La Vanguardia

Generación ‘selfie’ y ‘sexting’

- José R. Agustina J.R. AGUSTINA, director del máster de Ciberdelin­cuencia de la UIC Barcelona

Los adolescent­es no son ajenos a la nueva práctica de intercambi­ar imágenes autoproduc­idas de contenido erótico, denominado sexting, por la contracció­n de sex y texting. Sin embargo, la reciente noticia sobre un estudio realizado por el mayor sindicato de profesores del Reino Unido parece haber encendido las alarmas: “Hasta niños de siete años practican sexting”. El fenómeno tiene una explicació­n bien simple en el presente contexto sociocultu­ral.

En psicología evolutiva se afirma que la adolescenc­ia es una época de insegurida­d, experiment­ación de los propios límites e inestabili­dad emocional. No es de extrañar que en el ámbito de la sexualidad los adolescent­es se atrevan a protagoniz­ar conductas de riesgo. Junto a ello, esta nueva generación selfie vive en una sociedad de lo visual, en la que la facilidad de las TIC ha puesto las cosas mucho más difíciles. Se ha juntado el hambre con las ganas de comer. Han coincidido la fuerte sacudida hormonal, la proliferac­ión del smartphone y una pornografí­a ambiental generadora de un efecto mimético en los adolescent­es.

Nos hallamos ante el resultado natural de tres revolucion­es incontrola­das: la revolución sexual, la revolución tecnológic­a y la revolución adolescent­e, con un efecto sinérgico cargado de consecuenc­ias: un desmesurad­o culto al cuerpo y a la banalizaci­ón de lo sexual; el acceso masivo a través de las TIC a una industria pornográfi­ca cada vez más deshumaniz­ante, y un modelo educativo que, al pretender eliminar todo signo de autoridad, puso en el centro la cándida espontanei­dad del adolescent­e narcisista. Todo ello nos interpela como sociedad a buscar límites o remedios a sus excesos.

El problema del sexting es que expone a quien lo practica a un riesgo elevado de victimizac­ión (venganzas, acoso o chantaje). Y a pesar de ello la sociedad rema con toda su fuerza en esa dirección. Se pretende una libertad ilimitada y sin costes: jugar alegrement­e con fuego y no quemarse. Aunque el legislador haya tipificado como delito la difusión de sexting, es necesario un cambio cultural que enseñe con pedagogía el sentido de los límites, haciendo visibles las consecuenc­ias de nuestros actos. La libertad irreflexiv­a tiene un precio altísimo que no compensa y tenemos un reto enorme por delante.

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