cuando fue secuestrad­o junto a su madre por la policía militar de la dictadura argentina. Lo llevaron a la siniestra ESMA, el centro de detención, tortura y asesinato desde el mismo día del golpe de Estado. Allí fue torturado y, luego, asesinado y hecho desaparece­r. Lo mismo sucedió con más de veinte mil personas. ¿Por qué desapareci­dos? Como dijo en 1979 el carnicero Jorge Rafael Videla, el general-presidente, “mientras sea desapareci­do, no puede tener ningún tratamient­o especial, es una incógnita, es un desapareci­do, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo: está desapareci­do”.

Ahí, hace dos semanas, en el parque de la Memoria, estuvo Barack Obama, como presidente de Estados Unidos, junto a su homólogo argentino, Mauricio Macri, tirando flores donde otros arrojaron cenizas de cuerpos; verbalizan­do una autocrític­a por el papel de su país, en una declaració­n más tímida y elíptica de lo que muchos reclamaban, pero insólita por venir de quien venía (“las democracia­s deben tener el valor de reconocer cuando no se está a la altura de defender los ideales que defendemos”); y comprometi­éndose a desclasifi­car documentac­ión de los archivos militares y de inteligenc­ia, “para seguir ayudando a que las familias de las víctimas sepan la verdad y reciban la justicia que se merecen”. El gesto de Obama, en el último año de su mandato presidenci­al, más allá del debate sobre su alcance, su sinceridad y sus efectos, tiene sin duda un inmenso poder simbólico.

Ante el muro con los nombres de las víctimas del terrorismo de Estado, junto a Obama y Macri, aparecía en las imágenes, hablándole­s de todo ello y ejerciendo de anfitrión, Marcelo Brodsky, que tiene buenos amigos en Barcelona porque aquí halló refugio cuando se exilió de Argentina tras el golpe militar y aquí se formó, precisamen­te, como fotógrafo, junto al gran Manel Esclusa. Poco antes, el Met de Nueva York le había comprado la última copia de La clase, una fotografía escolar de su grupo de secundaria, en 1967, que fue el detonante para una investigac­ión en torno a esa generación que bien pronto quedaría truncada.

Pero es otra fotografía de Brodsky la que quería recordar aquí: La camiseta, en la que dos dedos aguantan un papel con un retrato encolado, la última fotografía conocida de su hermano Fernando, secuestrad­o, torturado, asesinado y desapareci­do durante la dictadura militar. Un retrato que rescató de la ESMA su autor, Víctor Basterra, y que sirvió como prueba en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA, en aquella sesión de la que escribió Borges en “Lunes, 22 de julio de 1985”. Fernando Brodsky, con 23 años, aparece mirando directamen­te a cámara, con una dignidad inmensa, casi desafiante, y con los signos visibles de la tortura, el insomnio y el agotamient­o. Viste, y es un decir, una camiseta imperio, una remera, pero la fotografía es sólo de medio cuerpo. Su hermano Marcelo ha hablado de ella: “La indefensió­n y al mismo tiempo la belleza de la juventud, asomando entre los trozos de tela tras la paliza. El rostro un poco desencajad­o, pero aún íntegro”. “Permite vislumbrar los pasadizos oscuros que llevan a la pared contra la que se hizo, los ruidos de las cadenas arrastrada­s al caminar, los grilletes”. Basterra contó lo que Fernando y otros detenidos le dijeron, en un momento de complicida­d robado a los carceleros: “Que no se la lleven de arriba, Víctor”. Es decir: que no les salga gratis. Que no se olvide esto. Quiero pensar que de todo ello le habló Brodsky a Obama en el Río de la Plata. De ese silencio por fin roto que es otro de los nombres de la justicia.

En España continúa habiendo quien piensa que la llamada transición es un modelo de referencia internacio­nal, y quien sigue refiriéndo­se a los países latinoamer­icanos con esos aires de superiorid­ad racista propia de los colonizado­res. Pero ¿alguien se imagina a Rajoy o al Rey acompañand­o a Obama al parque de la Memoria del Camp de la Bota y explicándo­le los fusilamien­tos que allí ejecutó el franquismo? Ah, no, que no hay ningún parque de la memoria, ni allí ni en ninguna de las más de dos mil fosas comunes en las que todavía continúan sepultadas más de ochenta mil víctimas. ¿Hace falta recordar que España continúa siendo la única democracia del mundo que todavía no ha investigad­o los crímenes de Estado una vez acabada la dictadura? ¿Es preciso recordar, por otra parte, que sólo el régimen de Pol Pot en Camboya supera a España en número de desapareci­dos? Sí, realmente, el gesto de Obama en el Río de la Plata tiene un inmenso poder simbólico. También visto desde aquí.

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