Lengua: sumar o restar
El consenso en torno al catalán sólo reverdecerá si el catalanismo reconoce sin reticencias al castellanohablante
La polémica de las lenguas ha regresado con el Manifest de los académicos catalanes. Ya pasó igual con el “Manifiesto por la lengua común”, que definía el catalán como un obstáculo para los inmigrantes y para la democracia. La polémica de este nuevo Manifest ha quedado atrapada en un error: la pintoresca descripción del fenómeno migratorio. Seguramente el tufillo xenófobo no era intencionado, pero unos académicos tenían que saber que, inevitablemente, esta lectura se produciría. Y es que enormes corrientes migratorias también se dirigieron a Madrid y a otros polos de atracción económica españoles. Respondían a la necesidad económica. Interpretarlos como una “involuntaria colonización” lingüística revela una concepción romántica, herderiana, de Catalunya. La descripción que el Manifest hace de la inmigración castellanohablante sólo se explica por un lógica ultradefensiva, quizá comprensible (dada la documentadísima persecución del catalán durante más de tres siglos), pero ideológicamente suicida.
En cualquier caso, sin inmigración, Catalunya sería un sociedad pequeña, pobre, culturalmente irrelevante. ¿Cómo puede considerarse un daño involuntario aquello que objetivamente es una ganancia? La rareza ideológica del manifiesto es evidente, pues rompe con la tradición inclusiva del catalanismo (“un sol poble”). Siempre se ha argumentado que la inmersión escolar pretende evitar una Catalunya separada por razones de lengua; por consiguiente, es chocante leer ahora que la función histórica de los castellanohablantes fue la de “colonizar”.
La falta de sentido pedagógico es el otro gran error del texto. El ataque contra el bilingüismo no es fácil de entender en una sociedad que asume las dos lenguas no ya como algo natural (las generaciones presentes así lo viven), sino como un gran beneficio, dado que, si bien para la mayoría de catalanes, la lengua autóctona tiene un valor incalculable (sea cual sea su peso en el concierto de las naciones), también la castellana lo tiene, no en vano es la primera lengua de la mayoría de los catalanes y posee, además, una virtualidad global.
¿Por qué los autores del texto, en lugar de demonizar el bilingüismo, no aprovecharon la ocasión para explicar el término diglosia, que la sociolingüística usa para describir las sociedades con dos o más lenguas en contacto? En este tipo de sociedades, las lenguas no están en un mismo plano, sino que establecen relaciones de poder. Lengua A, Lengua B. Las relaciones de poder lingüístico aparecen siempre: sea en la intimidad del hogar (la del padre o de la madre termina siendo lengua dominante), sea en un grupo de amigos, sea en los ámbitos profesionales, políticos, culturales o de ocio (aguzando el oído es fácil detectar que, dependiendo del ambiente, la lengua A y la B cambian de posición: mantienen un complicado sistema de equilibrios).
Sostienen los expertos que la diglosia no es estática, sino que acaba desembocando en la sustitución de la lengua B. Pero el poder de una lengua, atención, no deriva tan sólo de su fuerza política o legal, sino de los vínculos que mantiene con los valores dominantes: la salud de una lengua depende de su prestigio social. El catalán medieval era una lengua muy fuerte y unificada, gracias a la Cancelleria Reial, pero a partir del momento en que, con el emperador Carlos, los nobles catalanes entroncan con los castellanos, el prestigio cultural del catalán baja y muchos poetas catalanes usan la lengua de la corte: Juan Boscán (Joan Boscà) es el gran poeta catalán del XVI aunque escribe sobre todo en castellano. Esto ocurre siglos antes de que se produzca represión legal contra el catalán. De ahí que el elogio fúnebre de Pau Claris (1641) se hiciera en castellano (¡fue el héroe de los Segadors!). También la industria barcelonesa del libro, de la que se habla en El Quijote, contribuyó a prestigiar el castellano en Catalunya mucho antes de 1714.
El prestigio que, durante todo el XIX y los primeros años del XX, la lengua catalana recupera gracias a la sinergia entre revolución industrial y Renaixença, explica la recuperación de la lengua en el Principado (no así en Valencia y Perpiñán). Está claro que la represión perjudica a una lengua; pero más daño causa el desprestigio. Por la misma razón la sobreprotección legal puede ser inútil (con o sin independencia) si el prestigio languidece. No albergo duda alguna: el prestigio del catalán se mantendrá si la sociedad catalana es capaz de suscitar en torno a él un consenso entusiasta. Tal consenso existió. Sólo reverdecerá si el catalanismo reconoce sin reticencias a los castellanohablantes. Cuando una lengua queda atrapada en un pleito político, cuando es percibida positivamente y negativamente a la vez, deja de ser un vínculo: es una disputa. Es muy difícil que el catalán se salve en la era de la globalización: estamos de acuerdo. Pero parece evidente que el proyecto independentista (legítimo, por supuesto) no le hace ningún favor: la tensión interna que este proyecto suscita, la problematiza. Y una lengua percibida como un problema, no suma: resta.