Triste izquierda
Lo peor quizá no haya sido la ruptura del diálogo entre el Partido Socialista y Podemos: al fin y al cabo, dos fuerzas políticas hablan, no llegan a un acuerdo por las razones que sean, cada una sigue su camino, y no ocurre ninguna tragedia. La historia está llena de intentos de pactos fracasados. Lo peor es la imagen que queda de la izquierda después de ese fracaso: es incapaz de aprovechar una oportunidad quizá irrepetible de promover un cambio político; es incapaz de hacer las renuncias obligadas a algunas de sus propuestas parciales para llegar a un programa común; es incapaz de recoger los impulsos de los votos de esa tendencia, diseminados en diversas siglas y territorios, unirlos en una voz y hacer un gobierno que responda a todas las ideas dispersas en esas siglas. Ni siquiera el riesgo de repetir elecciones, que, según las encuestas, dará el gobierno a una coalición de centroderecha, movió su instinto de conservación. Por esa forma de disgregarse, es muy difícil que la izquierda vuelva al poder en España. Al menos, el 26 de junio.
En lo visto en el fracasado intento de pacto, Podemos hizo rebajas en sus propuestas, pero no renuncias, por mucho que las pregone Pablo Iglesias. Se dejó llevar por el orgullo intelectual, quizá sectario, de pensar y decir que no se habían metido en política para ser manejados por otros. Por el otro lado, el Partido Socialista fue víctima del pánico. Sintió vértigo ante la política de izquierdas que tendría que hacer. No consiguió superar el estigma de la amenaza del sorpasso de Podemos que tiene sobre su cabeza. Temió las reacciones de su sector más comprometido con el régimen, que le había prohibido negociar el apoyo de independentistas. Y esa izquierda regional o territorial volvió a demostrar que es independentista antes que progresista y renunció al pragmatismo de llevar al gobierno a los más afines para negociar después sus referendos. Las prisas tiraron por la borda el realismo.
La derecha no podía soñar un escenario más favorable. Es como si lo hubieran diseñado en algún laboratorio secreto de la Moncloa. Pero no hizo falta: la torpeza del adversario siempre acude en auxilio del ganador.