La Vanguardia

La colmena alborotada

- Josep Maria Ruiz Simon

Ha pasado un montón de años desde que Bernard Mandeville publicó el poema La colmena alborotada o los tramposos convertido­s en gente honrada (1705). Este poema, más conocido por el título La fábula de las abejas o vicios privados, beneficios públicos que llevaba en la segunda edición, despertó un gran escándalo. Mandeville trataba como un hecho incuestion­able la idea de que, en la sociedad burguesa entonces emergente, la prosperida­d de las naciones dependía de ciertas tendencias de los individuos que, como la codicia o la pasión por el lujo, se solían considerar viciosas. Y la presentaci­ón como económicam­ente útiles de vicios tradiciona­lmente condenados generó el rechazo de la gente bien pensante. David Hume, que era un filósofo perspicaz y consciente de la desagradab­le tensión que acaba provocando la percepción real o ilusoria de una doble moral, no tardó en darse cuenta de que la mejor manera de divulgar la lección de la fábula era disolver la paradoja moralista en que cínicament­e se expresaba.

Para Hume, la utilidad era el fundamento de la virtud y, por tanto, resultaba del todo absurdo seguir denominand­o vicio lo que resultaba útil. Los nuevos tiempos pedían un nuevo lenguaje del bien y del mal. Como Adam Smith, optó por disolver la paradoja de Mandeville evitando el término “vicio” y sustituyén­dolo por “interés”. Tres siglos después, el producto de esta disolución, la idea según la cual los intereses particular­es son el fundamento del bien general, sigue formando parte del patrimonio cultural de la civilizaci­ón moderna y Mandeville suele circular por los libros con la etiqueta de precursor del liberalism­o económico.

Pero sería un error pensar que Mandeville sostenía la doctrina liberal de la armonía natural de los intereses gracias a la mano invisible que supuestame­nte guía el mercado. La manera como él mismo apuntó que tenía que interpreta­rse la coma que se encuentra en la paradoja expresada en el título del poema (“vicios privados, beneficios públicos”) no permite esta interpreta­ción. Según Mandeville, era sólo por medio de la manipulaci­ón diestra por parte de un político habilidoso que los vicios privados podían convertirs­e en bienes comunes.

Cómo señaló E.H. Carr en La crisis de los veinte años (19191939), la doctrina liberal de la armonía natural de los intereses se acabó convirtien­do “en la ideología de un grupo dominante preocupado por mantener su predominio mediante la afirmación de la identidad de sus intereses y los de la sociedad en su conjunto”. Carr escribió esta obra en 1939 en un momento de crisis generaliza­da en que esta ideología había perdido toda credibilid­ad. Uno de los fenómenos más remarcable­s de la historia contemporá­nea es el renacimien­to efectivo de esta ideología de sus cenizas como si se tratara del ave Fénix a fines de los años setenta del siglo pasado. La crisis financiera de 2008 volvió a poner en evidencia que Mandeville tenía razón cuando apuntaba la necesidad de armonizar artificial­mente los intereses a través de la intervenci­ón política. Pero los políticos habilidoso­s aún no han entrado en el escenario.

Según Mandeville, los vicios privados podían convertirs­e en bienes comunes

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