En el Shopping da Gávea
Mientras se aprobaba la destitución de la presidenta Rousseff, sus antiguos defensores se iban de compras
Ganada la batalla del proceso de destitución, quienes han participado en aquellas mega-movilizaciones anti Rousseff en Copacabana volvieron a su entorno habitual: el Shopping da Gávea, un selecto centro comercial en el barrio más elegante de la zona sur de Río. Aquí, en medio de las marcas de moda de bikini Lenny Niemeyer, perfumes L’Occitane, y la joyería brasileña de Antonio Bernardo, nadie se sorprendía de que el impeachment de Dilma Rousseff fuese motivo de alegría y alivio. “Todos menos algún estudiante en este centro comercial apoyamos el impeachement”, dijo una abogada que tomaba un café expreso con un brigadeiro, el dulce más querido de la zona sur, en Katz , la chocolatería de lujo. “No es un golpe; está dentro de la legalidad y Dilma lo ha quebrado todo”. Delante, una mujer llevaba su terrier escocés en un carro con cojines porque los perros no pueden pisar el Shopping da Gávea con sus tiendas de Louis Vuitton. Mucha gente de la favela de Rocinha que trepa por la montaña de atrás, tampoco.
Pero lo que sí resultó sorprendente en el centro comercial eran tres estudiantes veinteañeros de la Universidad Pontificia Católica a la vuelta de la esquina del mall.
Ellos eran del bando: “No va a haber golpe”. Habían participado en las manifestaciones en defensa de Dilma Rousseff a principios de mes. Una había estado la mañana anterior en Copacabana en la protesta contra el impeachment. “Para mí es un golpe”, dijo ella. “Lloré cuando vi el resultado”, dijo su amiga. Pero, al igual que miles de otros jóvenes que se oponen a la destitución de Rousseff, no se habían lanzado a las calles como hicieron sus abuelos de pelo largo y pantalones acampanados en las manifestaciones contra la junta militar de los setenta. Preguntamos: ¿Cómo puede ser que estéis en el Shopping da Gávea el día del golpe? “Hemos mirado en Facebook y no hay ninguna convocatoria”, respondieron. Es lo que chocaba en las calles de Río ayer. Pese al éxito de las manifestaciones convocadas a principios de mes por el Partido de los Trabajadores (ninguna, hay que decirlo, tan grande como la que iba a favor de la destitución), ayer no se hizo nada, al menos antes del cierre de esta edición. No hacía falta sacar los tanques a la calle para defender este golpe en Río porque, a la hora de la verdad, cuesta lanzarte a la calle en apoyo a un Gobierno de izquierdas que hace un ajuste en medio de una recesión con una inflación del 9 por ciento a la vez que recorta los servicios públicos. Es más, en el Shopping da Gávea, hay cosas para ver.
Rousseff ni tan siquiera podía contar con el apoyo de la masa de mano de obra que se desplaza cada día desde la periferia lejana para trabajar en los centros comerciales. “Dilma incumplió sus promesas”, dice Vanessa, de 28 años y estatura diminuta, que trabaja en la hamburguesería Brothers por 900 reales al mes (260 euros). Aunque Vanessa no albergaba mucha ilusión respecto al cambio: “Es sacar una cagada para poner otra”, dijo en referencia a quienes serán presidente y vicepresidente del próximo gobierno post impeachment, Michel Temer y Eduardo Cunha, del llamado “partido de alquiler”, el PMDB. A fin de cuentas, Temer está involucrado en la investigación sobre la financiación ilícita de la campaña del 2014 y Cunha, el presidente de la Cámara, está siendo investigado por blanqueo de dinero tras depositar millones en cuatro cuentas suizas. Si el 61% de los brasileños apoyan la destitución de
Una joven lloró al ver la destitución, pero no se lanzó a las calles como hicieron en los setenta contra la junta Rousseff no podía contar ni con los empleados del ‘shopping’ que viven en la periferia lejana
Rousseff, cabe recordar que el 77% quieren que Cunha se marche también. Pero, según la Constitución, Cunha será elevado a vicepresidente si el Senado aprueba la destitución.
Mientras se ha hablado en las últimas semanas de la polarización política en torno al impeachment, hay algo que une a muchos brasileños. El deseo de echar a la calle a toda la clase política. Según Transparencia Brasil, una oenegé, tres de cada cinco miembros del Congreso o bien han sido inculpados o bien están bajo investigación por corrupción.
Las escenas del domingo de legisladores que se abrazaban, hacían dedicatorias a sus mujeres e hijos y levantaban pancartas que rezaban: “Tchau, querida”, no ayudó a mejorar la sensación de que Brasil está gobernado por hombres corruptos e infantiles.
La única salida que podría resolver la grave crisis de legitimidad política es la convocatoria de elecciones. Pero, aunque Rousseff ha dicho que apoyaría presidenciales y legislativas, los congresistas no querrán someterse a la ira del pueblo en estos momentos.
Quizás el comentario que mejor resumió los sentimientos de la mayoría de brasileños lo hizo tras despertarse un pasajero del vuelo nocturno de Atlanta a Río de Janeiro. Al aterrizar el avión a las 7 de la mañana, miró su teléfono y anunció: “¡Hay impeachment!”. Luego añadió: “Es un cambio de ladrones por ladrones”.