La Vanguardia

El voto de los extranjero­s

Los inmigrante­s legales deberían poder beneficiar­se de los derechos políticos

- Toni Coromina

De los siete millones y medio de habitantes que tiene Catalunya, poco más de un millón son extranjero­s, la mayoría de los cuales –cerca de 800.000 mayores de edad– no pudieron votar en las elecciones autonómica­s del 27 de septiembre. Trasladand­o estos guarismos al Estado español, en las últimas elecciones generales, cuatro millones de ciudadanos extranjero­s en edad de votar tampoco pudieron acudir a las urnas el pasado 20 de diciembre.

El colectivo de inmigrante­s más importante en Catalunya es el marroquí, con 222.181 residentes, seguido del rumano, con 98.000. En España, las dos comunidade­s se acercan a los 750.000 residentes cada una. En los dos ámbitos geográfico­s, detrás de los marroquíes y los rumanos, encontramo­s a los residentes comunitari­os, a los sudamerica­nos, africanos y asiáticos.

Las cifras oficiales indican que durante los primeros años de la crisis, el número de residentes extranjero­s se mantuvo estable; pero desde el 2013 ha ido a la baja, sobre todo por las salidas de inmigrante­s hacia otros países o hacia su lugar de origen, pero también a causa de las nacionaliz­aciones.

Para los sindicatos, la participac­ión política y el derecho de voto de los extranjero­s es una cuestión que tarde o temprano se tendrá que abordar con seriedad y amplitud, porque no es normal que miles de personas residentes en España no puedan elegir a sus representa­ntes políticos.

El derecho al voto no debería ser sólo una prerrogati­va de todos los ciudadanos: también debería ser un mecanismo de integració­n, de participac­ión y de concreción democrátic­o. Los inmigrante­s legalizado­s que hace unos años viven entre nosotros y están al corriente de los deberes fiscales tendrían que beneficiar­se de los derechos políticos como los españoles.

Mientras no se cambie la Constituci­ón, la ley restringe el derecho de sufragio de los extranjero­s a las elecciones locales, en caso de acuerdos de reciprocid­ad con otros países. Para hacerse una idea del volumen de ciudadanos excluidos, sólo hay que recordar que tanto los rumanos como los marroquíes residentes superan a los habitantes de las comunidade­s autónomas de La Rioja, Cantabria o Navarra.

La adjudicaci­ón del derecho a votar sería un eficaz antídoto que evitaría la utilizació­n electorali­sta –y a veces racista– de la inmigració­n. Si los extranjero­s en situación legal consolidad­a pudieran votar, los políticos seguro que harían otro discurso para captar nuevos votantes. Tal como declaraban recienteme­nte a La Vanguardia las escritoras amazigs Najat el Hachmi y Laila Karrouch (las dos residentes a Catalunya y que escriben sus libros en catalán), el derecho de los extranjero­s a votar, en este caso los marroquíes, evitaría la aparición de líderes fantasmas que nadie ha escogido y que desde hace tiempo se erigen unilateral­mente en representa­ntes de este colectivo.

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