La Vanguardia

El Liceu que se hizo esperar

La soprano argentina Verónica Cangemi debuta en la Rambla con ‘Serse’, de Händel, 25 años después de ganar el Viñas

- MARICEL CHAVARRÍA

La de Verónica Cangemi y el Liceu es la historia de un flechazo que quedó 25 años en stand by. La soprano argentina, estrella del barroco en Europa, comenzó su carrera en 1991 ganando el Viñas. Hacía bien poco que había dejado el cello por el canto, y su madre, la también cantante lírica Felicia Cangemi, la inscribió sin dudar en el concurso: “Le parecía que era el mejor lugar para empezar –explica–, y yo llegué con miedo, pensando que me iban a mandar de vuelta a Argentina a la primera prueba”.

Sin embargo, el premio, actuar en el Gran Teatre, ha tardado un cuarto de siglo en llegar. Por alguna razón el concierto final se celebró aquella edición en otro lado y Verónica Cangemi (Mendoza, 1964) se quedó con las ganas. “Cada vez que ha surgido algo en Barcelona he tenido otro compromiso –cuenta–, hasta que ahora he rechazado un Don Giovanni en el Teatro Colón de Buenos Aires para estar aquí”.

Y si el Viñas lo ganó entonces con un aria del Mesías de Händel, su debut en la casa se produce en la piel de Atalanta, personaje de esta hermosa Serse que –¡cómo es posible!– nunca se había hecho en el Liceu. La ópera que Händel estrenó en 1738 y que incluye el famoso hit “Ombra mai fu” –interpreta­do aquí por Josè Maria Lo Monaco como el joven rey Serse– llega hoy y mañana en versión concierto de la mano de Jean Christophe Spinosi y su Ensemble Mathews. La directora artística del Liceu, Christina Scheppelma­nn, vio que el proyecto estaba de gira y lo cazó al vuelo.

“Es una ópera muy viva, mozartiana, con todo ese movimiento entre hermanas: una que le quiere quitar el novio a la otra y la otra, toda inocencia”, comenta Cangemi en los camerinos del Gran Teatre.

Detrás de la carrera vocal de esa mujer que cualquiera diría que no ha cumplido los cuarenta hay todo un camino estratégic­o. Lo primero fue desoír a quienes le decían nada más empezar, a los 27 años, que con su color lírico debía cantar Mimì (La Bohème) o Condesa (Las bodas de Figaro). “Pero cuando yo llegaba a los agudos me sentía morir, me fatigaba, así que mi estrategia fue quedarme en el barroco, que para mí es la base, lo que te da la técnica, si se hace bien y no se escucha a esos especialis­tas que dicen que no hay que cantarlo con vibrato”, añade. “Hice mucho Händel y Vivaldi y ahora hago casi todo el repertorio mozartiano. No tuve prisa para el bel canto, que era mi sueño de niña. Ya llegaría. Y esa estrategia es la que ha hecho que hoy por hoy pueda debutar en La bohème como acabo de hacer en Tokio sin que me pase nada. Yo siempre voy y vuelvo de los repertorio­s, y eso es lo que hace mi voz se mantenga fresca”.

Eso lo puede demostrar hoy en el Liceu, pues el de Atalanta en Serse es un papel de soprano ligera que ya no es le correspond­ería a Cangemi. El suyo sería el de Romilda, la otra hermana –la deseada del rey–, un papel más lírico acorde con el color actual de su voz. Pero como este ya estaba adjudicado en el proyecto de Spinosi optó por el ligero de Atalanta. Porque puede. “Es la prueba de que se puede hacer este tipo de papeles cuando la voz está fresca, con coloratura natural”, advierte sin soberbia alguna.

Bajo su apariencia pizpireta se adivina una mujer fuerte, no en vano fue criada en el terror de la dictadura argentina con un padre socialista. “La cantidad de veces que venían armados a casa cuando éramos niñas. Recuerdo el pánico de ver los

“Yo soy de las que creen que la técnica es una sola, no estoy de acuerdo con cantar barroco sin vibrato”

camiones llenos de militares que venían a buscar a mi padre... cuando estaba claro que estaba preso. Pero venían a ver qué tenía, tiraban libros, incendiaba­n papeles. Eso es algo que te hace fuerte, no me da miedo nada después de todo eso. Ni odio siento, fíjate. Sólo me da pena la falta de cultura de mi país, cómo pueden seguir votando a gente que no vale la pena. Se olvidaron”.

Quizás por eso estamos ante una soprano que no sólo ha tenido las ideas claras en lo profesiona­l –supo esperar a que su técnica madurase, como hizo su madre, la única maestra que ha tenido y que aún canta e imparte clases en la Opera Estudio que ha fundado en Mendoza–, sino también en lo personal. Su divorcio no fue fácil, y de hecho fue en plena actuación en la Ópera de Washington, cuando Scheppelma­nn era directora, que su marido irrumpió en el entreacto y le arrebató los hijos. “Estaba deshecha, tenía que cantar el aria final de Las bodas de Figaro ,y acabó siendo la mejor noche de mi vida. Salí con una bronca y un brío. ‘Me van a quitar los chicos pero la voz no me la pueden quitar’”. La batalla en los tribunales la ganó ella e incluso provocó un cambio en el Código Civil de su país.

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MAITE CRUZ Verónica Cangemi, ayer por la tarde en el salón de los espejos del Liceu

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