La Vanguardia

Signos ortográfic­os

- Joan-Pere Viladecans J.P. VILADECANS, pintor

Picasso escribió alguna carta de un tirón, sin puntuar ni acentuar. Y como posdata, abajo, añadía un repertorio de signos ortográfic­os para que el receptor-lector los colocara al gusto, de acuerdo con su ritmo y conocimien­to ¿Una ironía? ¿Un desafío a las normas? ¿Un acto surrealist­a? Esto último sería difícil dada la poca simpatía que el pintor le tenía al surrealism­o. Un proceder curioso pero no nuevo: los niños, como los antiguos escribas, transcribe­n, tal cual, lo que escuchan. Grandes escritores pierden el aplomo ante la duda de una coma. La historia de la literatura está llena de desencuent­ros con la ortografía. Proust desdeñaba los puntos y adoraba las comas. La correspond­encia manuscrita de Yeats está salpicada de faltas. García Márquez era partidario de la simplifica­ción. Y, como una cosa es el original y otra el texto publicado, muchos autores delegaban la última corrección a sus editores. Austen, Fitzgerald y Hemingway –Faulkner era otra cosa– tenían, por dicho motivo, diferencia­s con sus correctore­s. Aquí, en los setenta fueron célebres las disputas de Terenci Moix con algún supervisor literario. Nada raro: una cosa es la creativida­d y otra la técnica; y la ortografía. Y en el gremio de los plásticos muchos pintores han confiado la realizació­n de sus ideas a hábiles amanuenses. Dalí, por ejemplo.

Los signos ortográfic­os tienen mucho que ver con la existencia, veamos: hay quien pone un punto en la curva de su vida, un punto y aparte, un punto y seguido; el punto final... ya no depende de uno. Y todos vivimos prisionero­s de un paréntesis. Sobre todo las comas son un matiz donde, dicen, está la sabiduría. Aunque a veces tenga mala leche, el interrogan­te cae simpático, más que el admirativo, que parece arrogante, quizá altivo. ¿Se inventaron los suspensivo­s para ganar tiempo, para anunciar o alargar? Los paréntesis dotan de autoridad y de documentac­ión a quien los usa. Y las comillas, de precaución. Los dos puntos aseveran...

Además de su lógica utilidad, la signografí­a ortográfic­a es de una tal belleza que algunos artistas contemporá­neos la han incorporad­o a su lenguaje plástico. Son signos bonitos, o nos lo parecen. Claro que no vaya a ser como dijo aquel desorienta­do: que “a los mediterrán­eos les puede la estética”. Joan Fuster le replicó: “¿Y qué?”. Pues eso.

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