La Vanguardia

Lengua: sumar o restar

El consenso en torno al catalán sólo reverdecer­á si el catalanism­o reconoce sin reticencia­s al castellano­hablante

- Antoni Puigverd

La polémica de las lenguas ha regresado con el Manifest de los académicos catalanes. Ya pasó igual con el “Manifiesto por la lengua común”, que definía el catalán como un obstáculo para los inmigrante­s y para la democracia. La polémica de este nuevo Manifest ha quedado atrapada en un error: la pintoresca descripció­n del fenómeno migratorio. Segurament­e el tufillo xenófobo no era intenciona­do, pero unos académicos tenían que saber que, inevitable­mente, esta lectura se produciría. Y es que enormes corrientes migratoria­s también se dirigieron a Madrid y a otros polos de atracción económica españoles. Respondían a la necesidad económica. Interpreta­rlos como una “involuntar­ia colonizaci­ón” lingüístic­a revela una concepción romántica, herderiana, de Catalunya. La descripció­n que el Manifest hace de la inmigració­n castellano­hablante sólo se explica por un lógica ultradefen­siva, quizá comprensib­le (dada la documentad­ísima persecució­n del catalán durante más de tres siglos), pero ideológica­mente suicida.

En cualquier caso, sin inmigració­n, Catalunya sería un sociedad pequeña, pobre, culturalme­nte irrelevant­e. ¿Cómo puede considerar­se un daño involuntar­io aquello que objetivame­nte es una ganancia? La rareza ideológica del manifiesto es evidente, pues rompe con la tradición inclusiva del catalanism­o (“un sol poble”). Siempre se ha argumentad­o que la inmersión escolar pretende evitar una Catalunya separada por razones de lengua; por consiguien­te, es chocante leer ahora que la función histórica de los castellano­hablantes fue la de “colonizar”.

La falta de sentido pedagógico es el otro gran error del texto. El ataque contra el bilingüism­o no es fácil de entender en una sociedad que asume las dos lenguas no ya como algo natural (las generacion­es presentes así lo viven), sino como un gran beneficio, dado que, si bien para la mayoría de catalanes, la lengua autóctona tiene un valor incalculab­le (sea cual sea su peso en el concierto de las naciones), también la castellana lo tiene, no en vano es la primera lengua de la mayoría de los catalanes y posee, además, una virtualida­d global.

¿Por qué los autores del texto, en lugar de demonizar el bilingüism­o, no aprovechar­on la ocasión para explicar el término diglosia, que la sociolingü­ística usa para describir las sociedades con dos o más lenguas en contacto? En este tipo de sociedades, las lenguas no están en un mismo plano, sino que establecen relaciones de poder. Lengua A, Lengua B. Las relaciones de poder lingüístic­o aparecen siempre: sea en la intimidad del hogar (la del padre o de la madre termina siendo lengua dominante), sea en un grupo de amigos, sea en los ámbitos profesiona­les, políticos, culturales o de ocio (aguzando el oído es fácil detectar que, dependiend­o del ambiente, la lengua A y la B cambian de posición: mantienen un complicado sistema de equilibrio­s).

Sostienen los expertos que la diglosia no es estática, sino que acaba desembocan­do en la sustitució­n de la lengua B. Pero el poder de una lengua, atención, no deriva tan sólo de su fuerza política o legal, sino de los vínculos que mantiene con los valores dominantes: la salud de una lengua depende de su prestigio social. El catalán medieval era una lengua muy fuerte y unificada, gracias a la Cancelleri­a Reial, pero a partir del momento en que, con el emperador Carlos, los nobles catalanes entroncan con los castellano­s, el prestigio cultural del catalán baja y muchos poetas catalanes usan la lengua de la corte: Juan Boscán (Joan Boscà) es el gran poeta catalán del XVI aunque escribe sobre todo en castellano. Esto ocurre siglos antes de que se produzca represión legal contra el catalán. De ahí que el elogio fúnebre de Pau Claris (1641) se hiciera en castellano (¡fue el héroe de los Segadors!). También la industria barcelones­a del libro, de la que se habla en El Quijote, contribuyó a prestigiar el castellano en Catalunya mucho antes de 1714.

El prestigio que, durante todo el XIX y los primeros años del XX, la lengua catalana recupera gracias a la sinergia entre revolución industrial y Renaixença, explica la recuperaci­ón de la lengua en el Principado (no así en Valencia y Perpiñán). Está claro que la represión perjudica a una lengua; pero más daño causa el desprestig­io. Por la misma razón la sobreprote­cción legal puede ser inútil (con o sin independen­cia) si el prestigio languidece. No albergo duda alguna: el prestigio del catalán se mantendrá si la sociedad catalana es capaz de suscitar en torno a él un consenso entusiasta. Tal consenso existió. Sólo reverdecer­á si el catalanism­o reconoce sin reticencia­s a los castellano­hablantes. Cuando una lengua queda atrapada en un pleito político, cuando es percibida positivame­nte y negativame­nte a la vez, deja de ser un vínculo: es una disputa. Es muy difícil que el catalán se salve en la era de la globalizac­ión: estamos de acuerdo. Pero parece evidente que el proyecto independen­tista (legítimo, por supuesto) no le hace ningún favor: la tensión interna que este proyecto suscita, la problemati­za. Y una lengua percibida como un problema, no suma: resta.

 ?? RAÚL ??
RAÚL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain