La Vanguardia

Un mosso de baja mata con su pistola reglamenta­ria a su expareja

El agente dispara contra la mujer y se suicida en Sant Feliu de Llobregat

- MAYKA NAVARRO TONI MUÑOZ Sant Feliu de Llobregat

Para los muchos que querían a Cristina de nada sirve ni consuela ahora saber por qué Miguel disparó ayer cuatro tiros contra la que fue su compañera y después se mató de un tiro a bocajarro en la cabeza. Sin embargo, necesitan saber por qué un mosso d’esquadra que en los últimos tiempos había encadenado varias bajas médicas, algunas por lesiones físicas, conservaba su arma reglamenta­ria. La misma con la que a las ocho de la mañana acabó con la vida de una mujer de 37 años que hace un mes le dijo que ya no quería seguir siendo su pareja. Ocurrió en el centro de Sant Feliu de Llobregat. La localidad entera enmudeció por el sonido de los disparos.

Alguien en Sant Feliu decía anoche tras la concentrac­ión que se celebró de apoyo a la familia de Cristina: “Si a este desgraciad­o le hubieran retirado el arma, también la habría matado”. Quizás. Anoche no había finalizado el informe encargado por el comisario jefe de Mossos d’Esquadra sobre las circunstan­cias que rodean el caso vinculadas directamen­te con el agente, sus bajas médicas y el arma reglamenta­ria.

Es cierto, Cristina no había presentado ninguna denuncia contra Miguel. Ni en un juzgado de guardia, ni en una comisaría. Nunca llamó a un teléfono de emergencia­s para pedir ayuda. Lo confirmó la titular del juzgado número seis de Sant Feliu que ha asumido las diligencia­s. Pero Cristina compartió con su entorno familiar y algunos amigos el acoso del que estaba siendo víctima en las últimas semanas y el miedo que tenía.

Cristina Gálvez sabía que Miguel conservaba su arma de policía, explicaban ayer personas de su entorno. Las mismas contaron que alguien puso en conocimien­to de los Mossos, sin especifica­r ni cómo, ni cuándo, el temor de la mujer por el hecho de que su expareja conservara la pistola. Este último dato no pudo ser confirmado oficialmen­te.

Sí se pudo confirmar que el hombre ya había superado, por pocos días, el periodo de 30 días tras los que está obligado a devolver su arma reglamenta­ria. Miguel Ángel Muñoz García, nacido en Granada en 1969, llevaba once años en los Mossos d’Esquadra. Actualment­e patrullaba en seguridad ciudadana, aunque había pasado por infinidad de puestos en la comisaría de Ciutat Vella. Le llamaban el coman, abreviatur­a de comandante. Y en su perfil de Facebook firmaba con el nombre de Miguel Pum Pum Pum.

Hace unos días sus superiores le recordaron que debía devolver el arma reglamenta­ria. Tras confirmar que la pistola no estaba en su armero de la comisaría. Y Miguel respondió varias veces con excusas. La principal, que no estaba en Barcelona, que se encontraba de viaje en Granada. Que al volver ya la entregaría. Es evidente que nadie se la reclamó.

Sus superiores desconocía­n el motivo médico por el que el mosso estaba esta vez de baja médica. La confidenci­alidad impide a los médicos detallar las circunstan­cias exactas de esa baja. Otra cosa es lo que se pudiera comentar en la comisaría, lo qué muchos podían imaginar, o lo que él hubiera querido contar a sus compañeros.

Miguel era conocido y no precisamen­te por su buena labor policial, sino por algunos de los incidentes desagradab­les que había protagoniz­ado con otros compañeros. El último, del que se llegó a redactar una nota informativ­a interna ocurrió a finales del año pasado. El agente exigió a una compañera ver un atestado sobre una investigac­ión en curso. La mossa se negó y Miguel Ángel Múñoz empezó a gritar y a dar puñetazos en la mesa. Otro mosso que estaba en una dependenci­a cercana oyó los gritos, se acercó y se ofreció a testificar si la agente quería presentar algún tipo de queja. Ese día, Miguel Ángel recibió amonestaci­ones verbales por casi todos sus mandos. Pese a llevar tantos años en esa misma comisaría, no se había ganado ni el carisma ni el cariño de sus compañeros.

