Alzas y descensos
El auge de la inmigración ilegal que vive Italia a raíz del caos que sufre Libia, al otro lado del Mediterráneo; y el descenso de la inflación.
La primera vez que supe qué es realmente peste a meados en la calle fue en Vitoria. No había estado nunca y la pestilencia de muchos rincones era insufrible. En aquella época, en Barcelona nunca la había notado. Ahora sí. Ahora no pasa día en el que, cuando vas a los contenedores, si no quieres que las narices te revienten vale más que vayas con una pinza de la ropa puesta. Nos hemos normalizado. Es un sentimiento parecido al que sentí la primera vez que fui a Italia y, sólo atravesar en coche la frontera desde Francia, vi que conducían sin usar los intermitentes, avanzando a los otros coches sin ninguna prudencia e ignorando las señales de tráfico y las líneas continuas. En Catalunya, en aquellos años setenta aún lo hacíamos de forma sensata. Afortunadamente, me acompañaba un amigo argentino que, cuando vio el panorama, me dijo: –¡Conducen como en Argentina! De manera que le cedí el volante y a partir de aquel momento todo fue soplar y hacer botellas. Nos convertimos en los reyes de las carreteras y pronto fuimos nosotros los que regañábamos a los italianos por respetar demasiado las señales de tráfico. Ahora todo eso es historia y Catalunya puede presumir de
Barceloneses: 552.000 euros por cinco lavabos de calle es un despilfarro; en Nantes los ponen por mucho menos
haber llegado a la categoría de los grandes países que conducen como les sale de las gónadas.
Pero volvamos a las ganas de orinar. Este verano, en las calles de la Ciutat Vella de Barcelona aumentará el número de lavabos de calle. El Ayuntamiento destinará 552.000 euros a instalar cinco cabinas automáticas, autolavables y gratuitas. La prueba piloto del año pasado funcionó y disminuyeron las denuncias por orinar en la vía pública. En Francia, en la ciudad de Nantes han inventado una solución mucho más barata. Un “urinario ecológico” que llaman uritrottoir (urinario de acera). Consiste en una estructura de un metro de alto y uno de ancho. El fondo debe de ser de unos treinta centímetros. Horizontalmente, está dividida en dos partes. La de abajo es metálica y dentro hay paja. La de arriba es roja y consiste en una jardinera con flores que tiene, en el centro frontal, una abertura para que mees. La orina va a parar a la paja. Al cabo de dos meses está completamente impregnada. Entonces los técnicos abren la parte de abajo, se llevan la paja (con la que preparan compuesto) y ponen paja nueva. Los beneficios son dos: la gente no mea en las paredes y la peste a orina desaparece porque cuando el nitrógeno de la orina entra en contacto con el carbono de la paja, no hay emanación.
El urinario sirve tanto para hombres como para mujeres, si llevan el cada vez más imprescindible Pips Woman que ha creado el empresario salmantino Juan Carlos Cortés y que les permite orinar de pie sin ningún problema. La única ciudad donde no deberían instalarlos es Girona. Al menos durante el Temps de Flors (que acaba mañana, por cierto). No vaya a ser que la gente –que acostumbra a tener graves déficits de comprensión– piense que todas las flores que ven expuestas son uritrottoirs y, queriendo solucionar un problema, creemos uno mayor.