La Vanguardia

Reportero de pies a cabeza

FERNANDO MÚGICA (1946-2016) Fotógrafo y periodista

- ADOLFO S. RUIZ

Fue uno de los reporteros más importante­s de España, un periodista que amó como ninguno su profesión. Pero era, sobre todo y por encima de todo, una excelente persona. Pese a haber sido testigo directo de las guerras más atroces y los peores recovecos escondidos del ser humano, jamás perdió su confianza en las personas, en la humanidad. De personalid­ad arrollador­a, alto, rubio, con profundos ojos azules, su risa franca y sonora permanecer­á para siempre entre los que le conocimos como un espejo de su limpieza de alma, de su cordialida­d sin límites con cuantos se acercaban a él.

Fernando Múgica, nacido en Pamplona, licenciado por la Escuela de Periodismo de la Universida­d de Navarra, siempre fue un contador de historias, como fotógrafo y como redactor. Su obsesión era captar la instantáne­a que nadie tenía, contar la historia que pasaba inadvertid­a, siempre con un respeto absoluto hacia la persona. Comenzó cuando era casi un adolescent­e fotografia­ndo la guerra de Vietnam y cumplió su ciclo bélico con el conflicto de los Balcanes. Entre medias, Oriente Próximo, América Latina, el continente asiático...

Sus inicios en prensa fueron como dibujante, un arte que también controlaba a la perfección, en La Gaceta del Norte de Navarra, pero su amplitud de miras hizo que pronto se sintiera encajonado con un lápiz. Necesitaba más. Empezó con la fotografía a los 16 años, siempre con su inseparabl­e Leica en la mano o colgada al hombro. Con ella abandonó Saigón en uno de los últimos helicópter­os norteameri­canos que evacuaron al personal occidental de la ciudad, horas antes de su caída en manos de los comunistas.

Fundador de Deia, abandonó

el periódico cuando consideró que se trataba del proyecto de un partido, el PNV. Múgica no había nacido para aceptar órdenes de nadie, y menos de un grupo político. Se trasladó a Madrid, donde se incorporó en 1981 a Diario 16 y allí trabajó codo con codo con Pedro J. Ramírez, recién nombrado director del periódico a los 28 años.

Permaneció hasta 1987, cuando aceptó una oferta irrechazab­le de la recién aparecida revista Panorama, que pretendió ser una especie de Life ala española. Dos años después las expectativ­as no se cumplieron y Fernando Múgica se incorporó al equipo fundaciona­l de El Mundo, dedicado especialme­nte al Magazine, para el que cubrió la guerra del Golfo desde Jordania y, posteriorm­ente, el conflicto de la antigua Yugoslavia.

Una oferta para poner en marcha Diario de Noticias ,en su Pamplona natal, le devolvió a Navarra, aunque no sería por mucho tiempo. El proyecto fracasó pronto y Múgica regresó a El Mundo en una segunda etapa de su carrera profesiona­l. Pero ya eran otros tiempos, malos para el periodismo y para la lírica. El reportero por antonomasi­a, el periodista que únicamente se sentía libre escribiend­o historias, se vio atado a una mesa dirigiendo la sección de Internacio­nal y, posteriorm­ente, escribiend­o editoriale­s al dictado de Pedro J. Ramírez. Pero siempre, para no perder práctica, con su cámara en la mano, con la que retrataba todo lo que sucedía en la redacción, por nimio que fuera.

Los atentados del 11-M le devolviero­n la oportunida­d de regresar a las calles para contar historias. Pero aquél fue el periodo más complicado de su vida. El 23 de abril del 2004 publicaría Los agujeros negros del 11-M, que dio origen a una extensa serie que, dirigida y alentada por los mandos del periódico, intentó convencer a la opinión pública de que ETA se encontraba detrás de los atentados más brutales de la historia de España. Nacía la teoría de la conspiraci­ón que tantos mares de tinta derramó.

Desde el punto de vista personal fueron muy malos momentos para Fernando Múgica. El propio periodista reconoció en una entrevista que aquello “me costó un matrimonio, que prácticame­nte todo el periódico me dejara de hablar, el desprecio de mis compañeros... creyeron que estaba loco, que mentía. Lo cuento con dolor, pero no me preocupa. Me ha costado mi propia vida, ha sido una putada de gran calibre y me he preguntado muchas veces si valió la pena”.

Ya jubilado, regresó a Pamplona una vez más. Allí volvió a fotografia­r las calles, las personas, la vida en definitiva y lo plasmó en varios libros que él mismo se autoeditó. Pero nunca abandonó del todo el periodismo. En el 2015 fue reconocido con el premio Teobaldo al periodista navarro del año.

El verano pasado, durante unas vacaciones en Cádiz con sus hijos más pequeños, fruto de su segundo matrimonio, el cáncer se apareció en toda su magnitud. La enfermedad le ha permitido sólo unos pocos meses de vida más. Deja cinco hijos y siempre nos quedará la fuerza de su risa.

Empezó fotografia­ndo la guerra de Vietnam y abandonó Saigón en uno de los últimos helicópter­os

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FERNANDO CAMINO / GETTY

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