Negocios con mala prensa
Entrar en Casa Anselma a media noche, cuando abren, “depende de la amargada señora de la puerta” a la que otro internauta llama “sinvergüenza”. Una vez dentro del local, barroco y trianero, “la gente tiene que aguantar que le hablen mal o la discriminen sin razón alguna”.
¡Qué razón tenían las opiniones y que a gusto me sentí el viernes malgré tout y después de ver a Morante dar la media verónica del siglo en el ruedo de la Maestranza! –¡Ya está lleno, vuelvan mañana! Bienvenidos. Casa Anselma no tiene rótulos ni carteles exteriores y hace esquina en el barrio de Triana, el Sarrià de Sevilla: repúblicas insulares y nobiliarias, donde la gente da los buenos días a su manera y gusta despotricar de los forasteros que vienen a sacarse fotos.
El local tiene dos puertas y siempre hay cola. ¿Cómo puede la gente guardar cola para entrar en un negocio cuyas opiniones, en la red, incitan a salir huyendo o a presentar denuncia en comisaría? No eran las doce de la noche y abrieron puertas y la gente corrió
Casa Anselma, en Triana, es el antro nocturno más extraño que he visto en mi vida y llevo algunos...
mientras Anselma, que ya cumplió los 60, es rubia pollito y gasta mala leche, se esfuerza en dispersar a cajas destempladas a los últimos de la fila (servidor, entre ellos). Cuando ve que te cuelas, en sus morros, deja de gritar: ya eres de la casa.
Y ahí empieza el misterio. Casa Anselma es el antro nocturno más extraño que he visto en mi vida. No se anuncia, no se identifica, recibe al cliente a palos, se llena cada noche y sin embargo no cobra un euro de entrada cuando tiene una clientela española de posibles. Si uno desconfía de las apariencias –y ese es el secreto– puede pasar una noche en grande con una copa de Havana 7 años o Jameson por siete euros –va por el maestro Segarra– o a ninguna si desiste de alcanzar la barra o lleva las copas puestas. –¡No quiero ver a nadie sin copa! Anselma va echando la bronca a clientes que se mueren de ganas por un trago –o dos– y aguardan la atención de la camarera, sobrina de la dueña. Y así transcurre la primera media hora, de reconocimiento: ¿somos masoquistas o unos privilegiados?
Cuando el local, todo atmósfera, algo taurino, muy bodeguero y un punto viscontiniano, está saturado arranca la música que es buena pero ni es flamenco puro ni es rumba ni es fandango, es lo que la gente quiere que sea. A eso la dueña lo llama “flamenquear”: dejarse llevar y pasear por la noche.
El misterio es que el público, como en una obra maestra de Losey, empieza a girar la tortilla y se convierte en el dueño de Casa Anselma a base, claro, de amansar a la propietaria y escuchar al guitarrista, el cantaor y el que golpea la caja. –¡Cuántos idiotas tengo esta noche! Cuando Anselma dice eso, el cliente ya intuye que va a ser una noche ideal para reírse de uno mismo y de los foros de opinión.