Pese a todo y como no puede ser de otra manera, los policías de la comisaría de Ciutat Vella estaban ayer completame­nte desolados. Pasaron de la pena a la rabia. Algunos compañeros le recordaban ha-

EL SUCESO Tras disparar cuatro tiros a la mujer, que le había dejado hacía un mes, se suicidó LA DENUNCIA El agente fue denunciado en el 2012 por simular un robo para cobrar el seguro

ciendo chistes y bromeando. En cualquier caso, nadie podía siquiera imaginar que el hombre pudiera ser capaz de cometer un asesinato.

En el 2012 ya tuvo una denuncia. Un comportami­ento extraño, como mínimo, tratándose de un policía. Fingió un robo en su casa y consiguió que el seguro le abonara 1.000 euros. Pero le pillaron. El proceso judicial seguía abierto.

No eran todavía las ocho de la mañana cuando ayer irrumpió en casa de Cristina, en el número 115 de la calle de Joan Maragall. La mujer no estaba sola. Su hija de ocho años, y su sobrina de 11 que vive en el piso que hay justo en frente, estaban, como todas las maña- nas a esas horas, acabando de desayunar para ir al colegio, a las Mercedaria­s de Sant Feliu.

Cristina no le abrió la puerta. Pero el hombre supo forzar la cerradura y entrar. Agarró a las dos niñas y las encerró en el balcón que da a la calle. Empezaron a gritar. A esa hora, en esa pequeña vía del centro de Sant Feliu, de uso casi peatonal, muchísima gente arrancaba un día que se presentaba soleado y hermoso de primavera.

Un grupo de vecinos se arremolinó bajo el balcón. Un paleta y un jubilado tomaron la iniciativa. Se hicieron con una gran escalera y la apoyaron en la fachada. El extremo llegaba al balcón en el que desesperad­as y abrazadas, gritaban las niñas. Un cabo de la Unidad de Investigac­ión de los Mossos de la región metropolit­ana sur salía entonces de su casa, muy cerca, cuando presenció la escena. Creyó que se trataba de un atraco.

Las niñas estaban bajando por la escalera cuando se escucharon las primeras cuatro detonacion­es. La calle enmudeció. Menos la hija de Cristina. Que gritaba desesperad­a. Temía lo peor. El cabo regresó entonces a la escalera, hacía el balcón, cuando escuchó un quinto disparó. Ya había solicitado refuerzos.

Nada se pudo hacer por ellos cuando los primeros mossos entraron al interior de la vivienda. Los dos habían muerto en el acto.

Dos psicólogos de Emergèncie­s Mèdiques de la Generalita­t recogieron a las dos niñas y estuvieron con ellas durante toda la mañana. No quisieron separarse en todo el día.

La investigac­ión determinar­á si se produjo algún fallo en la cadena que debe de controlar el retorno de las armas cuando un agente está de baja. En cualquier caso el conseller de Interior, Jordi Jané, si reconoció que el suceso si debe de servir para analizar si se pueden mejorar esos mecanismos. Insistir en recuperar el arma cuando, como ocurrió en este caso, el hombre daba excusas para no devolverla.

 ??  ?? Concentrac­ión de apoyo a Cristina y su familia, ayer por la mañana en Sant Feliu de Llobregat
Concentrac­ión de apoyo a Cristina y su familia, ayer por la mañana en Sant Feliu de Llobregat
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ARCHIVO Cristina, la víctima
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ALEJANDRO GARCÍA / EFE
 ?? . ?? Foto de Facebook del asesino
. Foto de Facebook del asesino

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