La Vanguardia

Aquí te quiero ver, Lucho

- José María Brunet

La recta final de la Champions de esta temporada va a dejar un regusto amargo para la hinchada culé. Por la eliminació­n del equipo, sin duda, pero también por las circunstan­cias en que se ha producido. El Barça atraviesa un momento de bajón, que puede llegar a ser muy grave si sigue cayendo en picado. Su juego es medroso y desganado.

Se puede jugar bien y perder. Pero si se salta al campo con poca concentrac­ión y el ánimo atorado, es lógico que luego nada salga bien. Sobre todo, si enfrente hay un equipo con hambre y con garra, como el Atlético de Madrid. El Barça ya sabía a qué iba al Manzanares, cómo es el terreno que pisaría, y sin embargo encaró el partido destemplad­o, encogido, como si una epidemia de febrícula y decaimient­o hubiera invadido el vestuario, dejándolo aplatanado, desconecta­do de su fútbol habitual.

La cara de Messi suele ser un termómetro del estado de ánimo del equipo. Y el miércoles por la noche no se le vio gesto alguno de contento en su deambular sobre el césped. En algunos momentos hubiera podido pensarse que tenía la cabeza en otra cosa. Y ya el colofón fue el penalti cometido por Iniesta. Más o menos en el mismo punto del área desde el que enchufó el gol ganador en el Mundial de Sudáfrica, el de Fuentealbi­lla tocó esta vez el balón con la mano en un gesto que fue a la vez reflejo y desesperad­o.

El árbitro demostró no tener muy buena vista unos minutos más tarde, cuando vio fuera otra mano, esta del Atlético, que cualquiera con las gafas bien graduadas hubiera visto dentro del área. Pero ahí está el atenuante de que la jugada se produjo cerca de la línea, y de que una mala

Al Barça le toca ahora el más difícil todavía porque tiene que levantarse y seguir el camino; lo que queda de Liga será empinado

noche la tiene cualquiera, incluso un árbitro de Champions. Pero la parada de Iniesta en su área la hubiera visto un ciego.

De modo que hay poco de qué quejarse. El Barça no lo hizo, y ahí estuvo lo único positivo de la noche, haber sabido demostrar que eso de los valores de la entidad sirve para saber aceptar la derrota. A la mejor afición culé jamás le gustaría que un entrenador del FC Barcelona se fuera al parking de un estadio a buscar al árbitro para encararse con él por algún error o injusticia, como llegó a hacer alguno de otro equipo.

Al Barça le toca ahora el más difícil todavía, porque tiene que levantarse y seguir el camino. Lo queda de Liga será empinado. A los ciclistas a veces les da una pájara, pero a un vestuario entero debería ser más difícil. Cuesta, desde luego, explicar por qué este equipo de juego primoroso en gran parte de la temporada ha podido entrar en barrena en los últimos encuentros. Segurament­e habrá una combinació­n de factores. Pero no valen excusas y alguien tendrá que echarse la mochila a la espalda. Ese alguien debería ser Luis Enrique. Él tiene la mayor autoridad, y debe ejercerla. Para hacerse respetar y generar estímulos. Aquí te quiero ver, Lucho.

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