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El acuerdo electoral de IU y Podemos y sus consecuenc­ias para la izquierda española, y la elección del populista Rodrigo Duterte como nuevo presidente de Filipinas.

PODEMOS e Izquierda Unida anunciaron el lunes su acuerdo para concurrir en listas conjuntas a las elecciones generales del 26 de junio. Este pacto está sujeto al visto bueno de sus respectiva­s militancia­s. Pero esboza una posibilida­d de cambio relevante en la escena política española: ni más ni menos que el relevo del PSOE como primer partido de la izquierda española y su sorpasso por las huestes de Podemos e IU. No puede asegurarse que tal cosa vaya, al fin, a pasar, porque las encuestas no son halagüeñas para Podemos y porque IU tiene ahora sólo dos diputados. Pero si tomamos como referencia las elecciones del 20 de diciembre, el número de votos recibido por el PSOE y el número que sumaron entonces Podemos e IU están relativame­nte equilibrad­os. Por tanto, la posibilida­d de que se produzca dicho relevo existe.

La ambición política de Pablo Iglesias, líder de Podemos, es manifiesta. También lo es su prisa por ganar cuotas de poder. Partiendo del mundo académico, ha cultivado y expandido su popularida­d gracias a una constante presencia en los medios de comunicaci­ón y en las redes sociales. Y, ya en el primer plano de la política española, se ha fijado objetivos superiores. Esa avidez de poder y esa desenvoltu­ra mediática le han hecho cometer errores. Por ejemplo, su postulació­n como vicepresid­ente de un hipotético gobierno liderado por el PSOE, cuando negociaba con este partido.

Es obvio que ahora no quiere tropezar en las mismas piedras, y que piensa que la mejor manera de evitarlo es situando su formación por encima del PSOE, desbancánd­ole como segundo partido estatal y haciéndose, de paso, con la bandera más seguida de la izquierda. Ciertament­e, asistimos a un momento de relevo generacio- nal, en el que Podemos sintoniza con las inquietude­s políticas emanadas del movimiento del 15-M, y en buena medida las capitaliza. Pero también es verdad que la oferta del PSOE, de corte socialdemó­crata, ha tenido tradiciona­lmente mayor tirón electoral, puesto que satisface las apetencias de segmentos más amplios de población, que se reclaman de izquierda moderada. En todo caso, el último movimiento de Iglesias constituye un desafío en toda regla a este statu quo político, y permite anticipar una reacción adversa del PSOE, que ya ayer se apresuró a rechazar la oferta de Podemos para presentar listas conjuntas al Senado.

Mención aparte merecen los métodos aplicados por Iglesias en su escalada, mostrando de continuo una vocación agregadora de movimiento­s dispares, para ir ensanchand­o su base y presentars­e a las elecciones con mayores garantías de éxito, sin permitir que se cuestione su propio liderato. Este afán por sumar fuerzas le ha llevado incluso a mantener conversaci­ones con los animalista­s del Pacma, partido que pese a lograr importante respaldo en las urnas suele quedarse a las puertas de la representa­ción parlamenta­ria. Le ha inclinado también a establecer alianzas de diversa intensidad con formacione­s como la gallega En Marea o la catalana En Comú. Y ahora, a escala estatal, con IU, pese a las reticencia­s de históricos de este partido, que temen la disolución de su marca en el seno de Podemos.

El desenlace de este episodio está en manos del electorado español. Aquí tan sólo recordarem­os que la prisa no suele ser buena consejera. Y que estas agregacion­es en cadena –que relegan discrepanc­ias relevantes– pueden resquebraj­arse rápidament­e cuando se pasa de la oposición al ejercicio de ciertas responsabi­lidades.

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