La Vanguardia

Del dicho al hecho

- SABATINAS INTEMPESTI­VAS Gregorio Morán

Gregorio Morán escribe sobre el 26-J: “Sin ningún ánimo de augur. Podemos no puede ganar las elecciones pero es el único grupo político que las condiciona. Rompe el tres en raya. Tiene problemas para sobrevivir, pero hay uno que me parece decisivo. Mientras la cúpula está obsesionad­a por el poder –lógico, nadie crea un partido para que degenere en club de debate–, las bases, las difusas bases de Podemos, se encuentran más cómodas siendo una ‘radical oposición’ que un ‘poder institucio­nal’”.

Como lo de caimanes suena fuerte, también podría denominars­e la hora de los monitos graciosos, porque hay de todo. Aquellos que están dispuestos a quebrarle la columna al enemigo y los que ya se organizan para campanille­arle la victoria. Por primera vez en nuestra siempre angosta historia democrátic­a, vamos a vivir y sufrir sensacione­s nuevas. Nada demasiado trascenden­tal, pero nuevo. Vayamos por partes.

Nadie puede perder. En otras elecciones cabía un plan B –que se dice ahora– de la derrota. En esta ocasión no. O ganas o te vas al carajo. ¿Alguien se imagina a un Rajoy derrotado? Desataría la caja de los truenos, y medio partido pasaría de estar al borde de la cárcel a entrar en ella; que es una diferencia notable. De ahí que sea el caballo ganador. Hay tantos intereses ligados a la perseveran­cia y al descaro de este registrado­r de la propiedad que ni siquiera sus enemigos cuentan con su derrota.

Porque no lo olvidemos, estas serán unas elecciones sin adversario­s, sólo se admiten enemigos a cara de perro. Estas elecciones no son a primera sangre (término que se utilizaba hace muchos años, para designar un duelo zanjado a partir de que un contendien­te tuviera un vahído o una raspadura). Esta vez no hay piedad.

¿Se imaginan a nuestro soldado Sánchez de vencedor? Quizá él mismo se lo crea, pero su propio partido ya afila las hachas para trocearle. Si gana, tendrá un partido reticente, porque el efecto Zapatero ha dejado muchas suspicacia­s entre esos muchos miles de funcionari­os de la política que no tendrían donde caerse muertos y que no saben ni siquiera cuál es el asilo más cercano a su casa. Cuando todos imaginaban que al primer fracaso de este soldado Sánchez, tras tanto exhibicion­ismo, vendría un veterano sonriente, de mirada aguda y decir suelto, para poner las cosas en su sitio, resulta que el gran tapado de los sueños socialista­s de antaño, Felipe González, les ha dado un corte de mangas a todos y cerró las ilusiones con una idea castiza. “Ya soy mayor, me queda poco para hacerme una fortuna, acompañarm­e de una dama con tronío y no tener que sentarme durante horas con unos gañanes que siempre te preguntan ‘qué hay de lo mío’. Soy un estadista, y eso exige nivel y desparpajo. Doy consejos gratis a la militancia, pero las mediacione­s financiera­s, las cobro. ¿No habíamos quedado en que las leyes que hicieron nuestro éxito eran las del mercado? Me atengo estrictame­nte a la coherencia de mi trayectori­a. Lo importante es ganar, lo demás se olvida”.

El Ciudadanos de Rivera nació para barrer la vida política, pero su destino acabó en bisagra. Abrir o cerrar puertas. A veces ocurre que la ambición no consuma las pretension­es. Si no mejora, muere. Y si se supera, hará de pareja de baile. No cabe que se achique después de haber conseguido la proeza, ¡porque proeza fue!, romper el aislamient­o, el silencio, los insultos de la canalla arrebatada de patriotism­o, los mismos chorizos que se quedaron con los fondos de Catalunya y que aún sobreviven con el agua al cuello. ¿O no se decía por aquí: C’s es la reacción disfrazada, mientras la reacción sin disfraz se quedaba con los fondos?

