La Vanguardia

Construye tu propia vida

- Llucia Ramis Barcelona

Necesitará­s ingredient­es como la memoria, instrument­os como la narración, elementos como el tiempo, y sin duda una infancia, esa “verdadera patria” de Rainer Maria Rilke. Según John Irving, la edad adulta está marcada por lo que viviste de pequeño. Y aunque él no tuvo traumas infantiles (de ser así, se habría decantado por la autobiogra­fía, pero su vida, asegura, es aburrida), los niños en situación de riesgo son su obsesión. “Una obsesión te despierta de madrugada y no te deja dormir”, dice ante las 450 personas que han pagado gustosas tres euros para verlo en el CCCB. El exalcalde Jordi Hereu ha venido con un paraguas rojo. “Sólo escribo lo que me pone enfermo; si no me revuelve el estómago, no lo considero suficiente­mente intenso”, explica Irving.

Sentados en primera fila, le escuchan su mujer, Janet, su hijo Everett y unos amigos. Enric González le pide que relate cómo se gestó Avenida de los misterios (Tusquets, Edicions 62), que hace veinte años iba a ser el guion de una película sobre los niños de los circos, a los que luego vendían. Irving empieza por el final. Sólo cuando da con lo que será la última frase de cada novela –antes se ha documentad­o, toma apuntes, es un estudiante de la cultura, lengua y época de sus personajes–, capta el tono que tendrá la historia, y puede ponerse a escribir. Ha cambiado muchos principios. Los finales, nunca. Ni una coma. “Me gusta que el tiempo pase para saber si eso que te daba rabia sigue dándotela; los grandes temas de la literatura son aquellos que no dejan de enfurecert­e pese a los años”.

Entre ocho y diez años han transcurri­do desde que Juan Antonio Masoliver Ródenas escribiera La inocencia lesionada, que acaba de publicar Acantilado. Y está más satisfecho ahora que entonces, porque se integra en el resto de su obra y la sintetiza. “Es un libro valioso, intenso y mediterrán­eo”, dice Vila-Matas, que lo compara con Ragazzi di vita, de Pasolini. A Sergio Vila-Sanjuán, el mundo bronco que retrata (sexo desagradab­le, visión dura de la sociedad, una ligereza que no llega), le lleva a Cela. “Tono recupera esos recuerdos de los que preferimos no acordarnos”, dice. En la aparente placidez de El Masnou, a principios de la posguerra, la hipocresía se basa en una falsa moral. “Todos sabían que había pederastas en aquel centro, pero nadie lo denunciaba”, explica Masoliver. Él tendría unos ocho años: “Era mono, educado, buen niño, no tienes conciencia del pecado. Sabes que algo raro ocurre, pero no sabes qué. ¿Qué pasaría si me encontrara a ese hombre ahora? Estaría en la cárcel, porque lo habría matado”.

Vila-Matas –que se ha compra- do un iPod y descubre grupos nuevos en Spotify (versión Premium, los anuncios le desconcent­ran)– dice que Masoliver se define a sí mismo como una “persona malhumorad­a con un gran sentido del humor”. La primera parte la ha dejado en el paragüero de la +Bernat, porque el felpudo de la librería reclama una sonrisa a los visitantes. “Hay que apoyar el comercio de proximidad, y esta es la más próximaa La Vanguardia”, bromea Vila-Sanjuán con un guiño a Montse Serrano. Cristina Fernández Cubas ha llegado con las perneras empapadas por una lluvia nada disuasoria. Hay lleno total. Están la mujer del autor, Sònia Hernández, la editora y viuda de Jaume Vallcorba, Sandra Ollo, Antonio G. Porta, Paula y Pep Massot, Valerie Miles y Aurelio Major. “¿Por qué lesionada y no vulnerada?”, inquiere Ignacio VidalFolch.

¿Sales con alguien?, te preguntan desde pequeña. Y asimilas que la soltería es un estadio transitori­o entre una pareja y la siguiente. Kate Bolick se puso una fecha límite para casarse: los treinta. Pero cuando alcanzó esa edad, su deseo se había evaporado. Había conseguido todo lo que se proponía –amigos, el trabajo que quería–, ¿iba a frustrarse por no hallar el amor marital? Unos opinaban: “Es guapa, no se entiende que esté sola”. Y otros: “Es fea, normal que no esté con nadie”.

Publicado por Malpaso, Solterona. La construcci­ón de una vida

propia no es un libro de autoayuda ni un chick-lit. Pero, en el aula de cuarto de Filología Inglesa de la UB, sólo las alumnas preguntan, con un acento envidiable. “Se supone que para ser una buena madre debes tener trabajo, piso, cónyuge”, dice una, “pero si hay que esperar ese momento ideal, nunca tendrás hijos”. Y otra: “¿Por qué para adoptar un niño se dan más facilidade­s a las parejas que a los solteros?”. Bolick: “Por una cuestión de control social”. De ahí que algunos se pongan nerviosos cuando la diputada Anna Gabriel diga que le gustaría pertenecer a un grupo en el que los hijos se criaran colectivam­ente.

Al final, un chico interviene. Quiere saber cómo estructuró el libro. Bolick dibuja un esquema en la pizarra. Necesitará­s principios y un fin.

“Todos sabían que había pederastas en aquel centro, pero nadie lo denunciaba”

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ELISA BERNAL
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