Hacia la unidad popular
No se avizora el futuro sin asumir un riesgo. Asumo el riesgo de vaticinar el resultado de las próximas elecciones para prever la evolución de los acontecimientos. Doy por hecho que los partidos de derechas –PP y Ciudadanos– formarán un gobierno de coalición, con el posible apoyo del PNV y la previsible abstención del PSOE en la investidura. Quedarán enfrentados, de este modo, un gobierno de derechas y una oposición de izquierdas. Habrá llegado la hora de la verdad. El gobierno podrá elegir una de estas dos opciones. En primer lugar, afrontar los problemas reales que tiene el país (Uno, déficit público. Dos, estructura territorial del Estado. Tres, paro y bajos salarios. Cuatro, corrupción. Cinco, desigualdad social), ensayando nuevas políticas, tan meditadas como prudentes, pero que rompan un statu quo insostenible; algo para lo que podría contar con el apoyo puntual de PSOE, en aquellas reformas que sean apuestas valientes por la refacción del país. Y, en segundo término, mantener sus actuales políticas, debidamente maquilladas para hacerlas pasar por nuevas; en cuyo caso, le será muy difícil aguantar la creciente presión social de unas clases medias y populares cada día más desengañadas por el funcionamiento del sistema, lo que dará lugar a un inevitable acortamiento –¿dos años? ¿Tres?– de la legislatura. Y, llegados a este punto, la unidad de las izquierdas será posiblemente inevitable. Incluso para el PSOE, salvo que se resigne a languidecer.
La actitud del presidente Rajoy, una vez investido, será decisiva al respecto. Si sigue enrocado en la posición actual, le espera un futuro más que azaroso ante los seguros ataques de una oposición crecida. Pero si decide emprender la senda de las reformas valientes, asumiendo los riesgos que ello comporta, puede concitar el apoyo de buena parte del país, que no quiere aventuras pero que tampoco está de acuerdo con la perpetuación de un estado de cosas insostenible, por la desigualdad que genera y por la corrupción que provoca. ¿Por cuál de estas dos opciones se inclinará? Las primeras señales que brinda la precampaña son preocupantes. El presidente Rajoy carga la suerte en la necesidad de experiencia para gobernar, como antídoto para lo que califica de experimentos; es decir, apuesta por la continuidad. Y el portavoz parlamentario popular insiste en calificar de comunistas a los políticos de izquierda radical. Si a esta actitud se suma el inmovilismo congénito a la cohorte de juristas de alto standing que hoy vertebran la administración del Estado, el resultado de todo ello es previsible. Más de lo mismo. Pero no es esto lo que la gente quiere, lo que desean las clases medias y populares que están soportando por entero los costes de la crisis, mientras contemplan atónitas el obsceno aumento de las desigualdades y el vomitivo incremento de la corrupción. Y no son comunistas; sólo se sienten burlados y agraviados. Por lo que esta situación no será soportable a corto plazo. Y de ahí surgirá la apelación a la unidad de las izquierdas, articulada de una u otra forma, a la que el PSOE no podrá –ni deberá– resistirse, dada su situación.
En los momentos críticos, las izquierdas suelen optar por la unidad. Insisto, plasmada de una u otra manera. Así sucedió, por ejemplo, en las elecciones de 1936. Parece que la idea de un Frente Popular fue de Azaña, como un recurso para recuperar el poder perdido. Ya funcionaba en Francia, y es cierto que el VII Congreso de la Internacional Comunista (Moscú, 1935) lanzó la consigna de constituir Frentes Populares en Europa. Azaña dio un primer paso al constituir con varios grupos Izquierda Republicana, a la que se agregó una fracción del Partido Radical dirigida por Martínez Barrio. Por los socialistas, Azaña captó a Prieto. Los comunistas acudieron rápidamente, al igual que los troskistas del POUM, y hasta el anarquista Ángel Pestaña fundó, para adherirse, un partido sindicalista. Fue así como el Frente Popular logró aglutinar a un amplísimo espectro de izquierda y extrema izquierda. Cambó vio, certero, el riesgo que el Frente Popular entrañaba para los conservadores. Primero, por sus “reivindicaciones sociales (…) imprecisas, indefinidas y precisamente por ello más aptas para crear las ilusiones más fervorosas”. Y, segundo, porque la propaganda que se hizo de su programa “era de una violencia inaudita, que (…) se consagraba a excitar los malos instintos y a prometer las más absurdas realizaciones”.
Sólo un programa de auténticas reformas puede evitar un desenlace como éste. Keynes lo advirtió así a un distinguido público: “Quisiera advertir a los caballeros de la City y de las altas finanzas que si no escuchan a tiempo la voz de la razón, sus días pueden estar contados. Hablo ante esta gran ciudad igual que Jonás habló ante Nínive. Profetizo que a menos que abracen la sabiduría a tiempo, el sistema sobre el que viven se pondrá tan enfermo que se verán inundados por cosas insoportables que odiarán mucho más que los remedios suaves y limitados que les ofrecen ahora”.
Si Rajoy decide emprender reformas valientes, asumiendo los riesgos, puede concitar el apoyo de buena parte del país