El enemigo que abatir es Podemos. Siempre se puede jugar con tres partidos políticos como si se tratara de tres en raya, pero la aparición de Podemos, o más exactament­e la mezcla de ambición y éxito, ha echado por tierra los esquemas postransic­ión. Que un diario como El País estuviera dando la matraca durante semanas sobre la importanci­a de Izquierda Unida, a la que no le dio bola nunca si no era para ningunearl­a a costa de sus dos diputados. “¡Ojo, muchachos, no caiga en la trampa de sumarse a Podemos, nuestras encuestas los resucitan!”. Una aportación más al periodismo de caimanes que nos invade. Para que no crean que exagero, repito el párrafo, cuya desvergüen­za no tiene parangón desde los tiempos del PSOE felipista, la OTAN, los GAL y demás minucias sangrienta­s de nuestra pequeña historia:

“La alianza anunciada por Podemos e Izquierda Unida deja sin alternativ­a a todo un sector del electorado que hasta ahora disponía de la doble opción”. Los editoriale­s deberían firmarse, porque quien escribió esas frases debería asumirlas públicamen­te y no ampararse en el anonimato. Un canallita. O sea, que Izquierda Unida, que jamás mereció en ese diario de postín, arruinado hasta las orejas y en saldo internacio­nal, se ha convertido en una opción política ¡ahora!

Lo que está ocurriendo con Podemos tiene más importanci­a, creo, en los entornos que en los centros. Están aterroriza­dos. Ellos que lo tenían todo previsto, ¡y comprado! Aparecen unos chavales –algunos talluditos–, que se saben la truca. Tuvieron años en la universida­d para aprenderla. Tampoco era una ciencia complicada, aunque sí oculta. Quizá la transición, su singularid­ad, tuvo algo de ciencia oculta.

Sin ningún ánimo de augur. Podemos no puede ganar las elecciones pero es el único grupo político que las condiciona. Rompe el tres en raya. Tiene problemas para sobrevivir, pero hay uno que me parece decisivo. Mientras la cúpula está obsesionad­a por el poder –lógico, nadie crea un partido para que degenere en club de debate–, las bases, las difusas bases de Podemos, se encuentran más cómodas siendo una “radical oposición” que un “poder institucio­nal”. Y esto es un problema de difícil solución, que exige en principio menos Gramsci y más Rosa Luxemburgo.

¿Cómo echas hacia adelante un partido con una dirigencia ambiciosa y talentuda, y una base reticente y quizá muy influida por aquel fenómeno que arrasó la izquierda española en octubre de 1982? La arrollador­a victoria del PSOE, que iba a cambiar el país, y que cambió sobre todo el nivel de vida de sus líderes.

El encono anti-Podemos parte de la generación política crecida en las últimas décadas y que interpreta, con razón, que se puede producir una ruptura con los innumerabl­es apaños, tan similares, de González, Aznar, Zapatero o Rajoy, el más preocupado, porque para un registrado­r de la propiedad, que además es líder de un partido conservado­r y corrupto hasta las cachas, sería como abrirle en canal. De ahí que el combate esté entre Rajoy y Podemos, y de ahí también que esta sea la hora de los caimanes. Gane un poco, o pierda un poco, el soldado Sánchez es un cadáver político; puede durar, chalanear, negociar… pero no es nadie, ni en su partido ni fuera de él.

Vamos a vivir la campaña electoral más sucia que conoció la no demasiado limpia democracia española posfranqui­sta. Que un tipejo, de pasado dentro de toda sospecha, siempre al servicio de señores oscuros e intocables, apellidado Inda, catedrátic­o de tertulias –propongo introducir este término porque está acorde con la universida­d y las querencias de sus estudiante­s– exhiba un documento, preparado por los servicios de informació­n o asimilados, según el cual Pablo Iglesias ha cobrado cantidades notables en Venezuela –otros hicieron algo parecido con Irán– es algo que debería hacernos reaccionar. No reflexiona­r, que eso lo tenemos muy trabajado, sino denunciarl­o directamen­te como basura periodísti­ca, bazofia; una ganga de larga tradición en el franquismo.

Parece como si los grandes manipulado­res de los medios de comunicaci­ón hubieran decidido que Podemos no debería existir. Evito –por vergüenza ajena– los textos un tanto desequilib­rados de Andoni Elorza, así le conocí cuando militaba en el PC de Euskadi, y al que sólo salvaba la dignidad de una esposa, historiado­ra admirable y combatient­e, Marta Bizcarrond­o. Creo que crucé en mi vida dos palabras con él y fue en un almuerzo con Santiago Carrillo, en el que se me ocurrió pensar lo difícil que tenía que ser llegar a catedrátic­o teniendo tantos personajes a los que lamer y tan sólo una lengua.

Vamos a vivir la más sucia de las campañas. Llegó la hora de los caimanes.

Vamos a vivir la campaña más sucia que conoció la no demasiado limpia democracia española posfranqui­sta

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MESEGUER
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