La Vanguardia

El poder y el fango

Mario Conde llegó a la cima como empresario y banquero antes de que su ambición le llevara a convertirs­e en un delincuent­e

- LALO AGUSTINA

Mario Antonio Conde Conde (Tui, Pontevedra, 1948), detenido ayer en Madrid por presunto blanqueo de capitales, lo tuvo todo en la vida y lo dejó escapar por una ambición desmedida. Abogado del Estado a los 24 años con la mejor nota de la historia, Conde hizo fortuna muy joven de la mano de Juan Abelló, con el que vendió dos empresas farmacéuti­cas –la de esta familia y Antibiótic­os, esta última por el equivalent­e a 350 millones de euros–, se hizo de oro y se encaramó al cetro de las finanzas españolas.

En 1987, el tándem Abelló-Conde entró con fuerza en el capital de Banesto, entonces uno de los siete grandes del sector, y el directivo gallego se convirtió en su presidente con tan sólo 39 años. Rechazó la opa hostil del Banco de Bilbao y se fue a por el Central, sin éxito. La consolidac­ión empezaría pocos años después, aunque no de la forma como Conde la imaginó.

El banquero del momento, joven, agresivo, engominado y seguro de sí mismo, era una personalid­ad en un mundo, el de las finanzas, acostumbra­do a otro estilo. Conde era un símbolo del éxito de esa España que, como decía Carlos Solchaga, era el país europeo donde era más fácil ganar dinero rápidament­e. Él ya lo había logrado y con muy buena labia, dinero y poder, imponía muchísimo respeto y recibía múltiples reconocimi­entos. Como el de la Universida­d Complutens­e, que en 1993 le hizo doctor honoris causa en un acto solemne presidido por el rey Juan Carlos.

Conde lo tenía todo, pero enseguida su ambición y un ego cada vez más hipertrofi­ado le costarían muy caros. Era el inicio de los años noventa, Banesto se iba a pique y su presidente y principal accionista no sólo no logró enderezarl­o sino que metió la mano en la caja y engañó al resto de los accionista­s y al mercado. El banco industrial no aguantó la crisis: vendió buena parte de su cartera de participad­as y amplió capital, pero no logró salvarse. Conde, tampoco, pese tratar de esquivar su destino desde las cloacas del poder mediático, a través del capital de El Mundo o Antena 3, o comprando directamen­te informes al Cesid para hacerlos circular y atacar así a sus presuntos enemigos.

Sus malas artes no le salvaron. El 28 de diciembre del 93, el Banco de España intervino la entidad, con un agujero de 3.600 millones de euros, y Conde fue cesado de inmediato. Era el día de los Santos Inocentes. Casi un año después, el expresiden­te de Banesto y otrora triunfador dio con sus huesos en una celda de Alcalá-Meco por primera vez. Salió enseguida, tras pagar 12 millones de euros de fianza, pero volvería a prisión en 1998 y en el 2002, ya como un delincuent­e convicto por estafa, apropiació­n indebida y falsedad documental por los casos Banesto y Argentia Trust. En el 2008 recuperó la libertad y se dedicó a escribir. Volvió a los medios con Interecono­mía, donde la semana pasada dejaba esta perla: “Hay mucha demagogia con los paraísos fiscales. El delito no consiste en tener una sociedad en Panamá, sino en usarla para generar dinero negro, no tributar o guardarlo en tus bolsillos”. Exacto, Mario.

Tras el pelotazo de Antibiótic­os en los 80, su gestión en Banesto le llevó a la cárcel por estafa y falsedad

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LUIS GRAÑENA

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