Volver a Igor, olvidar a Frankenstein
La nueva visita al clásico de Shelley queda lejos, muy lejos, de la magnificencia dramática de aquel Frankenstein (1931) fundacional de Whale. Y ni por asomo se acerca a la tragedia existencialista, por llamarla de alguna manera, del Frankenstein que realizo Kenneth Branagh, por citar dos de las mejores.
Este Victor Frankenstein aventurero y anfetamínico, realizado con voluntad palomitera por Paul McGuigan, encuentra un referente (lejano), ya ven, en la transgresión del mito realizada por Mel Brooks, El jovencito Frankenstein. Pero sin la decisión paródica de Brooks.
De entrada el personaje central de ambas películas es Igor, y eso hace que las dos compartan una inesperada perspectiva común. Igor, el conseguidor, el brazo armado del enloquecido Dr. Frankenstein, encarnado en esta ocasión por Daniel Radcliffe, como en la película de Brooks quedaba en manos del inolvidable Marty Feldman.
Radcliffe afronta su Igor como uno mismo describiría al famoso actor de Harry Potter: como el eterno adolescente, hombre/niño cuyas facciones no se deciden por su forma definitiva. Como sus mismas convicciones, tampoco. Un chaval de mirada melancólica y un poco contrahecho. O sea, el perfecto Igor, dubitativo e infantil, para una película contemplativa y contrahecha a su vez, a pesar de la acción de la que quiere disfrazarse.
Igor/Radcliffe nos cuenta la historia de Frankenstein en su busca de la vida eterna. Un personaje, a su vez, en manos de James Mcavoy, un Frankenstein más vulnerable y frágil que obsesionado por los secretos de la existencia. Prisionero de los fantasmas familiares; doblegado y humillado por un padre que encarna Charles Dance (el padre intransigente de Juego de Tronos). Un Frankie dubitativo, pues. El Frankenstein mas Hamlet de todos los que ha habido. Dicen que se inspira en el Sherlock Holmes de Guy Richie. Pero Mcavoy con su intensidad suicida, lo lleva a la ética extrema de un Pacino o un De Niro.
Radcliffe y Mcavoy son lo mejor de este filme de estética steampunk, tan difuso como el humo que alimenta las máquinas que lo pueblan. El monstruo, a su vez, se parece también al de Brooks. Pero sin gracia. Como la película toda.