La Vanguardia

Triste izquierda

- Fernando Ónega

Lo peor quizá no haya sido la ruptura del diálogo entre el Partido Socialista y Podemos: al fin y al cabo, dos fuerzas políticas hablan, no llegan a un acuerdo por las razones que sean, cada una sigue su camino, y no ocurre ninguna tragedia. La historia está llena de intentos de pactos fracasados. Lo peor es la imagen que queda de la izquierda después de ese fracaso: es incapaz de aprovechar una oportunida­d quizá irrepetibl­e de promover un cambio político; es incapaz de hacer las renuncias obligadas a algunas de sus propuestas parciales para llegar a un programa común; es incapaz de recoger los impulsos de los votos de esa tendencia, diseminado­s en diversas siglas y territorio­s, unirlos en una voz y hacer un gobierno que responda a todas las ideas dispersas en esas siglas. Ni siquiera el riesgo de repetir elecciones, que, según las encuestas, dará el gobierno a una coalición de centrodere­cha, movió su instinto de conservaci­ón. Por esa forma de disgregars­e, es muy difícil que la izquierda vuelva al poder en España. Al menos, el 26 de junio.

En lo visto en el fracasado intento de pacto, Podemos hizo rebajas en sus propuestas, pero no renuncias, por mucho que las pregone Pablo Iglesias. Se dejó llevar por el orgullo intelectua­l, quizá sectario, de pensar y decir que no se habían metido en política para ser manejados por otros. Por el otro lado, el Partido Socialista fue víctima del pánico. Sintió vértigo ante la política de izquierdas que tendría que hacer. No consiguió superar el estigma de la amenaza del sorpasso de Podemos que tiene sobre su cabeza. Temió las reacciones de su sector más comprometi­do con el régimen, que le había prohibido negociar el apoyo de independen­tistas. Y esa izquierda regional o territoria­l volvió a demostrar que es independen­tista antes que progresist­a y renunció al pragmatism­o de llevar al gobierno a los más afines para negociar después sus referendos. Las prisas tiraron por la borda el realismo.

La derecha no podía soñar un escenario más favorable. Es como si lo hubieran diseñado en algún laboratori­o secreto de la Moncloa. Pero no hizo falta: la torpeza del adversario siempre acude en auxilio del ganador.

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