“Ni fui una heroína ni una esquirol”
Roser Ferran, una mujer de 100 años, protagonista de ‘La noia de la Pirelli’, de Plàcid Garcia-Planas y Gemma Saura
Todo empezó por una noticia de La Vanguardia del 28 de junio de 1936 que daba por “resuelta” una huelga en Barcelona. Roser Ferran Gayet lo leyó en Sant Pau de Segúries, donde había ido a pasar unos días a la casa familiar, y decidió ir a trabajar al día siguiente. Bajó en tren y al llegar a la estación de plaza Catalunya vio que llegaba tarde. Aceleró el paso y entró en las oficinas de la Pirelli, en la Ronda Universitat, sin fijarse en que en la calle aún había piquetes.
–Rompí la huelga sin saberlo, me di cuenta cuando vi cómo me recibían los directivos italianos: “Bravo! Che bel coraggio!”.
Lo cuenta Roser Ferran, que con los cien años cumplidos y una memoria privilegiada ha permitido que Plàcid Garcia-Planas y Gemma Saura, dos periodistas de este diario, hayan vertido en La noia de la Pirelli (Ed. Columna) toda una vida ligada a los avatares del siglo XX. Ha viajado a Barcelona desde Madrid, donde vive, para presentar este libro, que se basa en unos antiguos esbozos de memorias y en largas conversaciones con los dos autores.
–Yo tenía 20 años y no tuve la valentía de decir la verdad. Casi de inmediato empezaron a entrar otros trabajadores. Ni era una heroína ni una esquirol. Fue el azar.
Poco después empezaba la guerra civil. Las oficinas y fábricas de Pirelli fueron incautadas. Dos meses después la llaman dos milicianos armados de la CNT. Le hacen chantaje. O colabora con ellos en detrimento de la UGT, en la pugna por el control de la empresa, o revelan su historia. Y así fue como acabó por convertirse en consejera delegada de Industrias Pirelli.
La historia oral fue corroborada por Garcia-Planas y Saura en los archivos de la empresa. Descubrieron cómo una joven mujer pasaba a dirigir una empresa que fabricaba cables eléctricos y neumáticos para uso militar. Ella, una chica culta que había leído a los clásicos, que admiraba a Mussolini –estudió en el Instituto Italiano y pasó cuatro años en Italia, donde su padre estudió bel canto–, pasaba a dirigir una industria de guerra, con más de tres mil trabajadores, al servicio del Ejército Rojo.
–Mi objetivo era que todo funcionase, que no se dejaran de servir los pedidos, no tenía pretensiones, pero reconozco que el poder me gustó y tomé iniciativas.
Contrató un seguro colectivo, mandó alimentos a los trabajadores del frente, facilitó clases de inglés. Y ella se matriculó en la Escuela Industrial de Terrassa. Era tal su actividad que dice que ni los bombardeos la hicieron parar.
A punto de caer Barcelona, en el 39, huyó a Francia. Eso sí, con coche y un chófer que la acompañó hasta la frontera. Se llevó La Divina Comedia, aunque no la leyó entera. Acabó en el campo de Argelers, donde pasó nueve meses con sus padres en un barracón. Sin perder nunca el optimismo.
–No lo pasé tan mal. Tenía una amiga en París, le enviaba cartas en inglés y me las devolvía corregidas en tinta roja. Aprendí inglés. Delante del barracón teníamos una bomba que extraía agua de la arena. Era muy salada, quizá por eso soy hipertensa.
Y sonríe. Sorprende su lucidez. El recuerdo de su vuelo en avión con sólo 13 años sin permiso de su padre –al cumplir 90 le regalaron otro viaje, pero en helicóptero–, su colaboración con la resistencia francesa – “fue espía sin saberlo”–, su retorno a la España franquista, de nuevo como oficinista, su boda con Julián Ruiz, un colaboracionista de los nazis y gran amigo del escritor César González-Ruano, sus viajes –el último a Estambul, sola, con 88 años–, los múltiples y dramáticos avatares de su padre... son otros tantos capítulos del libro y de su densa biografía.
Le pregunto por el secreto de su longevidad:
–No lo sé. Mi objetivo ha sido sobrevivir, porque la vida es divertida. Debo de ser de buena madera.
JOSEP PLAYÀ MASET Roser Ferran explica que pasar a dirigir una empresa de guerra en 1936 no fue más que una cuestión de azar