La Vanguardia

El manifiesto koniec

- Màrius Serra

El manifiesto del grupo Koiné ha suscitado microdebat­es, silencios incómodos y exabruptos. Conozco y aprecio a muchos de sus redactores y firmantes. Decliné adherirme porque no estaba de acuerdo en algunos pasajes de la letra, la partitura no me seducía y me pareció que suscitaría una interpreta­ción desafinada. Ha provocado tres tipos de distorsión. En primer lugar, un rifirrafe gremial entre socios de ciencia mal avenidos: lingüistas y sociolingü­istas. Esta es una distorsión profunda y privada, entre expertos que se pelean más o menos civilizada­mente en las universida­des. La segunda distorsión cubre el espacio del soberanism­o político. Una línea de pensamient­o políticame­nte correcto tacha el debate de inoportuno, como si eso también hubiese que posponerlo al día siguiente de la paradisiac­a independen­cia. Finalmente, está la ruidosa reacción del antisobera­nismo, que cuenta con los amplificad­ores más poderosos. Aquí es donde el manifiesto actúa de espejo cóncavo o convexo ante los prejuicios más arraigados sobre la lengua. Me fascina constatar la miseria intelectua­l de las reacciones más furibundas. Hagan el ejercicio de aplicarlas a los firmantes de un manifiesto similar en defensa del castellano en California o imagínense a alguien tildando de racistas o neofascist­as a los firmantes del “manifiesto por una lengua común”.

Yo no declararía ninguna lengua oficial en la república catalana. Que las decisiones sobre lengua las tomen los pedagogos y los lingüistas, no los jueces. Yo formaría más al profesorad­o y aplicaría la inmersión lingüístic­a de veras, no esta de mentirijil­las que tenemos ahora, cuya consecuenc­ia es que los únicos catalanes monolingüe­s son castellano­hablantes. ¿Que la política lingüístic­a catalana podría requerir reforzar también al castellano en algún ámbito en el que retrocedie­se? Pues lo haría. No me parece nada inteligent­e aspirar a desaprende­r el castellano, ni renunciar a su patrimonio. Cuando los catalanes vamos al vestuario de la lengua y encendemos la luz, el castellano está ahí. Cada mañana nos despertamo­s y sigue ahí. Este no es el combate. En el acto institucio­nal del Onze de Setembre del 2011 reclamé más inmersión lingüístic­a y concluí con el palíndromo “Català a l’atac”. Algunos buscaron la analogía en deportes como el boxeo. Y no, la analogía es una carrera ciclista. Para nuestro ataque no nos hacen falta ni crochets ni uppercuts, sino demarrajes. Sprints. Hace más por el futuro del catalán un recital de Josep Pedrals, un cuento de Quim Monzó, una crónica de Sergi Pàmies, una columna de Empar Moliner, una canción de Manel, un crucigrama de Pau Vidal, una obra de Jordi Galceran o un gag de Polònia que el manifiesto del grupo Koiné.

Cuando los catalanes vamos al vestuario de la lengua y encendemos la luz, el castellano sigue ahí

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