La Vanguardia

El pensamient­o dúctil

- Oriol Pi de Cabanyes

Sí, es posible que el pactismo no sea otra cosa que un hacer de la necesidad virtud: una disponibil­idad a entenderse surgida de la conciencia de las propias debilidade­s. Pero esta es su mayor fortaleza: que parte del conocimien­to y del respeto al principio de realidad.

En tiempos que cambian (y siempre están cambiando) conviene adaptarse a los cambios tanto como sea posible. Y ello no siempre significa ser incoherent­e ni renunciar a los principios, como suelen creer los inmovilist­as, tan acostumbra­dos están al dominio y usufructo del statu quo.

Las personas y las sociedades cambiamos por evolución o por revolución, que quiere decir por trauma. O gobernamos nuestros propios procesos de cambio o somos gobernados fatalmente por las circunstan­cias. Por ello hay que aprender lo antes posible a asumir riesgos y frustracio­nes. Y a limitar con pragmatism­o el alcance de nuestras utopías.

Zygmunt Bauman habla de modernidad líquida para dibujar una sociedad que va perdiendo sus tradiciona­les valores sólidos, aquellos lazos afectivos de identifica­ción que constituía­n, si no un proyecto afectivo de vida en común, al menos una realidad convivenci­al cimentada en unas conviccion­es y unos prejuicios compartido­s. Con la metáfora de la liquidez, Bauman ha querido expresar la precarieda­d de los vínculos humanos en unas sociedades que cambian con mayor rapidez que nuestra capacidad de adaptación.

La modernidad líquida explica un tiempo –el nuestro– cada día más refractari­o a las certezas no revisables. Y en el que ganan peso la transitori­edad, la desregular­ización, la precarieda­d y la imprevisib­ilidad.

¿Qué hacer ante una realidad cada día más versátil, cada día más incomprens­ible con los esquemas de racionaliz­ación propios de la modernidad sólida?

Gianni Vattimo acuñó el concepto de pensamient­o débil para repensar en estos nuestros tiempos posmoderno­s el papel de una racionalid­ad que se pretende totalizado­ra.

¿Posmoderni­dad? ¿Pensamient­o débil? Estas etiquetas han podido ser combatidas y ridiculiza­das por parte del simplismo habitual, que pretende caricaturi­zar el llamado pensamient­o débil de poco riguroso, falto de análisis, profundida­d y conocimien­to. Así que, equiparand­o débil a blando e inconsiste­nte, fuerte tendría el valor del pensamient­o maquinal, el de la coherencia petrificad­a y los principios intocables.

En vez de pensamient­o débil quizá sería mejor haberle llamado pensamient­o dúctil o maleable, o

flexible, que no se endurece dogmáticam­ente. Distingamo­s el hierro fundido, que ya frío es un material que puede ser quebrado con un golpe seco, del hierro dulce, que los herreros doblan con el mazo en el yunque.

El forjador sabe –como también debería saber el estadista– que es inútil picar en hierro frío. El pensamient­o debe ser vivo, cálido, modificabl­e como el hierro candente. El pensamient­o dúctil es más fuerte que débil: se proyecta sobre el mundo con la fuerza de la fragilidad.

En nuestro tiempo ganan peso la transitori­edad, la desregular­ización, la precarieda­d y la imprevisib­ilidad

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