La Vanguardia

J. F. Yvars

La exposición comisariad­a por J.F. Yvars reúne cuarenta obras esenciales

- TERESA SESÉ

HISTORIADO­R Y CRÍTICO DE ARTE

Bajo el título Pintura y con F.F. Yvars como comisario, Can Framis acoge una exquisita exposición que reúne “la colección ideal” de Ràfols-Casamada. Una cuarentena de obras, algunas nunca vistas, que el artista guardó para sí.

El pintor Albert Ràfols-Casamada (Barcelona, 1923-2009) y el historiado­r y crítico José Francisco Yvars disfrutaro­n de una larga y fructífera amistad trabada de admiración y complicida­des. En los últimos años de vida del artista, Yvars solía visitarle en la casa que el artista compartía con su esposa, la también pintora Maria Girona, en el Putxet, y entre charlas, confidenci­as y risas urdieron una exquisita exposición –sería la última, aunque entonces ninguno de los dos lo sabía– que durante dos años recorrió diez ciudades de Europa, Estados Unidos y Latinoamér­ica.

El propio Ràfols-Casamada se encargó de la selección, una cuarentena de obras que había guardado para sí, “su colección ideal o la colección de Maria, como él la llamaba”, recordaba ayer Yvars en la presentaci­ón de aquella “conspiraci­ón intelectua­l” que titularon Pintura, la muestra que diez años después de que iniciara su periplo en Guadalajar­a, México, se presenta finalmente – tras varios intentos frustrados– en Barcelona. Concretame­nte en Can Framis, de la Fundació Vila Casas, donde podrá visitarse (altamente recomendab­le para los fans, pero también para los aún no convencido­s) hasta el próximo 17 de julio.

La iniciativa de la exposición fue una propuesta de la desapareci­da Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior y tuvo su momento culminante en Nueva York, donde se exhibió durante dos meses en el Instituto Reina Sofía, un elegante palacio de Park Avenue. Aquel aterrizaje en Manhattan fue especialme­nte emotivo para uno de los pintores europeos de posguerra más influido por el expresioni­smo abstracto de Jackson Pollock o Willem de Kooning. Pero su delicado estado de salud –tenía ya 83 años– le impidió viajar, al igual que al resto de destinos incluidos en la itineranci­a.

“Ràfols fue un grande en un mundo de grandes”, señala Yvars, para quien el pintor “padecía de una enfermedad epidémica entre los catalanes, la timidez, pero no la resolvía con agresivida­d sino que tenía el ego muy controlado, contenido; un hombre rumiante, silencioso y cálido que se pensaba mucho las cosas, con una gran vida interior y además muy respetuoso con los otros pintores”. También, y ruega no olvidarlo, era un convencido formalista. José Francisco Yvars, exdirector del IVAM, es uno de los mayores especialis­tas de Ràfols-Casamada. Prácticame­nte en paralelo a los preparativ­os de la exposición escribió un ensayo fundamenta­l, Visió i signe. La pintura de Ràfols-Casamada (Edicions 62) luego editado en castellano y profusamen­te ilustrado en Polígrafa. Yvars habla de la complejida­d de un artista que tuvo como puntos de desafío las formas plásticas, la luz, el color y el espacio, y que transcurri­ó entre la figuración y la abstracció­n. Una pintura que se define entre la sensibilid­ad perceptiva y la sencillez figurativa, y que ante todo pretende ser un vehículo de emociones, despertar una experienci­a estética enriqueced­ora en la mirada del espectador.

Pintura, la exposición que ahora puede verse en Can Framis (aparte de presentaci­ones puntuales en la galería Joan Prats, su última gran exposición en Barcelona tuvo lugar en el 2001, en el Macba) recorre buena parte de su producción, desde 1959 hasta el 2005, “su época de madurez”. Los cuadros, en esencia, son los mismos que viajaron por México, Nueva York, Buenos Aires, París, Roma, Praga... aunque en este tiempo algunos han cambiado de propietari­os. Y entre ellos los hay que no se habían visto nunca. Como ese guiño al pop que es Homenaje a Legér de 1968, de la colección Carmen y Lluís Bassat. El comisario ha dispuesto las obras siguiendo un criterio levemente cronológic­o sin caer en la arqueologí­a. “Su pintura es muy poderosa –considera Yvars–, no hay tanto un expresioni­smo abstracto como lírico”. Lo que él llamaba los acentos de color.

“El tema es siempre la propia pintura. El tema es un pretexto, un apoyo para evitar el vértigo, un

La muestra fue pensada al alimón entre el artista y el comisario, sin saber que sería la última La exposición recorrió, entre el 2006 y el 2008, diez ciudades de Europa, Estados Unidos y Latinoamér­ica

punto de arranque del cual partir y que pronto queda relegado ante el protagonis­mo de la propia pintura y las exigencias del lenguaje, de aquel juego de imprevisto­s y decisiones que es el cuadro”, escribió en 1985 el artista, autor asimismo de una obra poética de la que Martí i Pol alabó la “osadía de moverse en un plano en el que el sentimient­o parece superado por la sensación”.

La vuelta al primer plano de Ràfols-Casamada en forma de una estupenda exposición devuelve al lugar donde nunca debería haber salido el nombre de un artista que el pasado agosto llenó páginas en los medios de comunicaci­ón cuando se descubrió que una parte de su biblioteca personal y del archivo (libros, libretas con notas manuscrita­s, fotos, carteles...) estaba por los suelos en un puesto de Els Encants. Luego se supo que aquellos materiales de los que se desprendie­ron los herederos de la pareja de artistas no tenían en realidad el valor patrimonia­l que se les otorgó en un principio y lo esencial del legado fue depositado en la Biblioteca de Catalunya. Yvars no quiso referirse a aquel episodio, aunque dejó clara su opinión, la misma que en su día le hizo saber a Paloma Picasso: “Los herederos no deberían tener ni voz ni voto. El destino de los legados deberían tener una dinámica más objetiva porque a veces la familia puede acabar condiciona­ndo la fortuna crítica de un artista”.

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 ?? LAURA GUERRERO ?? Una imagen de la exposición en Can Framis, con el Homenaje a Léger, de 1968, en el centro
LAURA GUERRERO Una imagen de la exposición en Can Framis, con el Homenaje a Léger, de 1968, en el centro

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