Las nubes tóxicas
Ayer, cuando veía en televisión el incendio del cementerio de neumáticos, me sorprendió un rótulo informativo: el depósito era ilegal. Su propietario incluso fue condenado y, sin embargo, el cementerio siguió creciendo hasta acumular cien mil toneladas. Nadie de los escandalizados por la ciudad que a su lado había construido aquel singular promotor llamado Paco el Pocero se dio cuenta de esa otra ciudad de residuos de caucho y alambre que ayer ensució los cielos con su humo y sus restos cancerígenos. Pasa mucho en este país: la ciudad de El Pocero llamó la atención porque tenía un nombre detrás, tenía un autor. La ciudad maldita del cementerio de neumáticos también lo tuvo, pero los medios informativos no se fijaron en él. No lo convirtieron en leyenda. Pudo crecer en su ilegalidad hasta que alguien le acercó una cerilla y un bidón de gasolina.
No sé si está pasando algo parecido en la política española, aunque ahí me apresuro a borrar el calificativo de “ilegal”. Siempre recordaré el día en que un gobernante llamado José Montilla arrojó su primer neumático al depósito de diagnósticos: “En Catalunya se está produciendo desapego hacia España”. Nadie le hizo caso. Ningún estamento del Estado se movió para detectar al menos qué estaba pasando. Después se fueron arrojando neumáticos en cantidades incalculables hasta que se supo que un 80 por ciento de la población quería ser consultada sobre su futuro. Las soluciones consistieron en atacar al Pocero de turno, llámese Mas, Junqueras o Puigdemont por un lado o Rajoy por el otro. Pero los neumáticos siguieron creciendo a su lado, y la nube tóxica se producirá el día que alguien encienda la cerilla de la declaración unilateral de independencia.
Siempre recordaré también los primeros casos de latrocinio de dinero público en democracia. Tuvieron nombres sonoros como Roldán y últimamente Bárcenas, que centraron todas las atenciones y condenas. A su lado, de forma silenciosa, se fueron amontonando neumáticos de cohechos, apropiaciones indebidas, comisiones ilegales, enriquecimientos inexplicables, robos de los ERE, malversación de subvenciones… La palabra “ilegal” salía también en las pantallas de los telediarios. Y se dejó crecer. Creció por todo el territorio nacional. Ahora la nube tóxica ha envenenado a todo el sistema.
Y después llegó la crisis con sus neumáticos de paro, desahucios, desigualdades, irritación social. Los sensores se fijaron en Zapatero, culpable de no ver llegar el desastre. Y ahora se fijan en los populismos. Los dirigentes españoles y europeos se fijan en los populismos, que construyen sus ciudades de éxito y de crecimiento electoral. No ven cómo crece a su lado el cementerio de neumáticos del desencanto ciudadano, mientras la corrupción sigue sin castigo y se irrita a la sociedad con la exhibición de privilegios. Se avisa del riesgo populista, pero no se hace nada contra el depósito de agravios. Hasta que un día alguien compre una lata de gasolina y encienda una cerilla. Y en ese momento los telediarios usarán la palabra “ilegal”, pero la humareda será irrespirable. Y cancerígena.