La Vanguardia

El manifiesto

- Pilar Rahola

Si este país fuera normal, este artículo no tendría sentido. O tendría otro sentido, porque trataría el tema desde otro ángulo, el que correspond­e al debate abierto por el manifiesto Koiné sobre la oficialida­d del catalán. Y añado que, en ese caso, soy crítica con algunos puntos del manifiesto y no comparto al completo su diagnóstic­o.

Pero mi opinión tiene poca importanci­a, porque ha sido tal la criminaliz­ación que han sufrido sus firmantes, que no existe debate, sólo una pira pública donde quemar a quienes, desde posiciones democrátic­as legítimas, consideran que, en un Estado catalán, la lengua oficial debería ser la propia del país, convencido­s de que el bilingüism­o es un instrument­o letal para la salvación del catalán. Y muchos de los firmantes son sociolingü­istas, de manera que hablan con conocimien­to profesiona­l.

Por supuesto, otros muchos no compartimo­s esa posición, quizás porque la realidad de una masa social catalana que tiene el castellano como lengua propia pesa más que las considerac­iones históricas. Además, creemos que, con los instrument­os de un Estado, salvaríamo­s el doble patrimonio lingüístic­o. Pero esa esgrima crítica entre posiciones diversas ha resultado

Cual inquisició­n mayor del reino, han quemado, apedreado y descuartiz­ado a los herejes del manifiesto

ser imposible porque han salido en tropel los guardianes del Santo Grial español, y cual inquisició­n mayor del reino, han quemado, han apedreado y han descuartiz­ado a los herejes del manifiesto.

Algunos artículos, como el que circulaba el sábado cerca de este espacio, han sido tan vomitivos que duele mentarlos, pero, en conclusión, unos y otros, venidos de la orilla derecha o de la izquierda, han sacado la artillería mayor. Y ha sido así como gentes que han luchado por las libertades y que han defendido el catalán en los tiempos más difíciles han sido tachadas de “fascistas”, “totalitari­os”, “nazis” y “racistas”. Y encima, algunos de los acusadores lo han hecho desde “posiciones de izquierdas”. Aunque nada sorprende, porque hay progres muy sectarios y muy reaccionar­ios cuando se trata del tema catalán.

Estos son los extraños tiempos que vivimos. En Catalunya, en pleno proceso de independen­cia, resulta que debatir sobre la oficialida­d del catalán es fascista. Al tiempo, es democrátic­o, tolerante, progre y civilizado atacar al catalán por todos los flancos, no sea que el castellano deje de ser una lengua víctima. Y todo dicho con un halo de superiorid­ad moral muy propio del comisariad­o político.

Si no fuera indecente, sería repugnante. Y sí, es indecente que se use el fascismo como arma arrojadiza contra posiciones catalanas; indecente que se tache de fascistas a demócratas de biografía impecable; indecente que lo hagan los mismos que han sido incapaces de hablar una sola palabra en catalán en toda su vida en Catalunya; indecente que, para matar un debate, se queme cual brujas a quienes lo plantean. Es indecente, aunque, desgraciad­amente, es eficaz.

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