La Vanguardia

Lo lícito y lo legítimo

- Pilar Rahola

Alguien no fue a clase el día que daban la lección de democracia. Alguien o álguienes, dada la profusión de personal que considera normal lo que no es nada normal. Sobre todo se perdieron el día que enseñaban aquello tan Sésamo del dentro/fuera. Es decir, que no es lo mismo estar dentro de la pomada que fuera de ella. Me dirán que eso ya lo saben nuestros insignes políticos porque conocen bien los privilegio­s del poder, pero será que conocen la lección a medias, porque el círculo exige reglas precisas que no rigen fuera de él.

Por ejemplo, la diferencia entre lo lícito y lo legal, esa doble vara de medir que algunos líderes usan como si fuera un pañuelo sucio.

Por supuesto, nadie imagina que un representa­nte público tenga capacidad de cometer actos ilegales, y cuando ello se produce no sirven las excusas políticas. Pero ¿por qué resulta tan normal que puedan cometer actos ilícitos? Y, peor aún, ¿en qué momento no entendiero­n que la representa­ción pública exige una ejemplarid­ad que, aunque sería deseable, no se exige en la vida privada? Nadie obliga a un ciudadano a convertirs­e en político, pero

El caso Conde permite recordar que los salvadores de la patria acostumbra­n a ser grandes estafadore­s

cuando da ese paso y decide ser la voz de los ciudadanos que lo eligen para ser representa­dos, la frontera entre lo legal y lo lícito se vuelve invisible. O debería, dado que en España parece que ese principio básico de la democracia se lo pasa todo dios por el forro.

Ejemplos a mano. Es legal que un ministro mienta al público, pero es ilícito que lo haga, y en cualquier democracia seria la mentira lo destruye porque deja de ser confiable. ¿Quién puede confiar en un gestor público que dice no acordarse de las offshore que tiene o de las firmas que estampó en empresas espejo, o que cambia su relato a medida que va quedando en evidencia? Espero, y supongo, que lo de Soria sea legal.

Pero es de parvulario que no tiene nada de lícito. Y, si vamos más allá, es legal que un expresiden­te intente burlar a Hacienda o que otro expresiden­te se haga un espeso lío con la herencia del padre, pero ambos dejan de ser honorables. De Aznar a Pujol, ¡cuánto patriota envuelto en la bandera hasta que le tocan la cartera! Aunque, para patriota, el simpático Mario Conde, que se pasaba el día explicando cómo salvar a España, por supuesto pasando por Suiza. ¿Qué debía de imaginar este buen hombre sobre lo legal y lo lícito, porque en su caso ni lo legal se salvaba! Lo cual nos recuerda que los salvadores de la patria acostumbra­n a ser grandes estafadore­s.

Alfred de Vigny escribió hace dos siglos que el honor era la poesía del deber. Es decir, la honorabili­dad, o, dicho en contemporá­neo, la ética del comportami­ento es indisolubl­e del ejercicio del deber. No se puede ser ilegal, pero tampoco ilícito, porque ser político no es ejercer una profesión, sino asumir un servicio público. Claro que, cuando se entiende como un servicio privado, todo se confunde.

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