‘Ciudad en llamas’, la nueva novela de Nueva York
Garth Risk Hallberg irrumpe en la literatura con ‘Ciudad en llamas’, un novelón de mil páginas sobre los años setenta
Arde Nueva York en los años setenta: sexo, policías, drogas, disparos, enamorados, cadáveres en Central Park, conciertos de rock, adolescentes suburbiales, periodistas con olfato, ambición, glamour, mobbing inmobiliario... y el gran apagón de 1977. Todo cabe en Ciudad en llamas (Random House), la obra de mil páginas que ha lanzado a su autor, un hasta ahora desconocido Garth Risk Hallberg (Baton Rouge, 1978), a lo más alto del estrellato literario norteamericano, con una subasta que acabó con su libro vendido por dos millones de dólares, sin contar las traducciones a decenas de lenguas. Arde Nueva York hoy, también, con ditirambos que comparan al chaval con, hala, Tom Wolfe, DeLillo, Foster Wallace o Balzac.
Hallberg, que parece listo, se ha refugiado de tanto fervor en Barcelona, donde vive desde hace unos meses con su mujer y sus dos hijos y saluda al periodista con un feliz “bon dia!” impregnado de genuino optimismo norteamericano. La ciudad les sirve de base desde donde van realizando viajes por toda Europa, demostrando así al mundo cómo se hace un buen uso de los anticipos millonarios.
De fondo, suenan los Ramones y Patti Smith. Esa Nueva York de los años setenta es una ciudad ultraviolenta, que sufre la peor crisis económica de su historia tras el crack de 1929. Las tiendas son objeto de saqueos, hay manadas de pobres que deambulan como zombis por las calles, edificios en llamas, barrios enteros –incluso en Manhattan– dominados por los narcotraficantes... Todos los personajes están vivísimos y exhiben amplias paletas de sensibilidad.
Hallberg se encerró seis años insomnes a acometer su alocado proyecto, “convencido de que jamás me lo publicaría nadie”. La historia empieza con William, un punk de buena familia –la más rica de la ciudad– que vive con su novio, un atildado profesor de instituto negro. También está Sam, una chica que “encuentra en la escena punk de los setenta algo muy parecido a lo que yo encontré en la escena punk de Washington D.C. en los años noventa, con mi grupo Fugazi. Ella es lo que hubiera llegado a ser yo si hubiera decidido arriesgarlo todo por aquella intensidad”.
Pero ¿qué tiene usted que ver con los años setenta? “Bueno, en mi juventud la gente llevaba las mismas patillas y escuchaba la misma música que en los setenta, mi entrenador de fútbol parecía recién salido de una discoteca. Me fascinaban los ecos de una crisis que ya no existía pero de la que había nacido el mundo que habitaba”.
“La primera Nueva York que conocí –prosigue– fue la de los años cincuenta, en los libros, marcada por el optimismo y el progreso. En mis primeras visitas a la ciudad me empecé a dar cuenta de todo lo que se me había quedado fuera de aquella imagen brillante. Además de la delincuencia, el peligro, la ansiedad y las drogas, también contenía un montón de creatividad, posibilidades e imaginación. Mi libro va sobre eso también: cómo las cosas opuestas están conectadas y una hace posible la otra. La vida real es siempre una mezcla de felicidad y sufrimiento”.
En aquellos años setenta “era frecuente ver arder los edificios. A menudo los grupos políticos que practicaban un terrorismo amateur eran utilizados por especuladores inmobiliarios. Los activistas creían que hacían la revolución pero acababan favoreciendo los intereses de un magnate”.
A Hallberg, la ficción le parece “la mejor herramienta para explorar el misterio de las otras personas. Cosas tan raras como por qué no entendemos a nuestra pareja y luego tenemos un momento de comunión absoluta con ella. Eso, en una ciudad como Nueva York, se amplifica al aunarse personajes de
“Además de delitos, peligro, ansiedad y drogas, también hubo creatividad y muchas posibilidades” “En aquel Manhattan era frecuente ver arder edificios, los especuladores usaban a revolucionarios”
todo tipo”. Como escritor, confiesa, ha tratado de “armonizar los distintos placeres que encuentro en los distintos tipos de literatura que me encantan: Bolaño, Balzac, Dickens, Henry James, Virginia Woolf... ¿por qué escoger solo uno?”. Así, describe con métodos clásicos realidades muy contemporáneas. “No soy ese tipo de escritor que lo rompe todo, a mí me alientan los mejores libros, aprendo de ellos. Es como el Born to run de Springsteen, como un Chevrolet de los cincuenta trucado por los Pistols: oyes cosas que reconoces de otros discos pero suena muy actual, usar tu voz para asumir y transformar las influencias”. El único elemento posmoderno son los interludios, con un tratamiento gráfico diferente, desde la reproducción de un fanzine a cartas escritas a mano pasando por hojas manchadas de café.
Entre los secundarios, le preguntamos –deformación profesional– por el periodista y nos cuenta sus largas conversaciones con un veterano reportero: “Hablábamos durante horas sobre lo que es la verdad, y de la diferencia entre verdad y precisión, es un tema que me obsesiona”.
De adolescente, en fin, Hallberg vivía en “tres mundos imaginarios, procedentes de mis lecturas: Narnia, la Tierra Media y Nueva York”. Ahora ha recreado e insuflado nueva vida a uno de ellos.