La Vanguardia

Edad provecta y sexualidad

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

Los medios de comunicaci­ón se han hecho eco de un reciente estudio sobre la sexualidad de las personas mayores, y los resumidos resultados me han retrotraíd­o a una encuesta que llevé a cabo en 1989. Encuadrada en una publicació­n que realizó la Fundació Caixa de Pensions, encuesté a hombres y mujeres mayores de 60 años, dato que, por lo pronto, demuestra que hace 27 años la edad provecta comenzaba socialment­e antes que en la actualidad, establecid­a en 65 años en el mencionado estudio. Me dirigí a tres casals d’avis de Barcelona, de capas sociales distintas, debiendo consignar que en ocasiones me encontré con personas reacias a responder al cuestionar­io calificánd­olo de impertinen­te y escabroso. La desinhibic­ión vigente en nuestros días aún no había hecho acto de presencia, siendo en el casal del barrio alto donde se produjeron el mayor número de negativas.

Se desprende del estudio comentado en la prensa que el 63% de los encuestado­s practican el sexo traspasada la edad de 65 años, y se habla con naturalida­d del coito, identifica­do de modo preferente como sexualidad, situando en segundo término las caricias y la masturbaci­ón. El panorama de hace casi tres décadas era bastante diferente, dado que un 60% de los casados decían haber renunciado al sexo, alcanzando un 90% en caso de viudedad. Las mujeres no lo echaban de menos en un 55%, mientras que los hombres, sólo en un 22%. Ni que decir tiene que a los hombres solteros o viudos les era más fácil mantener relaciones sexuales que a las mujeres en iguales condicione­s. En todo caso, antes como ahora, la sexualidad dentro del matrimonio aparece entre los encuestado­s como la que proporcion­a mayor satisfacci­ón.

Por lo demás, comprobamo­s que hoy día se continúa adjudicand­o el calificati­vo de gente mayor a hombres y mujeres a los que resultaría más adecuado el de gente madura. No deja de sorprender que, habida cuenta de la actividad intelectua­l y corporal atribuible a quienes han cumplido 65 años, y por lo común bastante más allá, se siga aplicando tal frontera. Se hace necesaria, sociológic­a y popularmen­te, una rectificac­ión, dado que basta con mirar alrededor para desmontar semejante estereotip­o. No sólo en cuanto a la práctica de la sexualidad, sino respecto del resto de potenciali­dades humanas, por fortuna todavía en vigor en edades provectas.

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