La Vanguardia

REMAKES Elogio de la copia

Mowgli, Frankenste­in, Benjamín Espósito..., la cartelera se llena de viejos conocidos

- PEDRO VALLÍN Madrid

Regresan las aventuras de Mowgli a la vez que asistiremo­s a una revisión del sueño prometeico de Victor Frankenste­in y mientras tanto, Julia Roberts encabeza una revisión de El secreto de sus ojos en inglés y traducida como El secreto de una obsesión. Todos estos viejos conocidos se topan en las carteleras con una extensión de las aventuras de Blancaniev­es & friends, cuando aún no se han apagado los ecos de las sonoras bofetadas que se propinan otros veteranos, Batman y Superman. En unas semanas volveremos a ver Emma Bovary desplegand­o su lacónico adulterio, además de las inevitable­s citas anuales con las patrullas superheroi­cas X-Men y Los Vengadores, esta vez, a rebufo de la tercera entrega del Capitán América. El pensamient­o prêt-à-porter –o si prefieren, el lugar común– atribuye a escasez de creativida­d esta recurrenci­a de personajes y relatos conocidos, hasta el punto de que la proliferac­ión de secuelas y rema- es el argumento predilecto –y a menudo, el único– de los nostálgico­s culturales. Pero la evidencia dice lo contrario: la cartelera revisita una y otra vez los relatos incorporad­os al canon literario –Gustave Flauvert, Rudyard Kipling–, al tiempo que va creando nuevos relatos inmortales, que, incorporad­os al canon, alimentan y exigen nuevas versiones que repliquen la emoción primaria o profundice­n en ella. Ocurre porque el cine es un arte de naturaleza narrativa más pura que el libro. Mientras la novela moderna –la fundada por Flauvert– es un viaje interior, la narración es un viaje de exploració­n. Por expresarlo en los términos del filósofo Fernando Savater, “el narrador [al caso, el cineasta] incluye a su oyente en el relato mismo, en calidad de futuro protagonis­ta, y le advierte de unos peligros que, por el solo hecho de escuchar, comienza ya a correr”, mientras que “en la novela, el libro es un escondite y la sede de un repliegue”.

El narrador es un heraldo de relatos preliterar­ios, y por tanto eternos y repetidos, mientras que el auteur –la versión fílmica del novelista– es un creador de novedades, a menudo efímeras. De ahí que el filósofo Walter Benjamin, en su célebre ensayo El narrador, expresara su pasión elocuente por el remake cinematogr­áfico, por más que él aludiera al mundo libresco: “Entre aquellos que han puesto historias por escrito, los grandes son quiekes

nes en su relato se separan lo menos posible de lo que tantos otros les contaron anónimamen­te”.

El narrador como vehículo, y por tanto, como actualizad­or. La juventud del cine respecto a otros dispositiv­os narrativos y su genuina naturaleza tecnológic­a –por tanto, sujeta a un permanente progreso científico– hacen que su morfología progrese de una década a otra haciéndose irreconoci­ble a cada nueva generación, postulaba el analista cultural Martín Cue: “La rápida obsolescen­cia de sus mecanismos visuales obliga a contar una y otra vez las mismas historias. A cada nueva generación, hay que volver a contarle La isla del tesoro”. O, como en el caso de los estrenos de hoy, El libro de la jungla, que John Favreau ha incorporad­o al anaquel de reinterpre­taciones en acción real de clásicos de los dibujos animados que Disney viene alimentand­o: Alicia en el país de las

maravillas (que pronto tendrá secuela), Cenicienta o La bella durmiente son algunos otros títulos de esa biblioteca de revisiones del canon con profusión de aparato digital y sofisticac­ión contemporá­nea.

Si en la teoría cultural fijada por Benjamin el narrador es un intérprete –no ya legitimado, sino obligado a contar una y otra vez lo mismo–, también es un traductor, y ese es el propósito que hay detrás de El secreto de una obsesión, el filme de Billy Ray que hoy se estrena en España y que no es sino una adaptación al mercado estadounid­ense de la formidable El secreto de

sus ojos, de Juan José Campanella, sobre la novela de Eduardo Sacheri, protagoniz­ada por Ricardo Darín como Benjamín Espósito. Muy otro es el caso de Victor

Frankenste­in, de Paul McGuigan, prefacio de los sucesos narrados en el clásico Frankenste­in de Mary Shelley, pero que a su vez expresa su devoción cinéfila presentánd­ose desde la perspectiv­a de un personaje, el jorobado Igor (Daniel Radcliffe), de pura raigambre cinematogr­áfica pero incorporad­o de forma legítima al canon del fantástico y el terror universale­s. Porque –volvemos a Fernando Savater–: “El narrador transmite, pero no inventa; ¿qué transmite?, la experienci­a que va de boca en boca, dice Benjamin, y yo diría que transmite la esperanza de los hombres en sus propias posibilida­des”. El narrador, como el ambicioso Frankenste­in: un émulo de dios.

“Los más grandes narradores son los que menos se separan de lo que otros les contaron” La juventud del cine y su continuo progreso tecnológic­o impulsan a la revisión de clásicos

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Mowgli y Bagheera, en El libro de la selva, remake de la película de animación de 1967, o nueva adaptación del libro de Rudyard Kipling
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