La Vanguardia

El destino de Willett

De casi perderse el torneo a campeón del primer ‘major’ del año

- MARTA MATEO Servicio especial

Estaba escrito. De todas las combinacio­nes posibles, de todos los nombres habidos y por haber en las quinielas, el suyo figuraba en los improbable­s. Cuando amaneció el domingo, Danny Willett no pensó “hoy voy a ganar el Masters de Augusta”. En ese momento aún no se le pasaba por la cabeza. Se sintió afortunado de poder estar en una posición idónea, lejos de los focos, para firmar una meritoria actuación. Porque para él, ya era un regalo estar en el Augusta National. El día 10 de abril estaba marcado en el calendario por motivos extradepor­tivos. No tenía nada que ver con una chaqueta verde. Era el día en que su esposa Nicole debía dar a luz al primogénit­o del matrimonio. Diez días antes de lo previsto, “el pequeñito hizo caso a las plegarias de papá” y se adelantó. Casi sin haber tocado un club, Willett viajó a Georgia en el último momento y protagoniz­ó una de las mayores sorpresas de los últimos tiempos en el golf. Se convirtió en flamante campeón del primer major del año, se estrenó en el top 10 mundial y se enfundó la americana más emblemátic­a del deporte. “Es surreal”, repetía una y otra vez el de Sheffield. “Esto sólo puede ser el destino”, definió después.

Hijo de un reverendo y una profesora de matemática­s, Willett creció en un ambiente familiar sin presiones, con sus tres hermanos como principale­s competidor­es. El ahora campeón encontró en su padre al mejor aliado. “Ya a los 12 años conseguía drives setenta yardas más largos que los míos. Pero no era sólo su manera de jugar. Era su manera de entender el golf”, contaba el párroco a la BBC. Tal fue el compromiso del reverendo, que dentro de sus principios, tonteó con un pecado piadoso: la mentira.

“Escribía las excusas más espantosas cuando Danny faltaba a la escuela”, recordaba la madre, que más de una vez se discutió con su marido por llevar a su hijo a entrenar en lugar de al instituto. “En las notas decía: Mi hijo no vino ayer pero hoy confirmo que sí vendrá”, explicaba riendo en la radio inglesa. Así, sin faltar a la verdad, míster Willett siguió llevando a su hijo al campo de golf hasta las ocho de la noche varios días a la semana.

Tantas horas invertidas valieron la pena y el inglés acabó recibiendo una beca en Alabama, donde se curtió como amateur. Esa etapa fue gloriosa para el de Sheffield, que se convirtió en número uno de la categoría. Si bien algunas lesiones –sobre todo en la espalda– le torturaron en los primeros cursos como profesiona­l, aprender a ganar le serviría de mucho ocho años después en Augusta.

Disciplina­do, exigente y muy trabajador, Willett tiene fama de introverti­do en el circuito, con pocos amigos en el tour. Uno de ellos, Lee Westwood. Cuando la jornada del sábado determinó los partidos definitivo­s en el Augusta National, ambos debieron sonreír al verse emparejado­s. “Creo que fue un factor determinan­te para su victoria final”, explicó Paul McGinley. El capitán del equipo europeo de la Ryder Cup en 2014 fotografió varios momentos de la tarde. Primero, los dos ingleses salieron con la tranquilid­ad de saber que al lado tenían a alguien con quien contar. Segundo, no habría incomodida­d. Y tercero, jugarían con tanta libertad que no sentirían estar disputando un major. El abrazo entre ambos cuando Willett embocó el último hoyo demostró lo comentado por el ex capitán. Y la segunda posición de Westwood, lo corroboró.

La historia contará que este Masters lo perdió Jordan Spieth. Que su colapso en el hoyo 12 con el cuádruple bogey era impensable cuando, con una ventaja de cinco golpes, el estadounid­ense entró en los últimos nueve. Pero el cliché de Augusta se volvió más cruel que nunca: la chaqueta verde se gana, precisamen­te, en los últimos nueve. Donde Spieth se hundió, Willett se creció. Donde el de Texas contuvo las lágrimas de rabia, el inglés sonrió extasiado.

“Me rompe el corazón ver lo que le ha pasado a Jordan. Tenía la oportunida­d de hacer algo genuinamen­te especial. Sé que aprenderá de esta experienci­a”, confesó Jack Nicklaus, que además de poseer 18 majors, se quedó en las puertas de la victoria en 19 ocasiones. El hombre más laureado del golf también se rindió ante Willett. “Cuando le vi por primera vez pensé: ¡caray! este chico es bueno. Lo que más me ha impresiona­do de él es que cuando vio que estaba en posición de ganar, lo sentenció. Esa es la marca distintiva de un campeón: acabar una buena ronda; darte la oportunida­d de ganar; y si tu rival no puede terminar como debería, estar ahí”. Y lo estuvo.

ORIGEN FAMILIAR Hijo de un reverendo y una profesora de matemática­s, creció sin presiones y pudo consagrars­e al golf

PRIORIDAD A LOS ENTRENAMIE­NTOS El párroco redactaba las excusas más inverosími­les para justificar las ausencias del niño a la escuela

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HARRY HOW / AFP Danny Willet ya luce la tradiciona­l chaqueta verde, el Masters de Augusta es suyo

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