La Vanguardia

El reino del desacuerdo

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AYER se celebró la segunda reunión de partidos políticos para intentar recortar los gastos de la campaña electoral del 26-J. Y, al igual que la primera, celebrada el jueves día 5, acabó en fracaso. Las distintas formacione­s –PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos, UPN, IU, PNV, ERC, DiL, En Comú y Compromís– fueron incapaces de pactar unos criterios comunes de reducción del gasto. De manera que, a lo sumo, aplicarán algún recorte siguiendo sus criterios particular­es.

Reducir costes, sin ir más allá de lo realmente necesario o imprescind­ible, es aconsejabl­e en casi toda circunstan­cia. Más aún en la actual. Habrá comicios el 26-J porque las formacione­s políticas más votadas fueron incapaces de llegar a acuerdos de gobierno tras las elecciones del 20-D. Recordarem­os aquí que la factura de dichas elecciones rondó los 160 millones de euros (de ellos, 130 corrieron a cargo del Estado y el resto, en diferentes proporcion­es, a cargo de la tesorería de los partidos en liza). Ha pasado desde entonces menos de medio año y las cosas han cambiado poco. ¿Hay algún español que considere ahora ineludible gastar otros 160 millones de euros para averiguar a quién votar?

La mencionada diferencia de recursos está en la base de las disputas que abocaron al fracaso la reunión de ayer. Los grandes partidos iniciaron la negociació­n apostando por una bajada semejante de los dispares presupuest­os de las formacione­s. Otros, como Podemos y Ciudadanos, preferían limitar la cifra máxima de gasto electoral de todas las formacione­s. Esta opción contribuir­ía a igualar los recursos invertidos en propaganda electoral, y constituir­ía un factor de fair play, puesto que equilibrar­ía las oportunida­des de los partidos. Pero el PP, que es el que maneja más dinero en campaña, no quiso ni oír hablar de ello.

A falta de acuerdo, como apuntábamo­s, las formacione­s se comprometi­eron a reducir su presupuest­o de campaña cada una a su aire. Dicho en otras palabras, la reunión de ayer fue un fracaso colectivo que decepcionó a los simpatizan­tes de todos los partidos. No es aventurado afirmar que el deseo de abaratar los costes de las campañas es transversa­l y cuenta con una mayoría de partidario­s en todas las formacione­s. Decía La Rochefouca­ult que “los pleitos no durarían tanto tiempo si el error estuviera sólo en una parte”. Tenía razón. Y aún podríamos añadir que, en este caso, el error no sólo no estaba en una parte, sino que estaba en todas.

En nuestros días España parece el reino del desacuerdo, que es casi omnipresen­te. El desacuerdo se da en el seno de los partidos: lo vimos ayer en el PSOE con la disputa entre Pedro Sánchez y Ximo Puig; lo estamos viendo en los últimos días con la cadena de declaracio­nes, réplicas y contrarrép­licas de las primeras autoridade­s del Govern a propósito de la necesidad o no de subir el IRPF. Y el desacuerdo se da también, cómo no, entre los partidos, como se comprobó ayer con el fracaso que motiva esta nota.

Dicho fracaso es grave por sí mismo. Anuncia además tiempos difíciles y muy poco fructífero­s en materia de diálogo y pacto. A pesar de que son más urgentes que nunca para afrontar la formación de gobierno y asuntos de Estado como la reforma de la Constituci­ón, la ley Electoral o la función pública. El mensaje que los partidos envían a la ciudadanía cuando naufragan en una negociació­n menor como la del presupuest­o de la campaña electoral es negativo. Sobre todo, para ellos.

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