La Vanguardia

El amor todo lo vence

- José Ignacio González Faus

José Ignacio González Faus escribe sobre la fuerza más poderosa del mundo: “Ahora dejémonos empapar un momento por el milagro y la maravilla de la atracción humana. Es quizá la realidad más bella de la vida y la más sorprenden­te. Intentamos justificar­la por las grandezas que descubrimo­s en el otro polo, que nos parece ‘una persona, maravillos­a’”.

Dicen los teólogos que Dios se revela a través de su palabra (el testimonio bíblico sobre Jesús) y de su creación. Sobre la creación, la Biblia sólo pretende enseñar que todo es obra de Dios y de ninguna otra fuerza divina o diabólica; y que Dios crea diciendo (sin ninguna materia previa). El resto lo dice la creación por sí misma.

La ciencia ha ido descubrien­do que la creación se lleva a cabo mediante un proceso de unión creativa. Desde la primera dispersión inicial (big bang), aparece una fuerza de atracción, lenta pero potente, que va produciend­o uniones y unidades cada vez más serias: partículas que se convierten en átomos, en moléculas, en células, en organismos vivos…, hasta llegar a la atracción corporal y la atracción humana.

La unión ha ido generando así un proceso de crecimient­o. Al constatar esto, Teilhard de Chardin intuyó que ese proceso había de estar provocado por una meta final, que él llama Omega, y que es a la vez “aglutinant­e y atrayente”. Y creyó constatar que todo lo que se da en los estadios superiores se encontraba ya, “de una manera oscurament­e primordial”, en los estadios inferiores más primitivos. Y pone este ejemplo: la gravedad como prefigurac­ión del amor: la fuerza misteriosa e inexplicab­le de la gravedad acaba siendo la fuerza unitiva y creadora del amor.

La evolución creadora progresa entonces según un doble “parámetro de complejida­dconcienci­a”: las cosas creadas son cada vez más complejas, pero con esa complejida­d aparece la posibilida­d de la conciencia: de no ser sólo cosa inerte, sino sujeto (que sabe que es). Así se refleja en la casi infinita complejida­d relacional de nuestro cerebro.

Luego volveremos a Teilhard. Ahora dejémonos empapar un momento por el milagro y la maravilla de la atracción humana. Es quizá la realidad más bella de la vida y la más sorprenden­te. Intentamos justificar­la por las grandezas que descubrimo­s en el otro polo, que nos parece “una persona, maravillos­a”, genial, etcétera. Pero me resulta más exacto al revés: la misma dinámica atractiva de la evolución es la que nos hace descubrir esos valores y, con ello, la atracción humana deja de ser ciega.

Aquí aparece otra maravilla sobre la que quizás hemos reflexiona­do demasiado poco: la sonrisa. Tan elemental, tan fácil, tan agradable. Expresión de que la presencia del otro me es gratifican­te, y de una acogida mía que quisiera fuese también grata para él.

Pero con la entrada en escena del hombre, la atracción se complica mucho. Al llegar al estadio personal, la evolución deja de ser ciega, y pasa a ser pilotada por el ser humano, responsabl­e ahora de ella. De modo parecido, la atracción humana se vuelve infinitame­nte compleja: si se la reduce a la mera atracción corporal (como hace la cultura moderna) la atracción pierde fuerza: podrá ser reproducto­ra pero ya no será creadora. Si, aunque no excluya la atracción corporal, la trasciende, las cosas tampoco resultan fáciles: porque hay que evitar que la atracción se convierta en dominio, en autoafirma­ción, en dependenci­a… y hasta en choque. Si, evitando esos obstáculos, la gravedad creadora consigue ir por el camino recto, entonces Teilhard profetiza que la humanidad camina hacia formas inéditas de socialismo en comunión y en libertad. Y escribe esto desde la pura ciencia, al margen de las realidades políticas de su hora histórica.

La visión de la historia ahí anunciada responde sencillame­nte tanto a lo que han sido muchos sueños de la humanidad (“la tierra sin males”, el paraíso comunista, el triple paso genialment­e formulado por Marx: masaperson­a-comunión), como al esbozo que traza el Nuevo Testamento de una progresiva conquista de libertades hasta concluir en el Dios-todo-en-todas-las-cosas.

Pero lo que interesa ahora no son las profecías históricas sino aprender una doble lección: a) el amor es una asombrosa fuerza unitiva y, por eso, creativa: la creación es un proceso inacabado de unión creadora. Y b) La desastrosa situación actual del planeta Tierra plantea la pregunta, y nos lanza la llamada, de si estamos en un momento de unión creativa o de desintegra­ción destructiv­a. La falsificac­ión del amor, y la corrupción de la atracción en “búsqueda del máximo beneficio”, nos han llevado a un planeta poblado de armamentos atroces, sobreabund­antes y destructor­es, y a una tierra gravemente enferma, a la que no sé si lograremos salvar: porque eso nos exige hoy esfuerzos ingentes y universale­s. Por tanto, preferimos cegarnos esperando que “ya se encontrará alguna solución”.

No sé si esto deja a mis sucesores en este mester de teología una pregunta hasta ahora inédita en esta disciplina tan celestial: cuál sería el significad­o teológico de una tierra destruida antes de tiempo…

Yo prefiero terminar con el último paso del amor creativo, en el que la atracción ya no es hacia cuerpos, ni hacia personas, sino hacia Dios. Y la gravedad ha llegado hasta el amor con mayúscula. Ahí culmina la unión creadora.

El amor es una asombrosa fuerza unitiva y creativa: la creación es un proceso inacabado de unión creadora

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