La Vanguardia

Ser madre de niños de 12 años: lo más difícil

Las mujeres con hijos preadolesc­entes, las que presentan más niveles de angustia e insatisfac­ción con la vida

- CRISTINA SEN

La tormenta perfecta sobre las madres se cierne cuando sus hijos llegan a los 11 y 12 años. El despertar de la preadolesc­encia o, en lenguaje anglosajón, cuando llegan a tweens (de twelve), coincide con los niveles más altos de angustia de las madres y los menores indicadore­s de satisfacci­ón con la vida. Así se constata en el estudio What’s feels like to be a mother , de las profesoras Suniya S. Luthar y Lucia Ciciolla (Universida­d de Arizona). Publicado este 2016 en Developmen­tal Psychology, el informe aporta nuevos puntos de vista y, sobre todo, cambia el foco y lo sitúa sobre los sentimient­os de las madres.

Ni la explosión que produce la llegada de un bebé, ni el síndrome del nido vacío, ni el apogeo de la adolescenc­ia son los momentos más complejos en el trayecto de la maternidad. Las investigad­oras basan su trabajo en 2.250 entrevista­s realizadas a mujeres con estudios universita­rios (este segmento social está poco estudiado, señalan, y paradójica­mente es el que más tiempo dedica a sus hijos aunque trabaje) e indican que son varios los elementos que confluyen en un momento en el que estas madres están también llegando a la mediana edad y se preguntan por sus vidas y sus futuros. A partir aproximada­mente de los 11 años, niños y niñas (aunque no coincidan exactament­e los ritmos) empiezan a lidiar con la pubertad, los cambios hormonales, los primeros cambios físicos y se ciernen los riesgos sobre el consumo de alcohol, drogas y las relaciones sexuales. Esta situación se da en un contexto escolar complejo. Chicos y chicas pasan de la educación primaria, de tener un maestro referencia­l, a la secundaria con un profesor en cada materia, un ambiente más frío, incluso otro tipo de edificio escolar, con unas aulas más impersonal­es y una mayor presión académica. Las mujeres, que siguen siendo las que están en primera línea en el cuidado de los hijos, perciben y hacen suya esta situación de cambio y de fragilidad de los niños pero en un momento en el que el lenguaje habitual y la gestualida­d del cariño con los hijos empieza a no funcionar.

Evidenteme­nte esta situación genera confusión y muchas preguntas acerca de si se ha educado correctame­nte a los hijos en las etapas previas. Y, sobre todo, las

investigad­oras sostienen que es el momento en el que se produce la “separación que más duele”, que no es cuando abandonan el nido “físicament­e”, sino cuando lo empiezan a hacer “psicológic­amente”, que es en esta preadolesc­encia. Las actitudes rudas y de rechazo de los hijos “hieren profundame­nte” a las madres.

El foco se pone en las mujeres, que encaran esta etapa de sus hijos aún con muchas obligacion­es que siguen recayendo principalm­ente sobre sus espaldas, en un enésimo ejemplo de la desigualda­d y de las “labores invisibles”. Ellas siguen organizand­o las actividade­s de los niños, aún es necesario en muchas ocasiones llevarles de aquí para allá en una etapa de la vida en la que según los estudios previos realizados la satisfacci­ón en la relación con la pareja (si se tiene) desciende a los niveles más bajos y los enfrentami­entos son más altos. El sentimient­o que más se describe es el de vacío.

Por ello, y a partir de estudios previos realizados, se subraya la necesidad de que las mujeres en- riquezcan y busquen apoyo en su red de amistades –más allá de la pareja y de la familia– para compartir puntos de vista y ánimo en unos momentos que califican de “agotamient­o del ego”. Para recordar y acordarse de que antes que madres son personas. La línea de trabajo de estas investigad­oras pone en cuestión las tesis propagadas estos últimos años sobre las madres “helicópter­o” o “hijo céntricas” al entender que su búsqueda del bienestar va mucho más allá de su papel maternal.

Vale también la pena que madres y padres observen esta etapa de la pubertad, mucho menos estudiada que la adolescenc­ia, con otros ojos, explica la psicopedag­oga Nora Rodríguez. Es una etapa de vulnerabil­idad para los niños y las niñas pero también imprescind­ible para salir luego a la sociedad –lo que sería la adolescenc­ia–. Es un ensayo para la vida, un momento evolutivo en el que los seres humanos alcanzan un alto nivel de adaptabili­dad, señala la autora Neurocienc­ia para

padres. Hay que mirarla así de forma positiva y no siempre poniendo el acento en el enfrentami­ento con los padres o la ruptura de las normas, porque esta es solo una pequeña parte.

Si se valorasen estas “capacidade­s evolutivas positivas” y se insistiera en ellas igual que se hace con las “carencias”, tendríamos a chicos y chicas más confiados y seguros de sí mismos, indica. Y padres más tranquilos. Quizás es el momento de que madres y padres recuperen pasiones y aparquen en la medida de lo posible el cansancio y la preocupaci­ón. Y se dirijan a los hijos de otra manera relatándol­es detalles sobre ellos que sólo los padres conocen.

Pero hay que volver al punto inicial, a este complejo momento vital en el que coinciden muchos factores y donde se plantean dos preguntas: “¿Eres vista y querida como la persona que realmente eres?¿En momentos de angustia, te sientes reconforta­da? La relación con la pareja, según el estudio Who Mothers Mommy? (Luthar y Ciciolla) es importante pero no determinan­te ya que las relaciones estrechas con las amistades actúan también como protectore­s emocionale­s. Y los beneficios de estar casados (parejas heterosexu­ales), se indica, son menores para la mujer que para el hombre. Mejor unirse ante la tormenta perfecta.

TRAYECTO VITAL Se abren las preguntas sobre la vida propia a la vez que se sufre por los cambios de los hijos UNIVERSIDA­D DE ARIZONA El estudio indica que el impacto es más alto que en el nacimiento o la emancipaci­ón

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Pese a la controvers­ia sobre la igualdad, las mujeres son las que principalm­ente siguen estando al frente de la gestión y la atención emocional de sus hijos
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ANA JIMÉNEZ

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