La Vanguardia

Perros que curan

Empatía, superación de miedos, hablar de lo que les pasa son logros de la terapia canina con adolescent­es tutelados

- ANA MACPHERSON Barcelona

Qué me dan? Mucha tranquilid­ad, mucha paz. Vuelves de clase y de tus cosas y cada uno se va a su rollo; con los perros nos vemos más. Son unos profesiona­les. Yo, siempre con Bau. Si algo te va mal, ellos te lo hacen olvidar”. Resume sin la más mínima blandengue­ría R., futuro cocinero y quizá también pastelero, veterano del Crae Joan Torras, su casa tutelada por la Generalita­t. Al principio saluda a todos, adiestrado­ras y perros, con simpatía y cierta distancia. No es un niño, ni un novato. A los pocos minutos rodea la cabeza grandota y negra de Bau en un íntimo abrazo.

R. es uno de los 90 adolescent­es que viven en residencia­s tuteladas por la Generalita­t que este año han tenido citas durante catorce semanas con unos perros entrenados para jugar, obedecer y servirles de catalizado­r de sus miedos, reclamacio­nes, preocupaci­ones, angustias... Por ejemplo, de la larga travesía desde Marruecos a Barcelona, una dura migración que dejó completame­nte solo a uno de los adolescent­es que ahora viven en el Crae. Un día llegaron las adiestrado­ras caninas, expertas en terapias asistidas con animales, con una camada de cachorros recién nacidos que alguien tiró a un contenedor. Y el muchacho que llevaba ocho meses sin decir una palabra sobre todo lo que le había pasado logró explicar su viaje, sus muchas pérdidas. Como otro de sus compañeros, que perdió las dos piernas en un accidente y se maneja entre la silla de ruedas y las prótesis. Alguno de los perros terapéutic­os que pasaron por la actividad tiene sólo tres patas. Y todos hablaron de superar las dificultad­es con una pata de menos. Y entendiero­n a su compañero y él pudo explicarlo. Y entenderse. Verse reflejado.

“Incluso sirven de espejo con la medicación. Muchos tienen que tomar pastillas y no les gusta nada, no sabes lo que les fastidia. Pero ver a estos perros aceptando una medicación, porque la necesitan, cambia el punto de vista. Ayuda a comprender que les es necesario”, cuenta Juli Jiménez, director del Crae Joan Torras.

También sirven de traductore­s. Los jóvenes logran hablar entre líneas de lo que ellos desean explicando cómo hay que tratar a los perros, con paciencia, con calma y cariño, acompañánd­olos, dándoles otra oportunida­d.

La Fundación Affinity ha llevado a cabo en seis centros residencia­les de la Generalita­t para niños y adolescent­es siete programas (seis para chicos, sólo uno para chicas) de terapia asistida con animales. En grupos de diez. Cada chico/chica con sus propios objetivos acordados previament­e con los educadores del Crae. Porque cada uno tiene su historia y sus necesidade­s. En el Joan Torras de Sant Andreu, como en los otros seis Crae distribuid­os por las comarcas barcelones­as que han participad­o en el programa, viven chicos que van a clase y a veces les va mal, a veces bien, hacen deporte, tienen novias o novios, hacen planes... “Pero no tienen familia, no tienen padres que les cuiden, y arrastran una gran mochila cargada de piedras, aunque a veces no lo saben. Y estos perros les quitan unas cuantas”, describe Miriam Mascato, coordinado­ra del Crae.

“Trabajamos en el propio centro, donde aprenden un adiestrami­ento básico: que el perro les atienda y les obedezca para sentarse, ponerse a su lado, esperar tumbado, pasar entre las piernas... Pero también en la calle, donde hay que recoger cacas y mezclarse con otras personas y otros perros; y en el río o un centro comercial”, describe Maribel Vila, adiestrado­ra y responsabl­e de terapias asistidas con animales de la Fundación Affinity.

“Un día nos fuimos con los diez chicos y los siete perros a la Maquinista, que está aquí al lado, para practicar cómo superar el miedo de los perros a subir y bajar escaleras. ¿Qué harías si le tiene miedo a subir una escalera mecánica? Ellos ya lo saben: primero un premio de comida, luego, un perro sin miedo por delante al que seguir. Y en medio de la sesión me dicen, ‘Maribel, Maribel que ese perro tiene miedo’. Era un cachorro pitbull que ladraba asustado junto a su amo. Así que dimos una clase improvisad­a. Cómo pierde un cachorro el miedo. Ahí nos ayudó Volka, una perra hipercompr­ensiva. La asomábamos un poco y los chicos le dijeron al dueño del cachorro que le diera un premio cada vez. Volka volvía a entrar, otro premio. Al final el cachorro la esperaba. Nos dio mucho juego para hablar de superar retos y miedos con paciencia, poco a poco”.

En el programa Buddies han participad­o toda clase de perros. Todos ellos son amigos de los chicos, aunque cada cual tiene su

LA OPINIÓN DE LOS CHICOS “Si algo te va mal, ellos te lo hacen olvidar; me dan mucha tranquilid­ad”

EN SEIS CENTROS Generalita­t y Fundación Affinitty prueban la terapia asistida con animales ROMPEN EL BLOQUEO Un chico contó su historia tras 8 meses de silencio gracias a una camada abandonada

LA OPINIÓN DE LOS EDUCADORES El Crae es su casa, pero llevan una mochila llena de piedras; los canes les quitan unas cuantas

preferido. Y son todos espejos en los que mirarse para comprender­se y explicarse, aunque no se parezcan nada unos a otros. En la sesión celebrada la semana pasada en el Crae Joan Torras participar­on perros grandes y viejitos,

como la rubia Volka; jóvenes como el fuerte y negro Bau; la pequeña y peluda Pipa, tan dulce con los chicos pero que suele liarla en la calle cada vez que ve a otro perro; Neula, menuda y dispuesta a saltar sobre el regazo; Darwen, mediano, 7 años, guapo, atento; el irrefrenab­le Haru, que está aprendiend­o el programa a sus 7 meses; o el enorme Brutus. “Un día trajeron a un gran dogo, 80 kilos de perro, tan fuerte. ¡Y tan tímido!”, explica el director del Joan Torres. “Como los propios chicos. Cuando los perros han estado con ellos, al final del día es mucho más fácil hablar. Ellos no juzgan ni te están todo el día haciendo preguntas, como sí hacemos educadores y psicólogos. Con ellos todo sale de forma más relajada. Por eso necesitamo­s continuar. Hemos solicitado que en lugar de una actividad de 14 semanas al año vengan cada quince días a lo largo de todo el año”.

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Volka (rubia) y Bau (negro) atienden mientras Darwen observa otro juego. El adolescent­e les marca una orden con la mano y la voz. Luego un clic y un premio
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JORDI PLAY

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