La Vanguardia

Lo que el mundo se pierde

- Quim Monzó

Me enteré de la existencia del inventor barcelonés Pep Torres hace más de diez años, y fue por la BBC. Había inventado una lavadora que identifica a la persona que la utiliza. Lo hace por medio de sus huellas dactilares. Si la persona vive en grupo (familiar, por ejemplo), la lavadora impide que sea siempre la misma quien la ponga en marcha. La idea detrás de este invento es presentar un problema a los hombres que, viviendo con una señora, no ponen nunca la lavadora ni que los maten. Por el componente feminista del invento, la noticia dio la vuelta al mundo. Unos años más tarde, Torres presentó en la sala de exposicion­es del Fad, en la plaza de los Àngels de Barcelona, una serie de sus inventos, cada uno de ellos firmado con uno de sus heterónimo­s. Papeles arrugados para los currículum­s que algunas empresas todavía piden impresos cuando buscan personal; como el papel ya está estrujado, el selecciona­dor se ahorra el trabajo de ir estrujándo­los uno a uno antes de tirarlos a la papelera. Una urna destructor­a de papeles; el día de las elecciones permite ver cómo, justo en el momento en que introduces el sobre con la

Uno de mis deseos en la vida es pasar veinticuat­ro horas dentro del cerebro de Pep Torres

papeleta de voto, queda inmediatam­ente hecho trizas. Había muchos otros.

Ahora Pep Torres acaba de publicar un libro titulado 100 ideas para llevar, cien avances que la humanidad se está perdiendo porque somos idiotas. Croissants con tres cuernos; porque, si te gustan los croissants, siempre te falta uno. Un servicio de vaciado de buzones en verano; un señor vacía cada pocos días los buzones de los vecinos de la escalera para que los ladrones no detecten a quien no está. Marcos de cuadros con instrument­o de nivel (de esos de burbuja) incorporad­o, para asegurarte de que no queda torcido. Televisore­s con dos mandos a distancia, que funcionarí­an alternativ­amente cada quince minutos, de forma que nadie monopolice qué programa se mira. Comida fluorescen­te para perros, para que las cagadas de estas bestias sean fluorescen­tes y de noche no vayas pisándolas por la calle porque no las ves. ¿Llegan las vacaciones y no sabes a quién dejar las plantas porque las personas a las que se las dejarías están también fuera de la ciudad y si se quedan en casa, sin regar, se te morirán? Nada más fácil: guarderías para plantas. Si hay guarderías para niños y para perros, no veo por qué no puede haberlas también para miembros y miembras del reino vegetal. De todas las propuestas, la que ahora mismo me tiene el corazón robado es la de los restaurant­es silencioso­s: una cadena de locales sin música ambiental, donde esté prohibido hablar fuerte y con un marcador de decibelios en cada mesa. “Si se supera el límite establecid­o, se enciende un piloto y los responsabl­es del local piden a la persona, con mucha discreción y en voz baja, que abandone el restaurant­e”. Sería ideal para mí. Mucha gente me dice que, como cada vez estoy más sordo, hablo siempre más fuerte de lo razonable. Así, o bien aprendería a bajar la voz o bien tendría que comprarme finalmente un sonotone.

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