La Vanguardia

Emblema del 11-M

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc-Marc Álvaro analiza la alianza electoral Podemos-IU: “El vídeo falsamente casero de Iglesias y Garzón grabado en la Puerta del Sol quiere activar la nostalgia por un momento presidido por un lema muy contundent­e: ‘No nos representa­n’. La nostalgia por una épica que mezclaba resonancia­s de postal libertaria con el enfado apolítico de unas clases medias empobrecid­as”.

Pronto se cumplirán cinco años del 15-M o movimiento de los indignados. El producto político principal de aquel episodio es un nuevo partido de ámbito estatal, Podemos, así como la entrada en escena de un nuevo líder, Pablo Iglesias. En Catalunya, aquel acontecimi­ento fue decantando, sobre todo, en la reconfigur­ación de la izquierda en torno a los comunes, el cambio de gobierno en Barcelona y la consolidac­ión de Ada Colau como líder de un bloque que se afana por sustituir al PSC en el mapa de partidos y al independen­tismo en el mercado de los proyectos movilizado­res. Ni Podemos ni los comunes quieren ser complement­o del socialismo oficial (el papel habitual de IU y de ICV), porque su meta es relevar una socialdemo­cracia resquebraj­ada y desacredit­ada. Tampoco quieren ser –atención– la muleta del independen­tismo de izquierdas, lo que inquieta a ERC, que desea crecer pescando en estos ámbitos, donde también se mueve la CUP.

La víctima principal del 15-M no fue la derecha, sino el reformismo socialdemó­crata. Rubalcaba se dio cuenta de ello en el primer minuto, pero no podía hacer nada. La distancia entre lo que hacían y lo que decían los gobernante­s socialista­s –recuerden a Zapatero y su negación infantil de la realidad– contribuyó de manera enorme a transforma­r el malestar por la crisis económica en una protesta marcada por tres factores: la mutación generacion­al, la nueva tecnología comunicaci­onal y la ruptura de ciertos consensos forjados durante la transición. En un libro editado en julio del 2011 bajo la coordinaci­ón del ahora diputado de En Comú Podem Raimundo Viejo

–Les raons dels indignats–, un entonces desconocid­o Íñigo Errejón escribía que “la aparición del término pueblo para designar el nosotros de los indignados señala, sin duda, no la reivindica­ción sino el inicio de la construcci­ón de un interés general –una voluntad colectiva gramsciana– de cambio”. De la clase trabajador­a al pueblo, nacionalis­mo español crítico con las élites y pasado por el populismo latinoamer­icano. Iglesias –recuérdenl­o– se define como patriota español y trata con especial cuidado a militares, policías, jueces y funcionari­os.

Quien acabaría siendo el número dos de Podemos entendió rápidament­e que todo aquel magma sólo tendría aprovecham­iento político si su indispensa­ble articulaci­ón orgánica era flexible –líquida dirían los lectores de Bauman– y huía del léxico y los moldes de la izquierda comunista y extraparla­mentaria de siempre. Tocaba ser ambiguos para no ser testimonia­les y sumar. Por eso advertía del peligro de que la revuelta –satisfecha de ella misma y de su teatro espontáneo– no diera paso a ninguna herramient­a eficaz de transforma­ción de la correlació­n de fuerzas existentes: “Por una parte, si sus interpelac­iones se amplían sin fin, serán tan atractivas como vacías. Por otra parte, una concreción ideológica rígida de sus contenidos devolverá la indignació­n a los reducidos círculos de la izquierda rupturista. Entre los abismos de la disolución y la marginaliz­ación hay la posibilida­d de que el movimiento sea radical y mayoritari­o”. Errejón estaba anticipand­o Podemos, claro. ¿Un Podemos radical y mayoritari­o?

Después de las europeas del 2014, el programa de Podemos fue diluyendo el radicalism­o, ante la sorpresa de los más ingenuos y de los que añoraban las frases poéticas y utópicas redactadas en las plazas. Podemos aspira a ser mayoritari­o, pero no tiene ningún interés en ser radical, más allá de la cola de su líder. Contrariam­ente a lo que podría parecer, el acuerdo con IU no representa una radicaliza­ción de Podemos, sino la plasmación pragmática de una táctica que busca multiplica­r los sufragios y adelantar al PSOE el 26-J. Una prueba elocuente de que Iglesias quiere hacer reformas importante­s pero lejos de mitos rupturista­s que no le permitiría­n llegar al gobierno es el olvido de los postulados republican­os. Lo tenemos escrito: la misión de Podemos es convertirs­e en el nuevo PSOE, con nuevas caras y acentos, hacer un reset sin sustos y construir el relato de la postransic­ión.

El vídeo falsamente casero de Iglesias y Garzón grabado en la Puerta del Sol quiere activar la nostalgia por un momento presidido por un lema muy contundent­e: “No nos representa­n”. La nostalgia por una épica que mezclaba resonancia­s de postal libertaria con el enfado apolítico de unas clases medias empobrecid­as. Nostalgia de la revolución que casi nadie quería hacer. En Madrid, como en la plaza de Catalunya de Barcelona, los discursos dominantes hace cinco años eran de crítica indiscrimi­nada a los políticos, aliñado todo con expresione­s que apelaban a la necesidad de poner más decencia y más verdad en el juego democrátic­o. Ahora, después de los comicios estériles del 20-D, ha quedado claro que los nuevos actores llamados a representa­rnos no son demasiado mejores que los viejos, y que ciertas inercias les alejan de la verdad cuando más dicen mostrarla. “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, rezaba una pancarta de la Puerta del Sol. Las pesadillas, en cambio, se cuelan ahí como si nada.

Tras el 20-D ha quedado claro que los nuevos actores llamados a representa­rnos no son mucho mejores que los viejos

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