Tres atentados yihadistas en Bagdad dejan casi un centenar de muertos
La grave crisis política y la ineficacia policial favorecen los ataques en Iraq
La guerra civil iraquí, agravada por la parálisis política y la ineficacia del ejército y las fuerzas de seguridad, ha vuelto a provocar una hecatombe de terror en Bagdad. Tres atentados, el primero en el populoso barrio chií de Ciudad Sadr, nombre de una poderosa familia de dignatarios chiíes de Najaf, en la época de Sadam Hussein llamado de la Revolución, el segundo en otro sector de la misma comunidad musulmana iraquí y el tercero en una zona de población mixta suní y chií, acabaron ayer con la vida de al menos 93 personas, hiriendo a 161.
Un camión trató de penetrar en el abigarrado y pobre zoco de Ciudad Sadr, impidiéndolo una patrulla de policía, pero consiguió hacerlo por otro acceso y su conductor hizo estallar las cargas explosivas en la hora de mayor animación popular.
En este ataque terrorista perecieron 64 habitantes. Muchas de las víctimas eran mujeres, clientas de una peluquería que quedó destrozada. Entre ellas había varias novias que se preparaban para sus bodas.
Ciudad Sadr había sido durante años plaza fuerte del carismático y feroz imán Moqtada al Sadr, con sus aguerridas milicias del Ejército del Majdi y sus tenebrosos escuadrones de la muerte, acérrimos enemigos tanto de los ocupantes marines estadounidenses como de las organizaciones suníes armadas y ante todo de Al Qaeda.
En los otros dos atentados, en Kazimiya y Jamia, las víctimas más numerosas fueron miembros de las fuerzas de seguridad.
El Estado Islámico (EI) se ha atribuido los tres ataques.
Los terroristas consiguen romper los cinturones de seguridad con mucha facilidad a base de sobornar a los agentes.
La ONU calcula que entre enero y abril han muerto 3.379 iraquíes. Sólo en abril perecieron 741, víctimas del terrorismo y la guerra.
Ciudad Sadr, con su millón de habitantes, siempre ha sido un volcán, durante el régimen de Sadam Hussein, los años de la ocupación estadounidense y en la guerra entre suníes y chiíes que ha vuelto a cobrar violencia desde la conquista de Mosul por el EI en el 2014.
Miles de encolerizados manifestantes clamaron, tras el atentado, contra el Gobierno, acusándole de inacción ante el EI que ocupa vastas regiones de la descuartizada república. Si es verdad que el maltrecho Gobierno de Bagdad, dominado por los chiíes, ha conseguido recuperar Ramadi –foco de la rebelión suní y de la resistencia contra los norteamericanos– y Tikrit, cuna del clan de Sadam Hussein, gracias, sobre todo, a la decisiva ayuda militar norteamericana, no controla los suburbios de Bagdad y no lo tendrá nada fácil para liberar Mosul.
La reconquista de Ramadi se hizo a expensas de una devastación de la ciudad. La táctica del EI es la de tierra quemada, por lo que gran parte de los territorios ganados son inhabitables.
Los chiíes lideran el movimiento de impugnación al poder estatal. Hace pocos días, fieles partidarios del imán Moqtada al
La ONU calcula que entre enero y abril han muerto 3.379 iraquíes, víctimas de la guerra y el terror
Sadr penetraron en la sacrosanta zona verde de Bagdad, ocupando los escaños del Parlamento para protestar contra la ineficacia de la clase dirigente. El primer ministro Haider al Abadi , también chií –la Constitución establece un reparto del poder sobre una base confesional como acontece en Líbano–, ha tratado en vano de formar un gobierno de tecnócratas capaz de poner remedio a la corrupción sin conseguir el apoyo de los parlamentarios, que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios políticos.
La presidencia de la República recae en un kurdo y la vicepresidencia en un suní, mientras que un chií ocupa la jefatura del Gobierno. Los ministerios también se distribuyen con criterios confesionales y étnicos.
Abadi y Moqtada al Sadr, cuya fuerza miliciana fue derrotada por el anterior primer ministro, Nuri al Maliki, convergen en su ánimo de realizar reformas esenciales en la República.
En Iraq sólo una contrarrevolución suní, por ahora muy improbable, podría vencer al EI.