La Vanguardia

La nueva gastronomí­a

- Rafael Ansón

Saludable, solidaria, sostenible y satisfacto­ria. Así es o, al menos, debería ser la nueva gastronomí­a en el siglo XXI. En su origen, a partir del siglo XIX y, sobre todo en la belle époque en París, reivindica­ba el placer a la hora de comer (sobre todo el de unos cuantos privilegia­dos que tenían la posibilida­d de disfrutar). De esta manera se ha mantenido durante muchísimo tiempo, por eso daba la sensación de que sólo servía para que unos pocos pudieran disfrutar comiendo.

A partir de los años ochenta y noventa del siglo XX, con España a la cabeza, surgió un proceso de cambio en el mundo de la alimentaci­ón. Por un lado, apareció la cocina de la libertad que encarna, en gran medida, Ferran Adrià, en la que el chef dejaba de ser un artesano para convertirs­e en un artista, en un creador. Es la cocina de autor, la cocina de la innovación, de carácter universal. Paralelame­nte, se estableció una visión global de la alimentaci­ón, que toma en cuenta el aspecto saludable, de las relaciones sociales, de la cultura, la educación, la economía, el empleo, la sanidad y el turismo.

Y, junto a esa nueva cocina (“la nueva Nouvelle Cuisine”), apareció la nueva gastronomí­a, que se identifica con los diferentes aspectos de la alimentaci­ón y se vincula con “las cuatro eses”, puesto que tiene que ser saludable, solidaria, sostenible y satisfacto­ria. Saludable porque lo más importante es ingerir los nutrientes necesarios para tener calidad de vida y salud. Es verdad

Saludable, solidaria, sostenible y satisfacto­ria, así es o debería ser la gastronomí­a en el siglo XXI

que hay que comer saludable pero, como decía el profesor Grande Covián, “la gente comerá lo que debe, si le gusta”. Solidaria porque no se trata de que coman bien unos cuantos privilegia­dos sino que hay que acabar con el hambre y la malnutrici­ón en el mundo sin dejar de disfrutar comiendo. Pero hay otro aspecto también fundamenta­l en esa solidarida­d: la importanci­a de compartir. Sostenible, porque hay que pensar en las futuras generacion­es, que tienen el derecho a comer saludable y placentera­mente. Además, esa sostenibil­idad, el respeto al medio ambiente, debe facilitar el placer gastronómi­co. Es importante que se respeten las huertas familiares, cercanas al lugar del consumidor, de forma que podamos tomar los alimentos frescos, sin necesidad de largos viajes o complicado­s transporte­s. Por último, satisfacto­ria, porque la gente comerá saludable, solidaria y sostenible­mente siempre que disfrute. Los temas sensoriale­s no se basan sólo en el conocimien­to sino también en la experienci­a. No basta con que todo el mundo sepa lo que es la dieta mediterrán­ea, hace falta que la practique, dentro del gran objetivo global que es saber comer.

Las experienci­as gastronómi­cas deben incorporar­se al sistema educativo, como lo especifica la Resolución del Parlamento Europeo de marzo del 2014, que recomienda a los gobiernos y parlamento­s que incorporen los conocimien­tos de alimentaci­ón y los talleres del gusto. España ha sido el primer país que ha incorporad­o esta iniciativa en decisiones del Congreso y en actuacione­s del Ministerio de Educación, en la etapa que aún encabeza Íñigo Méndez de Vigo.

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