Reunión antinuclear en Hiroshima
QUIZÁS no haya en el mundo un lugar más apropiado que Hiroshima para hacer votos por el desarme nuclear. En la mañana del 6 de agosto de 1945, el bombardero norteamericano Enola Gay soltó sobre la ciudad japonesa la primera bomba atómica. Los efectos fueron devastadores. Unas 80.000 personas murieron aquel día. A finales de año, la cifra de víctimas sumaba 140.000. Otra bomba lanzada en Nagasaki el día 9 causó 74.000 muertos. Una semana después, Japón capitulaba.
Los ministros de Exteriores del G-7 se reunieron el domingo y ayer en Hiroshima para preparar la cumbre de este organismo prevista para el 26 y el 27 de mayo en Ise Shima, también en Japón. En la declaración de Hiroshima, recién firmada, los miembros del G-7 abogan por un mundo sin armas nucleares. Pero acaso más llamativa que esta declaración sea la visita que todos ellos, encabezados por John Kerry, secretario de Estado norteamericano, efectuaron ayer al parque y al museo que conmemoran la matanza de Hiroshima. Kerry es el político estadounidense de más alto rango que rinde visita al lugar. Antes estuvo allí Jimmy Carter, pero sólo después de abandonar la presidencia y la Casa Blanca.
El gesto de Kerry –que podría ser la antesala de otro similar del presidente Obama el próximo mayo– tiene gran valor simbólico y político. La misma acción que sirvió a EE.UU. para derrotar a Japón dio pie ayer a Kerry para abogar por la paz. No fue, ni mucho menos, una petición de perdón. Pero sí una declaración de intenciones que se sitúa en las antípodas del rearme atómico. “Este es un recordatorio crudo, duro y convincente –dijo Kerry en Hiroshima– de nuestra obligación de acabar con las armas nucleares y con la guerra”.
El propósito de Kerry y del G-7 es loable. Es cierto, además, que el presidente Obama manifestó ya en el 2009 su deseo de un mundo sin armas nucleares. Pero, obviamente, responde asimismo a intereses concretos. Los años de la guerra fría y la mutua disuasión atómica entre EE.UU. y la Unión Soviética ya pasaron. Hoy poseen la bomba atómica muchos países. Empezando por EE.UU., Rusia, el Reino Unido, Francia y China. Y siguiendo por India, Pakistán, Corea del Norte –que reitera muy a menudo sus bravuconadas nucleares– y, posiblemente, Israel. Se sabe que otros países han desarrollado programas nucleares, de desenlace no siempre claro. Esta profusión abre la puerta a algo peor que el uso de la amenaza nuclear por parte de un país: a su uso por grupos terroristas. Por ello, el afán de las grandes potencias para frenar la carrera nuclear es manifiesto. Y, también, cada día más urgente.