La flor en el fusil
La fragata española ‘Numancia’ ha rescatado a casi 800 personas en su misión cerca de Libia
La fragata Numancia del ejército español ha sustituido su función bélica original por la diametralmente opuesta de salvaguardar las vidas de las personas que huyen de la guerra en Libia en busca de un refugio en la soñada Europa.
El pañol (almacén) de torpedos se ha readaptado como enfermería. En el hangar del helicóptero cuelgan redes con centenares de chalecos salvavidas, mantas y ropa de recambio. La fragata lanzamisiles española Numancia se ha transformado de navío de guerra en plataforma de socorro humanitario. “Si viene un submarino ruso, no tenemos nada que hacer”, bromea un oficial, a propósito de la falta de torpedos, durante una escala técnica en el puerto de Civitavecchia, al noroeste de Roma.
La Numancia, con una dotación de 214 hombres y mujeres, participa en la misión europea Eunavfor Med Sophia, cuyo objetivo es desarticular las bandas de traficantes de seres humanos y, al mismo tiempo, rescatar a migrantes y refugiados. El barco español opera frente a las costas de Libia, en aguas internacionales. Hasta ahora lleva socorridas a casi 800 personas. La operación de mayor envergadura tuvo lugar a mediados de marzo. Fueron 668 náufragos –entre ellos 39 niños– los que la Numancia rescató y transportó, sanos y salvos, hasta el puerto de Cagliari, en la isla de Cerdeña.
“Poder ayudar a esta gente supone una gran satisfacción personal –afirma el médico de a bordo, Jaime Chiarri–. Es también importante dar a conocer la encomiable labor que hacen los ejércitos de España”. Chiarri, con rango de alférez, no es un militar profesional. Pertenece a la reserva voluntaria. Abandonó su trabajo como forense en Alicante para incorporarse a esta misión. “Si todos aplicáramos en nuestra vida civil los valores de la milicia, como la disciplina y la lealtad, otro gallo nos cantaría”, agrega Chiarri. Este médico considera que “para mantener nuestro sistema de vida, para tener nuestros hospitales, nuestra justicia o nuestra educación, es necesario enviar barcos de nuestra Armada allende nuestras fronteras, porque es ahí donde hay que luchar contra todo eso que quiere destruir nuestro modo de vida”.
El momento más crítico para los marineros de la Numancia se produce cuando se aproximan a una patera, en las embarcaciones de rescate, y tienen que convencer a los náufragos de que no se impacienten, no se muevan y colaboren. Cualquier error puede causar víctimas, pues la mayoría de migrantes no sabe nadar. “Yo creo que cada vez vienen más enseñados –comenta el capitán, Juan Bautista Pérez Puig–. Las mafias les dicen con antelación qué deben hacer y qué no. Para estas mafias tampoco es bueno que se les ahoguen 500 migrantes. Son los primeros interesados en que eso no ocurra”.
Para Pérez Puig, que participó en el despliegue naval durante la primera guerra del Golfo (1990-1991), no es ningún problema, ni técnico ni profesional, reciclarse como socorristas humanitarios. “Este es un buque polivalente –explica–. Es cierto que está hecho para combatir y para proteger a buques más grandes, pero está hecho para lo que necesite la nación. Ahora España nos necesita para detener a las mafias, ese es el objetivo fundamental, pero colateralmente hacemos estos salvamentos. Es verdad que la dotación tiene un sentimiento diferente. No se ve cada día a 39 niños en cubierta. Para quienes los atienden, velan por su seguridad y les dan de comer, supone una nueva cara de su profesión que no conocían”.
–¿Le hace replantearse su vocación militar?–, le preguntamos.
–No, en absoluto –responde el capitán–. Me reafirma, pues siendo militar soy capaz de realizar un espectro de misiones que otras profesiones no pueden hacer. El Estado debe aprovechar todos los medios que tiene. Y este es un medio muy útil y valioso. Pienso que se está aprovechando de manera correcta.
La Numancia esconde dos hechos curiosos. A bordo viaja una pareja de recién casados, ambos militares, quienes, obviamente, no pueden compartir camarote. La otra anécdota la ofrece Antonio López, alférez de navío y enlace de prensa, que tiene la mala fortuna de marearse cuando hay mala mar. Al parecer no es algo muy raro entre marinos. “Pero mi caso es algo exagerado”, admite. Además de tomar pastillas, su remedio casero consiste en comer pan con manzana.
La dotación incluye una pareja de recién casados –que no comparte camarote– y un oficial que se marea