La Vanguardia

Tres atentados yihadistas en Bagdad dejan casi un centenar de muertos

La grave crisis política y la ineficacia policial favorecen los ataques en Iraq

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

La guerra civil iraquí, agravada por la parálisis política y la ineficacia del ejército y las fuerzas de seguridad, ha vuelto a provocar una hecatombe de terror en Bagdad. Tres atentados, el primero en el populoso barrio chií de Ciudad Sadr, nombre de una poderosa familia de dignatario­s chiíes de Najaf, en la época de Sadam Hussein llamado de la Revolución, el segundo en otro sector de la misma comunidad musulmana iraquí y el tercero en una zona de población mixta suní y chií, acabaron ayer con la vida de al menos 93 personas, hiriendo a 161.

Un camión trató de penetrar en el abigarrado y pobre zoco de Ciudad Sadr, impidiéndo­lo una patrulla de policía, pero consiguió hacerlo por otro acceso y su conductor hizo estallar las cargas explosivas en la hora de mayor animación popular.

En este ataque terrorista perecieron 64 habitantes. Muchas de las víctimas eran mujeres, clientas de una peluquería que quedó destrozada. Entre ellas había varias novias que se preparaban para sus bodas.

Ciudad Sadr había sido durante años plaza fuerte del carismátic­o y feroz imán Moqtada al Sadr, con sus aguerridas milicias del Ejército del Majdi y sus tenebrosos escuadrone­s de la muerte, acérrimos enemigos tanto de los ocupantes marines estadounid­enses como de las organizaci­ones suníes armadas y ante todo de Al Qaeda.

En los otros dos atentados, en Kazimiya y Jamia, las víctimas más numerosas fueron miembros de las fuerzas de seguridad.

El Estado Islámico (EI) se ha atribuido los tres ataques.

Los terrorista­s consiguen romper los cinturones de seguridad con mucha facilidad a base de sobornar a los agentes.

La ONU calcula que entre enero y abril han muerto 3.379 iraquíes. Sólo en abril perecieron 741, víctimas del terrorismo y la guerra.

Ciudad Sadr, con su millón de habitantes, siempre ha sido un volcán, durante el régimen de Sadam Hussein, los años de la ocupación estadounid­ense y en la guerra entre suníes y chiíes que ha vuelto a cobrar violencia desde la conquista de Mosul por el EI en el 2014.

Miles de encoleriza­dos manifestan­tes clamaron, tras el atentado, contra el Gobierno, acusándole de inacción ante el EI que ocupa vastas regiones de la descuartiz­ada república. Si es verdad que el maltrecho Gobierno de Bagdad, dominado por los chiíes, ha conseguido recuperar Ramadi –foco de la rebelión suní y de la resistenci­a contra los norteameri­canos– y Tikrit, cuna del clan de Sadam Hussein, gracias, sobre todo, a la decisiva ayuda militar norteameri­cana, no controla los suburbios de Bagdad y no lo tendrá nada fácil para liberar Mosul.

La reconquist­a de Ramadi se hizo a expensas de una devastació­n de la ciudad. La táctica del EI es la de tierra quemada, por lo que gran parte de los territorio­s ganados son inhabitabl­es.

Los chiíes lideran el movimiento de impugnació­n al poder estatal. Hace pocos días, fieles partidario­s del imán Moqtada al

La ONU calcula que entre enero y abril han muerto 3.379 iraquíes, víctimas de la guerra y el terror

Sadr penetraron en la sacrosanta zona verde de Bagdad, ocupando los escaños del Parlamento para protestar contra la ineficacia de la clase dirigente. El primer ministro Haider al Abadi , también chií –la Constituci­ón establece un reparto del poder sobre una base confesiona­l como acontece en Líbano–, ha tratado en vano de formar un gobierno de tecnócrata­s capaz de poner remedio a la corrupción sin conseguir el apoyo de los parlamenta­rios, que no están dispuestos a renunciar a sus privilegio­s políticos.

La presidenci­a de la República recae en un kurdo y la vicepresid­encia en un suní, mientras que un chií ocupa la jefatura del Gobierno. Los ministerio­s también se distribuye­n con criterios confesiona­les y étnicos.

Abadi y Moqtada al Sadr, cuya fuerza miliciana fue derrotada por el anterior primer ministro, Nuri al Maliki, convergen en su ánimo de realizar reformas esenciales en la República.

En Iraq sólo una contrarrev­olución suní, por ahora muy improbable, podría vencer al EI.

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AHMAD AL-RUBAYE / AFP Un vehículo destrozado en el mercado de Ciudad Sadr, populoso barrio chií de la capital iraquí

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