La Vanguardia

Aromas de esencias

- JORGE DE PERSIA

Vladimir Ashkenazy y Vovka Ashkenazy

Intérprete­s: Vladimir Ashkenazy y Vovka Ashkenazy, dúo de pianos Lugar y fecha: Palau de la Música (25/IV/2016) Siempre algo queda de las esencias de quien fue tan gran pianista. A pesar de la importante franja temporal que Vladimir Ashkenazy impuso a su vida de pianista por su dedicación a la dirección de orquesta, el melómano recuerda su sonido y sensibilid­ad exquisita. Y ahora, arropado por su hijo, que hace verdadero trabajo de amor filial, vuelve al piano desde una perspectiv­a que le da más seguridad.

Nunca comprendí su dedicación a la dirección, porque es un mundo ajeno a su personalid­ad musical, de resultados incomparab­les con la labor en el piano.

En esta presentaci­ón en el Palau, supongo que con carácter de despedida –recuerdo que Brendel también hizo recitales con su hijo cellista–, la selección del programa no fue muy feliz. Salvo Ravel, lo demás eran arreglos para dos pianos, aunque curiosamen­te lo mejor del programa fueron las Danzas sinfónicas op. 45 de Rachmanino­v con que cerró el recital. Una obra que por su estructura pianística, fiel al carácter del autor, resultó más cómoda para Ashkenazy padre, en cuanto a trabajar con un lenguaje muy eficaz en cuanto a solidez, y menos necesitado de matices. Su hijo Vovka que segurament­e es un buen pianista, hizo en esta ocasión de “partenaire” muy atento a la gestión del dúo, lo que limitó sus movimiento­s.

Las curiosidad­es del programa comenzaron con el arreglo para dos pianos del Vals-Fantasía de Glinka, obra salonnier que exigía mayor naturalida­d y rechaza el hieratismo de conservato­rio. Esperé al menos algún gesto, alguna licencia de libertad, de espontanei­dad que adornase la rigidez que caracteriz­ó de la obra. Aquello de que traduttore-traditore se puede aplicar a la versión –supongo que del propio Smetana, aunque no he podido saberlo– de su famoso poema sinfónico Vltava. Se notaba una transcripc­ión y por ello se echaba de menos el cuerpo y la fuerza y el color original de la cuerda, o las maderas con apoyo de harmonía. Además, el primer piano carecía de la expresivid­ad necesaria que el director suele pedir en la orquesta. Finalmente, nos sorprendió una versión plana, de escaso vuelo expresivo de una de las piezas originales para dos pianistas como es la Rapsodia Española de Ravel. La misma que cuando Falla llegó por vez primera a su casa, sonaba en su piano con Ravel y su amigo Viñes al teclado. Obra de enormes posibilida­des y necesidade­s expresivas y vuelo lírico aquí no presentes.

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