La Vanguardia

Nueva izquierda catalana

El campo de las decisiones políticas responde a lógicas no académicas

- Francesc-Marc Álvaro

La recién estrenada dirección de ICV tiene el encargo de cristaliza­r el nuevo partido señero de la izquierda catalana.

Soy crítico con el manifiesto del Grupo Koiné, por razones de oportunida­d política y por aspectos de contenido. Respeto a muchos de los que han firmado este papel, pero considero que la lengua –desde el punto de vista político– es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos exclusivas de filólogos y sociolingü­istas, del mismo modo que el uso de la energía nuclear no es un asunto sólo de físicos e ingenieros. El campo de las decisiones políticas responde a lógicas no académicas: a partir del conocimien­to de la realidad, el político intenta una síntesis de intereses muy delicada.

Es inoportuno y contraprod­ucente abrir el melón de las políticas lingüístic­as justamente cuando el independen­tismo necesita más votos, más tiempo y más unidad política. En medio del pulso con los poderes del Estado, es de una gran miopía política ponerse a discutir si habrá una lengua o dos con carácter oficial. Este resbalón se incluye dentro de un problema que ya he apuntado: intentar hacer a la vez la desconexió­n y un proceso constituye­nte (donde tocaría hablar de lengua y de mil cosas más) es un error estratégic­o que degenera en autogoles y ruido. Y eso no ayuda a aumentar el apoyo a la independen­cia. “¡Nunca será el momento de hablar de lengua!”, se exclaman irritados algunos. A estos les pido que salgan de su cuadrícula y observen las dificultad­es del proceso en su conjunto.

El objetivo de los impulsores del manifiesto es, sobre todo, advertir de ciertos peligros, cuyo principal es una futura Catalunya que, a efectos lingüístic­os, fuera como Irlanda o Andorra, donde el catalán podría acabar siendo folklórico. Puedo compartir esta inquietud, pero no la nostalgia que destila el papel por un país que no volverá, ni la valoración negativa que se hace de los resultados de la normalizac­ión. Por ejemplo, hay un dato muy relevante: un 15% de personas que tienen el castellano como primera lengua asumen el catalán como lengua propia. Por otra parte, hablar de la inmigració­n como de “colonizaci­ón lingüístic­a” (aunque se añada el concepto “instrument­o involuntar­io) indica que algunos han olvidado las premisas del catalanism­o reformulad­o después de la Guerra Civil. El PSUC, Pujol, Candel y el PSC definieron muy bien el terreno de juego.

Obviamente, la última inmigració­n, la deslocaliz­ación cultural, la globalizac­ión y las nuevas tecnología­s obligan a revisar antiguas certezas, pero sin cargarnos nunca los consensos que han conjurado la división étnica. Algunos –desde el centralism­o y el unitarismo– han aprovechad­o el manifiesto para soltar su odio obsesivo contra el nacionalis­mo catalán, como Morán. A él y a otros hay que recordarle­s que el único fascismo y racismo que hemos conocido los catalanes es el que fomentó el franquismo durante cuarenta años de dictadura. Las mentiras miserables no dejan de serlo aunque se repitan cada semana.

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