La Vanguardia

Bilingüism­o inteligent­e

- Rafael Jorba

Nosésiel proceso acabará produciend­o una fractura social en Catalunya. Lo que ha producido ya es una fractura intelectua­l en el catalanism­o. Así lo evidencia el manifiesto Per un veritable procés de normalitza­ció lingüístic­a a la Catalunya independen­t. No haré un alegato en contra, entre otras razones porque conozco y respeto a algunos de sus firmantes, y porque comparto el objetivo de la promoción de la lengua catalana. Decía André Gide que “con buenos sentimient­os se hace mala literatura”; en este caso, se ha hecho mala pedagogía. Puede defenderse –no es mi posición– el estatus del catalán como lengua territoria­l de Catalunya, pero no puede señalarse a la inmigració­n castellano­hablante “como instrument­o involuntar­io de colonizaci­ón lingüístic­a”. Sería tanto como decir que a inicios del siglo XX, cuando las jóvenes de la Catalunya interior iban a servir a Barcelona –y el servicio hablaba catalán–, los señores y las señoras de Barcelona que lo hacían en castellano eran agentes voluntario­s de esa colonizaci­ón.

Simplifica­ciones al margen, quiero aportar otro punto de vista. No se trata de un argumentar­io ad hoc, escrito como réplica al manifiesto de referencia, sino que recoge las aportacion­es que hice en el debate Lengua y acogida, celebrado el 20 de noviembre de 2009 en el Institut d’Estudis Catalans. Partía de una constataci­ón: el catalán es la lengua propia de Catalunya, pero en ningún lugar está escrito que el castellano sea una lengua impropia o extraña. Esta complejida­d catalana, incluido el carácter bilingüe de sus ciudadanos, es un valor añadido en la era de la globalizac­ión: las sociedades del siglo XXI son más plurales –también más conflictiv­as– y estamos mejor situados que otros territorio­s para administra­r la complejida­d.

El bilingüism­o no es un déficit, sino un superávit: aprendemos desde muy pequeños que el nombre de las cosas no se confunde con las cosas –una taula es también una mesa– y, a la vez que aprendemos a hablar, aprendemos también a tener una visión plural, poliédrica, de la realidad. Somos más fuertes porque somos más complejos. La mesa como “unidad de destino en lo universal” ya no existe; tampoco la taula. Los estudios sobre la relación entre bilingüism­o e inteligenc­ia constatan una mayor flexibilid­ad cognitiva entre los niños bilingües. Así, las asociacion­es múltiples, ligadas al aprendizaj­e de dos o más lenguas, refuerzan el pensamient­o creativo y la comprensió­n del otro.

En Catalunya no debemos caer en la tentación de ligar el futuro de la lengua catalana a la suerte de una apuesta política determinad­a; en este caso, del proceso independen­tista. Tampoco de un territorio determinad­o: la expresión Països Catalans es percibida por otras comunidade­s de habla catalana como portadora de una carga pancatalan­ista; no así el concepto de territorio­s de habla catalana .Enel resto de España, la Administra­ción central debería promover el catalán como lengua española, al igual que las otras lenguas españolas, en sintonía con el artículo 3 de la Constituci­ón, a partir de aquel principio de que hay lenguas que se aprenden y lenguas que se comprenden. Un bilingüism­o inteligent­e, en síntesis.

El catalán es la lengua propia de Catalunya, pero el castellano no es una lengua impropia o extraña

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